La lección de Los Pumas
El desahogo de liberación, después de dos golpes que los hundió en el desconcierto, revivió a Los Pumas. En una producción inolvidable, el seleccionado nacional de rugby mostró su mejor versión desde Francia 2007 –hasta hizo recordar aquél modelo de bronce- y se celebra la recomposición anímica, a poco más de un año de la Copa del Mundo.La histórica conquista ante Les Bleus (41-13) en una conmovedora jornada en Vélez, quedará como referencia; se la recordará por tratarse del triunfo más holgado frente a un potencia de este deporte, porque Felipe Contepomi igualó el récord de puntos en un test-match (anotó 31 tantos, como lo logró José María Luna ante Rumania, en 1995) y porque el capitán argentino se posicionó como el segundo goleador histórico del conjunto albiceleste, detrás de Hugo Porta.Las verdades estadísticas enmarcan la actuación del pasado 26 de junio en un sitial preferencial, pero detrás de las connotaciones estrictamente deportivas, existe otra lectura. Los Pumas dieron una lección de la real validez del éxito. Para la mayoría el triunfo está sólo relacionado con la concreción de un resultado positivo, levantar un trofeo, aunque la esencia de una conquista no se encuentra exclusivamente en la demostración de superioridad ante el adversario ocasional. La gestación de la victoria tiene su origen en la disposición con la que se afronta el desafío, el compromiso. En una actividad de conjunto, como en este caso, la unidad, la comunión de las partes hacen a la virtud más enriquecedora. Es un atributo que enaltece. Alcanzar el máximo testimonio grupal, en un momento de crisis, cuando se hace equilibrio ante el abismo, es un logro en si mismo, con una vigencia que trasciende cualquier otra interpretación.Trazando un paralelismo con la opacidad de estrellas que entrega la Copa del Mundo en Sudáfrica, el ejemplo de Los Pumas recobra notoriedad. Lo que sucedió en la cita por excelencia del fútbol es una demostración que el talento no tiene un peso específico propio si no tiene la contención de un entorno que permita expresarlo. Para comprenderlo habrá que observar lo que sucedió, por ejemplo, con el portugués Cristiano Ronaldo –la imagen de la impotencia absoluta tras la eliminación en octavos de final y su escupitajo a la cámara–, Kaká, Wayne Rooney y su Inglaterra resquebrajada, Didier Drogba, el campeón defensor Italia, Francia y Brasil que imaginaron que su tránsito hacia la final iba a darse naturalmente. Los que parecían destinados a glorificarse, pasaron sin dejar otra huella más que la del fracaso. ¿Qué faltó? Un condimento fundamental, que a veces no se contempla: convicción, vocación de sacrificio por un objetivo compartido –no todos en un plantel lo tienen siempre–, identidad de equipo. Estos enlaces potencian las aptitudes estructurales por sobre las individuales, y eso robustece las capacidades para llegar a metas que, tal vez, con esfuerzos independientes, serían inaccesibles. ¿Qué sucedió con el plantel de Diego Maradona y sus fieras? Toda la homogeneidad y solvencia que insinuó se desmoronó frente al abismo al que lo condujo Alemania con su sí impenetrable consistencia. Uruguay consiguió el pasaje a la Copa con mucha angustia, y con su sufrido desembarco en las semifinales marcó historia, ¿qué cambió de aquél conjunto que no transmitía fiabilidad? ¿Y Paraguay, sin cracks marketineros, cómo es que avanzó más que otros equipos multimillonarios? Todos tienen algo en común: son equipos, son un todo, no un amontonamiento de energías y ambiciones disociadas. El bien común por sobre los gustos y preferencias individuales; tal como procedería una congregación mosquetera.El fuego de Los Pumas incineró la excelencia del rey de Europa (Francia es el campeón del Seis Naciones), para dejar una lección que no puede encasillarse exclusivamente a la gesta deportiva. El legado del seleccionado argentino de rugby adquiere una envergadura aplicable a todos los ámbitos; es sólo cuestión de saber (y poder) interpretar el mensaje.Santiago Roccettiinfo@medioslentos.com