Últimamente, el sentimiento anti-puertorriqueñista ha comenzado a arropar a quienes menos debiera: a los propios puertorriqueños
(* – Al menos por ahora. ¡Háganme quedar mal!)
Los pájaros nacidos en jaula creen que volar es una enfermedad
– Alejandro Jodorowsky, artista mundial nacido en Chile
Como el boricua residente de Medios Lentos, me preguntan constantemente por qué Puerto Rico no ha reclamado, con total contundencia, su independencia de los Estados Unidos. Es natural para los latinoamericanos pensarlo, y esperarlo de nosotros. La soberanía de sus países es lo que viven a diario. No solamente se me hace la pregunta a mí, muchos latinoamericanos se lo preguntan a los boricuas que conocen.
Yo soy liberal, izquierdista e independentista puertorriqueño, pero me perturba el giro que está tomando la lucha por la liberación nacional puertorriqueña. Hace un año hubiera dicho que la independencia para Puerto Rico vendría, seguramente por fuerzas externas a mi país, en muy pocos años. Sin embargo, de unos meses hacia acá me siento más pesimista que nunca. Sospecho que no la veré en lo que me quede de vida… a menos que el panorama político, demográfico y socioeconómico de Puerto Rico cambie drásticamente.
No me malinterpreten. Deseo, en estos momentos más que nunca, que los Estados Unidos arríen su bandera (la coloquialmente llamada “Pecosa” por los puertorriqueños), y con ella se lleven toda la influencia tóxica que han inculcado ya a generaciones de puertorriqueños. Ayudarles a desarmar y empacar no es labor de un día, desde luego, pero no debe tratarse de una transición eterna. Siempre menciono el caso de Inglaterra, la India y Paquistán: le tomó solamente dieciocho meses al Reino Unido sacar su aparato político del subcontinente indio. El British Empah dejó un caos detrás, desde luego, pero sus burócratas y autócratas se fueron rápido de ambos sitios.
Sin embargo, acá enumero diez razones -entre docenas- por las cuales lamento creer que no veré el fruto de los esfuerzos de tantos hombres y mujeres que hasta han dado la vida por liberar a mi país. Enumeraré cinco en esta ocasión, y cinco en una ocasión posterior.
La mayoría de las causas para la perpetuación de la colonia en Puerto Rico fueron exógenas en su tiempo, nos llegaban de afuera. Hoy día, ya no lo son tanto:
El puertorriqueño ha estado inmerso en el colonialismo por demasiado tiempo.
Puerto Rico ha sido sometido al colonialismo -ese estado mental donde quien lo sufre se siente incapaz de progresar o gobernarse a sí mismo sin la intervención de un poder metropolitano- por más de quinientos años. Permea toda nuestra vida. En tiempos de la colonización española el adoctrinamiento pro-Metrópoli y la represión anti-puertorriqueña eran fuertísimos –y arreciaban cada vez que algún territorio americano bajo el yugo colonial español adquiría su independencia. En tiempos de la dominación estadounidense, la represión ha sido menos obvia –pero ha sido igualmente efectiva, por razones que mencionaré más adelante.
En tiempos recientes, hasta los puertorriqueños más comefuego, los dispuestos a empuñar las armas para liberar el país, han sido virtualmente neutralizados, silenciados y frustrados por el poder de dos aparatos burocráticos, legales y jurídicos que nos hacen cada vez más dependientes de los EE. UU. Uno de ellos es el gobierno local de la colonia, el irónicamente llamado Estado Libre Asociado (que no es ninguna de las tres cosas); el segundo es el llamado gobierno federal de los EE.UU. en Puerto Rico.
Los Estados Unidos ya no necesitan de tantos expatriados de cultura estadounidense para manejar al país. Su burocracia foránea cuenta con toda una clase de individuos nacidos en Puerto Rico que defienden la permanencia de una colección de agencias de gobierno para las cuales mi país es, cuando menos, una inconveniencia necesaria entre quincenas de sueldo.
Puerto Rico fue –y sigue siendo- el primer laboratorio neoliberal del mundo.
La burocracia colonial boricua, curiosamente, tiene como primer propósito mantener a Puerto Rico como un laboratorio de ensayar técnicas de control económico, político y psicológico que luego se implantan en numerosos países del mundo. Con bastante éxito, debo añadir.
