Caso Cabezas: nuestra novela negra imperfecta


Caso Cabezas: nuestra novela negra imperfecta

Nosotros, los argentinos, contamos en nuestro haber con innumerables casos verídicos llenos de intriga, muerte e intereses que no podríamos siquiera imaginar. No es el objetivo de estas líneas abarcar a todos; lamentablemente contamos con demasiados. Este número será dedicado a una de las historias más oscuras que nos tocó vivir y que aún hoy no ha revelado la verdad: el caso del fotógrafo asesinado, José Luis Cabezas. Un hecho que al mecharlo con la novela negra, nos devuelve una obra de siniestra realidad.Si mencionamos como elementos de ese género literario nacido en las primeras décadas del siglo pasado en Estados Unidos, el deterioro moral, la corrupción y la falta de justicia reinante en la sociedad en los tiempos del asesinato (aun hoy vigente), es inevitable sorprenderse con las coincidencias que se generan. Pero el caso Cabezas no es una ficción y su desenlace, si pudiéramos llamarlo así, está sembrado de dudas con respecto a cuál fue el real motivo de su asesinato y quiénes son los que enviaron a los verdugos.En esta relación libre entre lo real y lo literario, un especialista en casos policiales, que hace años sigue desde la rama periodística los hechos más impactantes, nos ayuda a analizar el caso Cabezas. Ricardo Ragendorfer compara: “en la novela negra, el asesinato es el disparador de un enigma que se debe resolver y la búsqueda de la verdad genera situaciones dramáticas. La investigación que lleva adelante el personaje central suele producir más muertes, lo que transforma de una manera radical y hasta contundente el escenario inicial del argumento. En ese sentido, el caso cabezas, desde luego, se parece a una novela negra porque detrás de ese cuerpo, que fue encontrado baleado e incinerado en Pinamar, está el disparador de una situación no menos dramática como el suicidio de Yabrán”.En el género clásico el protagonista busca una verdad en medio de un enjambre de hechos corruptos que rodean al misterio de una muerte. Quizás fue eso lo que faltó: alguien con el suficiente poder y coraje para desmantelar el entramado político que rodeó al asesinato. Andamos faltos de estos antihéroes que, aunque un tanto oscuros, tienen la suficiente perseverancia para llevar al lector a un esclarecimiento de lo que ocurrió.En palabras de Ragenforder, es un hecho que “ocurrió en el plano de la realidad y no en el plano de la ficción. Quienes estuvieron encargados de resolver este hecho, y también sus protagonistas, de algún modo son mucho más imperfectos que los personajes que pueden salir de la imaginación del autor de una novela. Si bien fueron juzgados los autores materiales, no se sabe gran cosa acerca del móvil real del hecho y quién en última instancia articuló esa muerte que se produjo aquel 27 de enero de 1997. La pregunta del millón sigue siendo la causa de ese homicidio”.Fueron dos las hipótesis que se barajaron. Una responsabilizaba a la cúpula policial bonaerense, que se había visto envuelta en escándalos de corrupción y estaba fuertemente asociada al por aquel entonces gobernador de la provincia, Eduardo Duhalde. La otra, el disgusto de un empresario hasta entonces desconocido, Yabrán, debido a una foto sacada por la víctima.“En ese sentido, el asesinato de cabezas fue un mensaje mafioso, aunque no se sabe a quién estaba dirigido. Al ser trabajador de un medio periodístico que en ese momento tenia bastante influencia, no se sabe si era un mensaje dirigido a Duhalde, a la revista Noticias, a la prensa en general o a la opinión publica en su conjunto”, recuerda nuestro especialista invitado.Sin embargo, alguien se hizo cargo. No por intención, claro; no eran las ganas de involucrarse en un hecho tan pesado el que llevo a Duhalde a declarar:”Ese cadáver me lo tiraron a mi”.Lo reconfortante de leer una novela negra es dejarse llevar por una trama llena de complicaciones que pareciesen no terminar nunca, pero que al final se resuelven. No es el caso Cabezas un ejemplo de ellos. Un poder político y el desinterés de la sociedad se combinan para que no se llegue a la verdad real y quede sólo en las novelas de ficción.“De algún modo, todos los personajes que intervinieron en esta trama, salvo la víctima, no están divididos en buenos y malos como suele suceder en la mala literatura. Fue una interna entre turros e hijos de puta. En última instancia, la trama puso en relieve una situación de corrupción en un lugar aparentemente pacífico y paradisiaco”, se juega Ragendorfer.Quizás somos nosotros, los argentinos, los que debemos exigir que nuestra historia cambie. Ser partícipes y demandantes reales de justicia, que no se dejan llevar por otras novelas, otros espectáculos masivos que nos distraen y nos hacen perder el eje de lo que realmente como sociedad nos sirve: dejar de ser público para formar parte de esa masa de antihéroes, llenos de imperfecciones que no se contentan con el misterio inicial.Por Carolina Quirós