Creer en descreer, parte I
Por Nicolás MelandriEs sabido que hay letras de algunas canciones que metaforizan o cuentan con crudo realismo un momento en particular de una sociedad en particular. Tal es el caso de la canción El Revelde (sí, con v) de La Renga en el CD homónimo de 1998. Queriendo o no, el trío de Mataderos conformado por Jorge Tanque Iglesias en batería, Gabriel Tete Iglesias en bajo y Gustavo Chizzo Nápoli, musicalizó la relación entre los pibes del 98 y la política.La letra dice así:Soy el que nunca aprendiódesde que naciócómo debe vivir el humanollegué tarde, el sistema ya estaba enchufadoasí funcionando. Siempre que haya reuniónserá mi opiniónla que en familia desate algún bardono puedo acotar, está siempre malla vida que amo. Caminito al costado del mundopor ahí he de andarbuscándome un rumboser socio de esta sociedad me puede matar. Y me gusta el rock, el maldito rocksiempre me lleva el diablo, no tengo religiónquizá éste no era mi lugarpero tuve que nacer igual. No me convence ningún tipo de políticani el demócrata, ni el fascistaporque me tocó ser asíni siquiera anarquista. Yo veo todo al revés, no veo como ustedyo no veo justicia, sólo miseria y hambreo será que soy yo que llevo la contracomo estandarte. Perdónenme pero así soy, yo no sé por quése que hay otros tambiénes que alguien debía de ser lo que prefiera la rebelióna vivir padeciendo¿Es un rebelde con o sin causa el protagonista de la canción? En un principio uno diría sin causa pero al final habla de un sacrificio en pos de una tal rebelión. Quiere decir que algo hay, aunque pequeño, pero está. Más allá de la pregunta anterior, el eje de la cuestión es otra (tiene que ver con la rebeldía way pero hilando un poco más fino). Es una canción de denuncia. Quien nos canta, el yo poético me refiero, no Chizzo, está denunciando el descontento de una juventud que no puede identificarse contra qué ni quiénes rebelarse.¿Es un problema? Claro que sí. El descreimiento en las instituciones es tan grave como el fanatismo en ellas.“no me convence ningún tipo de política, ni el demócrata ni el fascista. Porque me tocó ser así, ni siquiera anarquista”.No son menores los ejemplos que pone, iguala a un demócrata (tal vez haya querido decir democrático, por lo risueño que sería que Chizzo haya pensado en el partido norteamericano) con un fascista. El tipo, otra vez, el yo poético y no el cantante, está manifestando que no lo convence ningún ideal político; ni estos ni los otros. Hasta suena a que se conformaría con ser fascista.“… ni siquiera anarquista”.Esa última frase recuerda a una expresión barrial del tipo: “de última, viste, anarquista. Qué se yo…”. Eso es el descreimiento total. Es la tendencia a igualar todo cuanto me importe un comino.Y eso es lo que en líneas generales pasa actualmente. Los partidos políticos y las ONG, por poner dos ejemplos, están llenos de militantes jóvenes. Pero ese pequeño universo de miles y miles de pibes no refleja al de millones de chicos que no saben a quién votar, ni qué es lo que tienen que votar y les da lo mismo una nueva ley de radiodifusión. O igual de grave, quieren que se apruebe o se modifique o no se haga nada sin saber muy bien por qué.“Caminito al costado del mundopor ahí he de andarbuscándome un rumboser socio de esta sociedad me puede matar.”Algo de conciencia política y/o espiritual queda, porque afirma que desde un camino paralelo al mundo andará buscando un norte que seguir. Pero en seguida viene ese nihilismo tan propio de la generación que vivió su adolescencia en los finales del menemismo y el gobierno de la alianza y posteriores: “ser socio de esta sociedad me puede matar”.Es que luego de la llegada de la democracia las decepciones fueron muchas y las nuevas generaciones heredaron el derrotismo espiritual de sus padres o lo construyeron ellas mismas. En 2005, el diario La Nación publicó el siguiente párrafo: “Una encuesta realizada recientemente sobre una muestra de 1186 estudiantes universitarios, de distintas carreras, puso de manifiesto un grado significativo de desinterés por la política, al tiempo que el 49,7% de esa población desconoce qué ha de votarse en las elecciones de octubre”. La nota se titulaba, o se titula, dado que aún existe en el museo que es Internet, “Los jóvenes y la política”. Tres años más tarde, y con el mismo título apareció otra nota en el, claro, mismo diario que decía lo siguiente: “De acuerdo con una encuesta efectuada durante el mes último, el 74 por ciento de los jóvenes que tienen entre 19 y 28 años manifiesta estar «poco» o «nada» interesado en la vida política. El estudio, desarrollado por la consultora Carlos Fara & amp; Asociados, también revela que casi la totalidad (94 por ciento) no participa ni adhiere a partido político alguno. Pero, curiosamente, el 59 por ciento de los interrogados considera que el país estaría mejor si ellos, los jóvenes, participaran en política” (Marzo 2008). La palabra curiosamente está resaltada por mí, dado que no creo que sea curioso el dato final. Los jóvenes no están desinteresados por la política por que sí. Hay un actuar de la clase dirigente que llevo a esto. No es curioso que crean que el país estaría mejor si ellos participaran en ella, porque me parece que es natural creer que la manera indicada de cambiar algo es transformándolo (redundante, lo sé).Pero esta es la sección de Bellas Artes, y aunque esta primera parte sea dura y de poco vuelo literario, la idea es invitarlos nuevamente a mandar su opinión. En futuras entregas, irán apareciendo las opiniones de músicos de rock, hip hop, sociólogos y demás bichos de las letras que puedan aportar su punto de vista para tratar de entender por qué el rock masivo ha cambiado tanto (Charly no es el mismo o Los Redondos ya no están, por nombrar dos ejemplos). ¿Tiene relación con el crecimiento del hip hop y del reggae? ¿Perdió el terreno de la denuncia?