Puerto Rico experimentó un crecimiento económico marcado en las décadas de los 1950s y 1960s, que coincidió con el clímax de la Guerra Fría. Ese crecimiento fue alimentado por la voracidad de la mano de obra barata (y la necesidad de una clientela cautiva) por parte de corporaciones multinacionales, que han ejercido un fuerte control sobre la economía local incluso desde los 1860s –mucho antes de la invasión estadounidense. Desde entonces, el puertorriqueño equipara democracia, derechos civiles y progreso económico con la presencia de estas corporaciones, que se llevan ganancias exorbitantes del fruto del esfuerzo del puertorriqueño – hasta $35 mil millones de dólares al año, dependiendo de a quién usted le pregunta.
Puerto Rico se ha hecho cada vez más peligrosamente dependiente en corporaciones de capital foráneo hasta para su comercio más básico. Desde la flota privada que importa la enorme mayoría de las mercancías a Puerto Rico, hasta poderosas multinacionales que controlan nuestros medios de comunicación y comercio alimentario, estas compañías proveen cada vez menos empleos dignamente remunerados y exigen condiciones cada vez más procaces para hacer negocios en Puerto Rico. Nuestra banca local se ha contraído, y la que queda puede, fácilmente, desaparecer si otros jugadores mundiales se lo proponen.
Por su tamaño, estas corporaciones foráneas tienden a eliminar a su competencia; por el control de estas compañías sobre el aparato político boricua, muy pocos de nuestros líderes políticos les hacen frente. Algunos de estos políticos son sus más descarados apologistas.
Hay múltiples intereses deseando que Puerto Rico sea una colonia eterna de los Estados Unidos
En los puntos anteriores, mencionamos tanto al capital privado estadounidense como a los gobiernos federal y local como tres protagonistas del colonialismo boricua. Los burócratas federales, sin embargo, son un caso peculiar.
Puerto Rico no ofrece ya mucho valor militar a los Estados Unidos, pero aún sirve de sede de operaciones electrónicas de inteligencia para escudriñar a los países de Latinoamérica. Aparentemente desde Puerto Rico provienen individuos –tanto civiles como militares- necesarios para mantener la esfera de influencia de los EE. UU. sobre el hemisferio, desde embajadores hasta “asesores” militares. La policía federal –el Querido FBI del que hablaba el grupo musical Calle 13 en su momento- es cada vez es más poderosa en Puerto Rico.
La corte de distrito de los Estados Unidos en Puerto Rico tiene más poder que nuestro Tribunal Supremo. Algunos de sus jueces son activistas políticos, emparentados con el capital ausente que domina el país. Como he dicho anteriormente, los federales tienen poder para determinar hasta el costo de un litro de leche, por encima del gobierno local. En el mundo post-9/11, su paranoia antiterrorista se ha extendido a Puerto Rico para demonizar a muchos –a líderes independentistas, a criminales, y a parte de su clase política, entre otros. La jefa de fiscales federales en Puerto Rico, Rosa Emilia Rodríguez, abiertamente cuestiona (y alardea) qué sería del país sin ellos.
A cambio del “derecho” de hacer todas estas cosas, el gobierno de los EE.UU. provee, dependiendo de a quién usted le pregunte, entre $6 mil y $21 mil millones de dólares para mantener este aparato colonial –algunos de estos fondos son estipendios y subsidios, otros son pagos de pensiones y seguros, y el resto corre la colonia.
El aparato político binomial de dos partidos pro-estadounidenses tiene entonces como propósito (mal) administrar y repartir(se) este dinero, entre ellos, sus seguidores apernados, y una clase profesional acomodada que, curiosamente, depende demasiado de ellos. Uno de estos dos partidos, el derechista y anexionista Partido Nuevo Progresista (PNP), ha prometido la anexión como medio casi instantáneo de enriquecimiento de la colonia. En sus 46 años de historia, lo único que ha logrado el PNP es ser el autor del 49% de nuestra deuda pública de casi $70 mil millones de dólares. Es evidente a estas alturas que el propósito principal del PNP es realmente su auto-preservación. Igual hace el partido oficialista, el Partido Popular Democrático (PPD), que cada vez se parece más al PNP en ideología, incompetencia e irresponsabilidad.
Los Estados Unidos tiene varios mecanismos para aplacar las tensiones dentro de la colonia
Jorge Seijo, analista de noticias en Puerto Rico, dice que la revolución puertorriqueña, de ocurrir, solo podría suceder entre 7:30 de la mañana y 4:30 de la tarde, con almuerzo al medio día y break para tomar café a las tres de la tarde. Quizá bromea, pero algo de cierto tienen sus palabras.
