No hay igualdad sin respeto
Había transcurrido apenas poco más de un año desde que Nelson Mandela había asumido como el primer líder de la nación elegido democráticamente, y se podía hablar de paz. Todo un símbolo de liberación, del rechazo masivo del pueblo –esta vez, simbólicamente unido- a la política de segregación racial. La revolución que produjo la excarcelación de Madiba despejó en Sudáfrica la opresión, el sometimiento. La apariencia, con hechos tan contundentes, demostraban el cambio, la transformación.Sin embargo, en la realidad cotidiana se advertían otros tiempos para hacer realidad esa tan profunda mutación que se advertía desde lejos. Corría mayo, junio de 1995, cuando tuve la suerte de descubrir Johannesburgo, en ocasión de la 3ra Copa del Mundo de rugby, el acontecimiento que terminó de unir a un país que no conocía la semejanza de los seres humanos; y llegué con la convicción de que me recibirían en una tierra donde la igualdad se había vuelto moneda corriente, pero a esa sensación la tuve que acomodar. Sudáfrica sí había abierto su corazón, conmovida frente al cautivamente mensaje que supo dar Mandela; la postura, la actitud no era de rechazo, y tampoco lo sigue siendo, pero la exclusión estaba tan arraigada, tanto daño había hecho, que se había vuelto una particularidad cultural, sin la intención de ser un comportamiento deseado.El tiempo ha robustecido, y lo seguirá haciendo, la cultura de la equidad. Las leyes tienen un definitivo trato sin distinciones, lo único que falta para que el aberrante pasado se vuelva olvido, es que se vuelvan mayoría las generaciones puras de ese rencor, de esa creencia de que los individuos somos diferentes porque tenemos tal o cual color de piel, porque las ideologías son antagónicas, o porque las preferencias sexuales nos alejan. La igualdad de las personas está determinada por la esencia misma de la existencia, no por otras condiciones. Y si bien la historia de Sudáfrica es el paradigma de las diferencias, cada sub universo tiene su lucha ante la discriminación o al trato desigual. Sin ir demasiado lejos, recientemente la Argentina alzó la voz para ver si estaba bien aceptar como normativa el casamiento gay; las discusiones tomaron infinitos matices, y en todas ellas la palabra más expuesta era la IGUALDAD.Todos estamos de acuerdo, eso no admite discusión alguna, de que toda persona merece un trato igualitario, pero lo que no terminamos de asumir es que esa equivalencia no va a estar pura y exclusivamente determinada por un contexto legal o una actitud social (entiéndase promulgar una ley o decretarla), sino por un comportamiento, cuya raíz no es otra que el respeto por sobre todas las cosas (condición racial, opción sexual, etc.). No hay igualdad si no se profesa el respeto, por más que obedezcamos o aceptemos a convivir dentro de parámetros legales que nos señalen que todos compartimos idénticos derechos. La sociedad argentina quedó unida por la nueva jurisprudencia, e independientemente de que se puede estar o no de acuerdo, en lo que no se puede chocar es en los vínculos del respeto y la tolerancia. Porque nadie puede refutar el precepto universal de que todos somos iguales.Santiago Roccetti