De mano en mano
—“Acá está. Llamen a los testigos”.
—“Eso no es mío, me están cagando, eso no es mío”.
Al Ponja lo atravesó una historia. Corría el año ‘93 cuando en unos monoblocks de Panamericana la bonaerense lo acostó. Le plantaron un paquete y fueron a pedirle cincuenta mil pesos a su padre a cambio de la libertad de su hijo.En un vehículo particular, esposado en el asiento de atrás, lo llevaron a la comisaría de Munro. En el trayecto, el policía de civil que manejaba, cruzó un semáforo en rojo y colisionó contra otro vehículo. No había manera de explicar ni lo del detenido que llevaban esposado ni lo del semáforo que habían atravesado. Ahora, eran los policías los que debían darse a la fuga. Pudieron deshacerse del vehículo que los perseguía y lo metieron en el calabozo, donde estuvo mientras esperaba que el padre del Ponja pusiera el dinero.Pero su padre pasaba sus días en los bingos y su hijo fue a parar a Devoto. Allí, el pabellón, los ranchos, las frazadas colgadas, el olor a meo. Las facas, los guardias, los palos y el miedo. La terrible tumba gigante de cemento.El Ponja se llama Gustavo Arima, y pasó tres años en la cárcel por una causa fraguada de manera pueril. Su vida cambió entonces, su familia se fue trizando y al salir, por el peso de los estigmas carcelarios, tuvo que reconstruir su vida fuera del país.El Ponja, como Ulises, vivió su Odisea. Una más. Pero él decidió relatarla con lujo de detalles. Cuenta que navegó a través de esos mares tormentosos porque tenía la esperanza de volver a Ítaca: la libertad. Ninguna editorial se fijó en la historia del ex convicto. Por esa experiencia parió un libro llamado “Desde la nave”, que ahora va de mano en mano. Las comas y las tildes que faltan son una cicatriz de realidad, una marca auténtica de aquella vida marginal. AutorJuan Pablo Baliñainfo@medioslentos.comFoto: www.lulu.com