El hombre desde arriba


El hombre desde arriba

Aprovechando los vientos de Los Acantilados en Mar del Plata y la posiblidad de saltar en parapente, recordamos un cuento de Sartre y explotamos ciertas cualidades humanas   En Erostrato, Sartre nos presenta a un hombre que se inspira en un griego que para pasar a la historia prendió fuego el templo de Artemisa en la antigua Grecia. Este peculiar personaje, el ficticio, confiesa que le gusta salir a los balcones y mirar a la gente desde arriba. Le da poder, se siente como un chico contemplando a las hormigas trabajar. Saltar a la fama a cualquier precio no es lo que nos atrae para relatar una experiencia sino la identificación con el protagonista del cuento que sentimos cuando estamos bien alto.   Volar en parapente, nos lleva por tres estadios. Primero, nos enorgullecemos porque logramos realizar El Sueño del hombre. Especialmente del barbudo ese de Da Vinci que no hizo más que dibujos. Y además, lo estamos haciendo bien en nuestra primera vez y aún somos jóvenes. Cualquier verdad es suficiente para engordar nuestra propia imagen. Nos sentimos imbatibles y el suelo está cada vez más lejos. Pero toda esta algarabía de la propia existencia y logros no dura más que dos minutos.   Ahora nos sentimos como Paul Hilbert, el personaje principal del citado cuento de Sartre. “¿Cuál es mi superioridad sobres los hombres? Una superioridad de posición; ninguna otra; me he colocado por encima de la humanidad que está en mí y la contemplo”, explica con naturalidad Hilbert. Miramos a las casas, esas porquerías que el hombre construye hacia arriba para provocar al cielo y la asquerosidad que son los autos y la miseria que son esos bichos de dos patas que los conducen. Los podríamos pisar si quisiéramos. Aplastarlos y sentir los jugos viscerales por debajo de nuestra suela. Seria lo correcto. Algo tan pequeño no debe valer nada. Deberíamos bajarnos los pantalones y hacer como los pájaros para saber que se siente y, tal como suele suceder en la vida, hacer que el castigo o la peor parte se la lleve quien no tiene nada que ver.   Pero luego nos damos cuenta de que todo es una ficción. Tomamos dimensión de que somos vulnerables en tanto dependientes de la involuntad de la naturaleza. No somos ni gigantes ni tampoco Superman. Solamente mediante algo creado por gente y con la guía de un profesional estamos planeando. ¡PLANEANDO!. Y nuestra ruta, aunque controlable, depende de la dirección en la que al viento se le cante soplar. Entendemos que los puntos cardinales son lo único que nos indican hacia donde hay puerto seguro. Queremos bajarnos los pantalones pero esta vez para no mancharnos y hacer el ridículo. El mar es inmenso y sólo estamos viendo una porción suya. El cielo sigue estando tan lejos como cuando lo veíamos desde la cuna. Esa gente que vemos pronto seremos notros y volveremos a la ordinariez de sufrir de las defecaciones de las putas palomas que se aprovechan de poder volar.   Pero no hacemos como ese personaje de Erostrato. No nos quedamos en el estadio uno y con un arma salimos a matar hormigente. Cuando descendemos y luego de los primeros tres minutos de gritos beatleanos o zeppeleanos de total alegría, prueba irrefutable de que “La vida es un libro útil para aquel que pueda comprender”, como cantaba Miguel Abuelo, y que el hombre jamás entenderá la complejidad de la Tierra porque al fin y al cabo no somos nada, nos invade la ambición.   Ahora queremos saltar en paracaídas. Sentir que nos vamos a hacer moco contra la tierra y al tirar de la cuerda gritar un gran “