Puerto Rico nunca ha tenido empleo pleno. Cerca de un 40% de los puertorriqueños en edad de trabajar, lo hacen. Ese 40% está demasiado ocupado como para tan siquiera fiscalizar el (mal) uso que el gobierno colonial le da a sus impuestos. Entre el resto, hay un sector considerable de la población que hace una de dos cosas. Primero, este sector depende del binomio de partidos pro-estadounidenses que malgobiernan al país para lograr tan siquiera algún grado de alivio a sus condiciones individuales. Por ende, muchos de ellos son acólitos a ultranza de estos dos partidos, serían incapaces de gestar una revolución. Segundo, este sector –con razón o sin ella- depende de estipendios del gobierno estadounidense para su supervivencia. Algunos malviven, otros abusan del sistema.
Sin embargo, decíamos que en Puerto Rico se erigió desde hace décadas una enorme maquinaria orientada al consumo. Como el estándar de comparación es el país que más consume en el mundo, Puerto Rico tiende a endeudarse aún más para querer parecerse a ese país. El endeudamiento nos ha envuelto en una gran nube de oropel y confort. Mientras otro pague, nadie se queja mucho. La pregunta es qué pasará cuando los Estados Unidos, que tiene casi $17 billones de deuda, dejen de pagar.
La propaganda colonialista derrotista tiene múltiples apologistas
Decía Simón Bolívar que “el pueblo que ama su independencia, por fin la alcanza”. Si el punto converso es correcto, Puerto Rico entonces debiera detestar su independencia.
Uno de los más brillantes intelectuales puertorriqueños del siglo 20, Antonio S. Pedreira, cometió un único error de apreciación que validó, con rigor académico, los prejuicios de muchos puertorriqueños. En un ensayo llamado “Insularismo,” Pedreira aducía a la pequeñez territorial de Puerto Rico, y a su evidente falta de recursos naturales, como causa fatal para lograr la supervivencia de nuestro país entre la comunidad de naciones del Caribe. A esa pequeñez le han adjudicado montones de males boricuas: desde la envidia que causa vivir en un ecosistema donde la competencia por recursos es a veces atroz, hasta la incapacidad de los puertorriqueños para gobernarse a sí mismos. Lo malo de esto es que es un círculo vicioso: creemos que no serviríamos como país porque somos incapaces, por tanto somos incapaces porque creemos que no serviríamos. Ad nauseam.
Sin embargo, Pedreira solo reforzaba décadas de prejuicios inculcados a los puertorriqueños sobre sí mismos. Los españoles, cuando nos gobernaban, nos pintaban como incapaces. Los estadounidenses nos describen, sobre todo hoy día, como incapaces. Para los derechistas estadounidenses –cuando no hablan de nuestra cultura, que no comprenden, o de nuestros fenotipos físicos, que le despiertan las hormonas a muchos y la vena racista a dos o tres- somos una reservación de liberales (la palabra en los Estados Unidos es usada de forma ominosa, y para la extrema derecha estadounidense es casi equivalente a decir “pedófilo” o “narcotraficante”).
Para los derechistas estadounidenses, que casi nunca le hicieron caso a lo que sucedía en Puerto Rico hasta ahora, lo único que hacemos nosotros los boricuas es vivir de su fisco, cuando no cobramos demasiados impuestos entre nosotros mismos, o gastamos más de lo que tenemos. A raíz de la crisis actual que vive nuestro país (siete años en recesión económica), múltiples publicaciones económicas estadounidenses sugieren que Puerto Rico sea tratado en los mercados de bonos como país insolvente, que sus acreedores acepten que fueron engañados por el binomio político pro-Estados Unidos, y que se ponga a Puerto Rico bajo una sindicatura gobernada desde Washington. Quienes así lo sugieren desean que Puerto Rico privatice sus corporaciones públicas –la de electricidad, la del agua, la que mantiene su infraestructura vial, y otras cuántas más. Todo este cuadro debe serle familiar a muchos de nuestros lectores en Latinoamérica. No le debemos la camisa al Fondo Monetario Internacional, pero no hace falta.
Ante todo este panorama, no es de extrañar que los puertorriqueños frustrados se describan a sí mismos como incapaces. Sin embargo, hay otros factores más que merecen mencionarse. De esos factores hablaremos en una próxima ocasión.