¿Cómo Puerto Rico llegó hasta acá? Si miramos por el espejo retrovisor, habría que volver la vista atrás. Y regresar a la década de los 50. Desde entonces, los dos partidos principales, el Partido Nuevo Progrestista –que conglomera a los anexionistas–, y el Partido Popular Democrático –que contiene a los estadolibristas–se han repartido los hilos del poder como en una eterna partida de ping–pong. La responsabilidad no es sólo de ellos: también de los ciudadanos.
Ambos frentes políticos, sin embargo, han tenido escasos aciertos que contrastan con la debacle económica que nos azota sin remedio. Puerto Rico padece –padece, sí, como un cuerpo enfermo– una deuda que ronda los 70,000 millones de dólares. Los próximos meses, que no el futuro, conducen al desbarrancadero.
Aclaremos un par de puntos.
Puerto Rico es un país de islas que ubica en el Caribe y cuya historia política exuda el fétido olor de toda colonia. Primero fue España. Más tarde, en 1898, los Estados Unidos. En la década de los 50 se creó el ELA de la mano del gobernador Luis Muñoz Marín. El ELA, en suma, sentó las bases de nuestra condición política actual. Es decir, el Estado Libre Asociado de Puerto Rico. El enredo semántico ruboriza. Nunca tanto, sin embargo, como las amarras que esta condición con los Estados Unidos supone.
A grandes rasgos, los puertorriqueños somos ciudadanos estadounidenses y poseemos pasaporte de ese país, peleamos en sus guerras, pero no votamos para elegir a su presidente. De igual forma, nuestro comisionado residente en Washington tiene voz, pero no voto. Nuestras mercancías y provisiones, por obra y desgracia de la Ley de Cabotaje, navegan con bandera estadounidense: una de las flotas más onerosas del mundo. Varios opositores al statu quo han sido perseguidos e incluso asesinados. Lo que en su momento se ideó como una salida al paupérrimo estado del país –atrayendo capital extranjero en condiciones desfavorables para los isleños, privatizando servicios básicos indiscriminadamente y creando las condiciones para el éxodo– se alargó medio siglo como su sombra más letal.
¿Y ahora?
Aceleremos esto. El 2016 es año eleccionario. El 2016 no da más. El 2016 será recordado. O quizá se diluya en la memoria como tantas cosas más. Puerto Rico –acostumbrado a los embates meteorológicos– perece desde hace mucho, casi demasiado, en el ojo de un huracán de categoría insospechada. Es el inmovilismo como ficción o autoengaño el paliativo contra quién sabe qué. Ver, oír y nada más. Alrededor de esa aparente calma, sin embargo, palpita una amenaza que promete dejar al país, al decir del poeta Félix Córdova Iturregui, “a la sombra de sus propias cicatrices”.
Veamos.
La educación, así como los sistemas energético y de salud conforman una tríada que naufraga sin remedio. Puerto Rico posee un cuerpo policiaco de dudosa reputación y de un tiempo a esta parte sufre un sostenido aumento tanto de impuestos, servicios básicos, como de su canasta básica. Sueldos estratosféricos a empleaduchos que serían la envidia de cualquier mandatario de Estado latinoamericano, sumado al crimen organizado como telón de fondo, nublan el panorama. Al escenario se asoma el plan propuesto por los Estados Unidos: una junta federal de control fiscal a cinco años que atenta contra todo rastro de democracia.
Recortes, medidas de austeridad, amenaza a planes de retiro, derogación de leyes ambientales, reducción del salario mínimo a jóvenes que se asoman al mercado laboral y un largo etcétera es la opción que sopesa el país del norte en aras de salvaguardar las riquezas de los bonistas. Buitres en busca de carroña. Con esta medida, los Estados Unidos claramente dan a entender que los puertorriqueños no somos capaces de ocuparnos de nuestras propias caídas. Las medidas, empero, no atentan contra la clase política local, sin duda corrupta e inepta, sino que garantizan el pago a los acreedores en desmedro de los ciudadanos. Nada nuevo bajo el sol. Y sin embargo todo nuevo bajo el sol si la sociedad civil se une para frenar semejante jugarreta económica y política.
El letargo en el que andamos preocupa y, en cambio, debería ocuparnos. Se dice que la política es el arte de lo posible. Con poca o ninguna voluntad en las altas esferas por cambiar el rumbo de alrededor de 3.5 millones de puertorriqueños, queda en estos últimos tomar las calles y organizarse. ¿Para qué? Para hacernos cargo de nuestras propias caídas. Nada más. Nada menos.