Murgas porteñas: el carnaval de identidad barrial
No es como el carnaval de Río de Janeiro. Tampoco como el de Gualeguaychú. Desde la década del ´20 hasta hoy, las murgas de Buenos Aires fueron mutando y, a pesar de los muchos palos en la rueda que los sucesivos gobiernos porteños pusieron, sobrevivieron. El domingo pasado, con corsos distribuidos en más de 30 puntos de la Ciudad, terminó el desfile de murgas y el folklore carnavalesco.La identidad del barrio viene plasmada en un estandarte, con el nombre de la agrupación escrito en letras grandes. El sonido de los bombos y platillos augura la llegada de una nueva murga, que se abre paso entre la multitud por la avenida Nazca, en Villa del Parque. Familias y grupos de amigos de todas las edades se asoman a las vallas que marcan el perímetro del sector por el que las murgas desfilan.El director del centro “Los Inevitables de Flores”, Martín Di Nápoli, explica que “todos los contenidos que tiene la murga se ven reflejados cuando salen a la calle”. Porque detrás del carnaval que se celebra durante un mes al año en la Ciudad, hay agrupaciones que, por medio del trabajo en grupo y la cooperación, construyen un espacio de participación barrial: “Las estructuras políticas y las parroquias ya no son lo que eran antes. Por eso, la murga es el espacio más transparente del barrio”.Vestidos con levitas llenas de parches de los colores del centro al que pertenecen, los murgueros siguen el ritmo de los bombos y se burlan de lo estructurado. Ya desde su génesis, décadas atrás, imitaban en sus marchas los desfiles de los marineros.Si nos adentramos en la historia, uno de los grandes inconvenientes que tuvo el carnaval fue durante la última dictadura militar. El Gobierno de facto no sólo vetó los dos feriados nacionales para el festejo sino que además les complicó la participación en los corsos castigando sus letras de protesta, a tal punto que en 1981 dejaron de presentarse. Fue un largo camino el que los centros debieron y aún deben recorrer para recuperar el grado de celebración que tenían en décadas anteriores.Dedicación. Eso fue lo que necesitaron durante tantos años para poder sobrevivir como centros en los que exista una inclusión tal, donde niños de 4 años hasta adultos mayores se unan en el carnaval por medio del trabajo a pulmón. Nápoli dice al respecto: “Ser director de una murga es casi un trabajo de militante. Uno no está en una murga para estar en la calle Corrientes”.De un lado del vallado, una niña está preparada para una de esas pequeñas guerras que producen felicidad y alegría. Con el pelo atado y antiparras puestas, espera que pasen chicos de su edad para iniciar el ataque. Otros jovencitos corretean por la cuadra, protegidos por pilotos. Todos se prepararon, o fueron preparados por sus padres, para disfrutar del carnaval con sus pomos de espuma…Por Carolina Quirós