Estimados lectores, hoy les voy a exigir que no fomenten más la esclavitud. Lo hago a nombre de todos esos seres vulnerables, que con la mirada nos dicen YA NO PUEDO MÁS, AYUDAME, ESTOY CANSADO! Solemos interpretar esto como: “sufro porque soy pobre, discapacitado, niño, anciano o enfermo”. Y entonces, en ese momento, damos una moneda, dulces o comida y pensamos que los ayudamos, que hemos hecho la buena obra del día, sin saber que lo que hicimos fue nuestro aporte voluntario para que la mendicidad siga siendo un negocio redituable y por ello, ese ser y otros millones más, seguirán siendo explotados.
Les voy a hablar de Sebastián.
El jueves, por razones de trabajo, fui a comer a un lugar cerca del centro del Distrito Federal, capital de México. Ahí, mientras comíamos, entró Sebastián, un niño muy delgado, morenito y con esa mirada que traspasa el corazón. Yo lo observaba mientras él pasaba de mesa en mesa y ofrecía algunos dulces típicos, obviamente muy viejos, y algunas personas, únicamente le daban monedas. Ensimismada, me preguntaba si sería un niño explotado. ¿Cómo podría interrogarlo? Ya que generalmente están vigilados y aleccionados.
Finalmente, se acercó a la mesa y pude interrogarlo:
Yo: Hola, ¿cómo te llamas?
Él: Sebastián
Yo: ¿Cuántos años tienes?
Él: Seis
Yo: ¿Vas a la escuela?
Él: Sí (se apresuró a contestar) voy al primer año de la escuela pública, mí uniforme del diario es blanco y ahorita no lo traigo, porque me lo lavaron, para que mañana esté listo.
Yo: ¿Con quién vienes?
Él: Con mi hermana Clementina de 9 años
Yo: ¿Cuántos hermanos tienes?
Él: mmm…también es Valentina de 19 y otro, que no sé su nombre, pero tiene 20 años.
Cuando Sebastián contestaba, se paraba derechito. Cuando terminaba, respiraba profundo y se permitía sonreír, un poco, como retomando aire. Sin embargo, el interrogatorio no iba encaminado a lo de siempre, no era usual, así que palideció, cuando le pregunte:
Yo: ¿Qué te enseñaron hoy?
Él: Ah!, eh! (al tiempo, que desviaba la mirada)
Yo: Entonces, cuéntame ¿qué te dejaron de tarea?
Él: ¿Cómo. . . qué? ( agacha la cara y se la cubre con la mano, como buscando una respuesta)
Yo: Sabes leer?
Él: ¿Eh? no (sonríe nervioso)
Yo: ¿Sabes hacer cuentas?
Él: Sí (mientras se mira, los deditos de las manos)
Yo: ¿Cuál es tu horario de trabajo?
Él: Hasta que junto, doscientos pesos
Yo: ¿Cuánto llevas?
Él: Cien pesos
Yo: ¿Quieres comer?
Él: Sí, deja le digo a mi mamá (se va, regresa nervioso). Que mejor me lo pongas para llevar (nervioso empieza a bailar sobre sus pies).
Yo: ¿Quieres comer un taco, en lo que te ponen un platillo para llevar?
Él: Sí (sonriendo, después se agacha y dice) no, porque ya me tengo por ir, es que mi mamá anda vendiendo y va a preguntar dónde ando, no debo quedarme mucho tiempo en ningún lado, además mis hermanos también están aquí, ellos no venden, sólo nosotros. Se agacha (se pone más nervioso, aprieta fuerte los puños y se aleja, diciendo) voy a avisarle (ya no regresa).
Posteriormente, viene la mesera y nos dice, en tono preocupado: «Se lo llevó una pareja, como de 20 años. Es una lástima, porque a ellos nunca les dan de comer la comida que les regalan para llevar».
Cuando salimos del lugar, nos fuimos por los alrededores, en donde volvimos a ver a Sebastián y a otros más, siendo explotados y supervisados, por adultos.
Estimado lector, ¿cuántas veces ha visto, las escenas siguientes?
– Niños que están en los semáforos, vendiendo chicles, dulces o, simplemente, exponiendo su vida entre los carros, para estirar la mano.
– Personas que traen cargando un bebé, que permanece dormido, todo el tiempo, porque, generalmente está drogado.
– Músicos tocando en la calle, con ropas típicas y que si observas un poco, te das cuenta que no están en su lugar de origen. Generalmente andan varios, con estilo, similar.
– Emigrantes o gente joven, limpiando parabrisas, tragando fuego, haciendo actos de baile, malabarismo, etc.
– Discapacitados y ancianos, a los cuales, por las mañanas, los pasan a dejar a diferentes puntos y por las tardes los van a traer.
Sabía usted que hemos tenido casos de ancianos que se extravían y llegan a ser encontrados, pidiendo limosna, totalmente cambiados y desfigurados por golpes, sin dientes, sin cabello y quemados de su piel por el sol?
Alguna vez usted se ha preguntado quiénes son, dónde viven, qué comen, por qué se dedican a mendigar, quién los enseña, quién les da el instrumento musical, por qué siempre hay alguien que los cuida?
En el Distrito Federal es delito grave tirar cascajo (desecho de construcción) en cualquier lugar, sin permiso. También es delito, aunque no grave, ser franelero o “viene viene’’ (en México así se les denomina a las personas que cuidan autos en vía pública).
En este orden de ideas, la pregunta para las autoridades es: ¿por qué no detienen al supervisor, repartidor, vigilante o cuidador de estas personas, que son explotadas? Pues están cometiendo en flagrancia el delito de trata de personas, aparte del de explotación por mendicidad forzada.
Y para ustedes, amables lectores, la pregunta es: ¿hasta cuándo, continuarán fomentando la explotación de personas vulnerables, mediante mendicidad forzada? De verdad, seguirán engañándose con la falsa creencia de que ayudan a las personas.
Seguramente algunos se cuestionaran, cómo poder ayudar. Les sugiero se informen sobre los programas sociales del gobierno y de la sociedad civil, ya que las personas que realmente lo necesitan pueden obtener ayuda para educación, alimentación y salud, y de paso verificamos con una mirada revisora la efectividad de dichos programas.
Así, la próxima vez que vea a alguien pedir limosna, asegúrese de tener los teléfonos y las direcciones de las oficinas o personas que pueden ayudarlos a incursionar en los beneficios que el Estado tiene la obligación de proporcionar a los ciudadanos y a los emigrantes.
Me despido, desde México con este proverbio árabe: «Quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación»