Operativo adoctrinamiento


Operativo adoctrinamiento (26-5-2016)Todo “cambio” sugiere, a priori y por definición, una transformación desde un estado precedente (cualquiera fuese) hacia un nuevo estado (“resignificación”, sugerí en mi nota anterior) que exprese la novedad (o lo viejo renovado) en un campo intervenido que admite, a grosso modo, tres grandes instancias de respuestas posibles: la asimilación, la negociación, o el rechazo. La teoría política, con sus aplicaciones en la dimensión de la administración pública, ejemplifica claramente esto que expongo, sobre todo, cuando se suceden cambios drásticos no sólo de Gobierno, sino también de concepción y ejercicio de un Estado nacional. Y en Argentina, aquí y ahora, ello se puede apreciar de sobremanera.

Pero a los efectos de la nota, la cuestión sería ¿Qué sucede cuando el cambio resulta tan violento que, en el contexto de un sistema democrático como el nuestro, la mayoría que eligió un presidente y un proyecto político se desencanta casi inmediatamente, producto de promesas incumplidas y de ciertas medidas imprudentes? Sin ánimo de apologías golpistas, pero con la obligación de repasar nuestra historia, seguramente, en otro contexto, el “tarifazo”, la “ola de desocupación” y el veto de la “ley anti despidos” que esgrimió el presidente la semana pasada, en detrimento de lo solicitado por el Congreso, hubiesen causado pronto levantamiento popular.

Pero si algo habrá que reconocerle al reciente Gobierno nacional, es la capacidad de haber desplegado un rápido “operativo” de adoctrinamiento, que tiene en vilo tanto a opositores como a oficialistas desencantados, y que le permite exabruptos materiales y simbólicos casi sin respuestas colectivas verdaderamente masivas; en este último sentido, el 206 aniversario de la Revolución de 1810 ocurrió con una Plaza de Mayo totalmente vallada y colmada de oficiales de seguridad. Vacía. Algo así no sucedía, por lo menos, desde la vuelta de la democracia en 1983. Entonces, ¿A qué le llamo “operativo de adoctrinamiento”, dirá usted?

Entiendo que el primer signo manifiesto de dicho “operativo” fue la decisión política de impulsar despidos masivos, tanto en la esfera pública como privada, con un inquietante carácter sistemático, poco humano, que sembró en cuestión de horas un miedo expansivo de rápido impacto y profunda penetración en gran parte de nuestra sociedad. Con las primeras cesantías de fines del año pasado, se ponía en marcha un siniestro dispositivo de adoctrinamiento y resignación, que según denuncian economistas opositores como Axel Kicillof, tiene como objetivo lograr “un 20 por ciento de desocupación” para “negociar salarios a la baja”, cuando la prioridad sea “conservar el trabajo”.

El ajuste fue «necesario», sugieren funcionarios de Gobierno como el ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay. Las incontables horas televisivas durante las que desfilaron distintos referentes del nuevo Gobierno conformaron el nuevo campo semántico de la pobreza reciente: que todo aquello estable en materia económica era producto de una aparente “fiesta kirchnerista”, y que el «sinceramiento» macro económico actual no iría a escatimar su mano apretujante a la hora de vaciarle los bolsillos al pueblo, en pos de un ambiguo nuevo orden. Mano que fue una caricia, no obstante, para buitres y sojeros.

El «protocolo anti piquetes» no pudo más de improvisado. Sin manifestaciones de protesta social una vez asumido el nuevo gabinete, la medida propuesta por la titular de Seguridad, Patricia Bullrich, pareció más una provocación que una resolución preventiva. Las policías Metropolitana, Federal, Bonaerense y la fuerza de Gendarmería apelan a un criterio selectivo y un tanto confuso a la hora de reprimir: por lo general, «pegan fuerte» cada vez que se expresan minorías o colectivos sociales sensibles que no piden más que un poco de aire, entre tanto sofocamiento institucional. La organización social Tupac Amaru, principalmente en Tucumán, puede dar testimonio de ello.

La justicia advierte, implícitamente, aunque sin pudor, que cualquier relación pública que se haya tenido con el «Estado K» es, mínimamente, motivo de imputación. La activista social Milagro Sala, hace meses presa sin proceso ni sentencia previa, ejemplifica a la perfección este punto. Pero algunos otros artífices comprobados de situaciones corruptas que estén dispuestos a direccionar el dedo mediático acusador hacia la familia Kirchner, hasta pueden lograr relativas libertades, como en el caso de los hermanos Lanatta o de Leonardo Fariña. ¿Qué más decir en este aspecto, si hasta citaron a declarar a la ex presidenta por una causa política difícilmente judiciable?

Los medios no perdonan. Bajo la consigna absurda de cierta (y relativa) «pesada herencia», fomentan el descrédito y una resignificación despreciativa por toda aquella expresión material y simbólica correspondiente a los 12 años «kirchneristas». Y a partir de esa matriz generativa, promueven una suerte de apología de la marginalidad y la aceptación de la misma: notas que pregonan que perder el trabajo es saludable, que vivir en un monoambiente es moderno, que hay que apagar el aire en verano y usar un suéter en invierno si no se quiere sufrir las consecuencias del tarifazo. Una burda anti poética que busca herir aquel “romanticismo” nacional y popular, desde un relato de terror acerca de una gris cotidianeidad que estaría por venir.

Los exabruptos del ejecutivo nacional, a fuerza de Decretos de Necesidad y Urgencia, es doctrina ejemplificadora para el accionar de ministros, gobernadores e intendentes; decretos, resoluciones y disposiciones reflejan la incapacidad creativa y la bruta saña con la que se intenta reconfigurar al Estado en todos sus aspectos, hacia el vaciamiento y el achicamiento estructural, claro está. Lo sucedido con el AFSCA y la democrática Ley de servicios de comunicación audiovisual 26522 fundamenta este punto.

El “operativo” que sugiero, además, comunica sutilmente, una sórdida sinfonía de operaciones sigilosas, encubiertas por el sistema de medios privado, y ahora también el oficial, que se visibiliza muy pocas veces por semana (un alivio para los detractores del instrumento «cadena nacional»), pero que cuando lo hace sacude con una fuerza imprevista que deja a la ciudadanía, opositora y adherente a la nueva gestión por igual, poco más que patas para arriba.  Y de ahí a obedecer, y sanseacabó. ¿O qué alternativas tuvieron aquellos millones que se vieron afectados por el desempleo, la devaluación y la inflación, y que no pudieron acceder a los planes de “tarifa social”?

Por otro lado, es menester aclarar que existe una clara crisis dirigencial en el arco opositor, principalmente visible en las rupturas internas del Frente Para la Victoria, que paraliza la actividad política por falta de organización, y que exige respuestas inmediatas por parte de un Congreso que poco está jugando, entre la inacción y la ambigüedad. ¿La posibilidad? La conformación de un «frente ciudadano», como sugiriera Cristina Fernández de Kirchner, que aún no logra sintetizar una orgánica coherente considerando la rica pero conflictiva heterogeneidad de su posible composición, y la carencia de referentes que trabajen en ese sentido.

Y es entonces que, considerando este escenario integral y complejo, me atrevería a afirmar el “operativo” que propongo deviene inexorablemente en la experiencia de la «alegría» que propuso el cambio allá por noviembre. Una alegría boba, que sentirá usted también, le guste o no: o la abraza, o se resigna. Porque «(…) tal es el fin de todo el condicionamiento: hacer que cada uno ame el destino social, del que no podrá librarse», sostenía Aldous Huxley en su distópica novela, «Un mundo feliz» (1932), en la cual se retrata una sociedad aparentemente armónica, que para ello ha pagado negaciones caras, como muchas de las que hoy, en nuestra realidad, se nos invita a asimilar (salvando las distancias, claro).

Y es entonces que el “operativo de adoctrinamiento” abraza su cometido. La propuesta es sencilla: «la grieta» se cerrará, y nuestros males sociales cederán, si aceptamos unívocamente y sin reclamos ni conjeturas lo que nos ofrece la clase dirigencial, que esta vez coincide con la clase que se ha adueñado materialmente del país durante largos años. Y usted se resigna, quizás, entre otros tantos resignados. Porque es eso, o abrazar sino la angustia del disenso, de la marginalidad y los flagelos que conllevan la lucha, la resistencia, la militancia: una angustia que, como sostenía el pensador danés Soren Kierkegaard, «es el vértigo de la libertad». Personalmente, adhiero a esto último, vertiginosamente.