Río de Janeiro 2016 ha sido motivo de mucho disgusto para buena parte de la población carioca.
Cuando el 2 de octubre de 2009 Río de Janeiro fue elegida como la sede de los Juegos Olímpicos de 2016 en una sesión del Comité Olímpico Internacional realizada en Copenaghue, los miembros de este organismo pesaron, en su decisión, la pasión y la alegría propia de estas tierras sudamericanas. Casi siete años más tarde, en la antesala de los primeros Juegos que van a desarrollarse en Sudamérica, está claro que dicha alegría no es compartida por todos los brasileños.
Lo gráfica así la encuesta que a mediados de julio hizo pública el Instituto de Datafolha, según la cual el 50% de los brasileños se oponen rotundamente a la celebración de los Juegos Olímpicos en Río. El mismo estudio arroja que el 63% de habitantes del país cree que los Juegos Olímpicos traerá más problemas a la economía. En la misma línea,un informe del instituto Ibope publicado nueve días antes de los Juegos señaló que el 60% de los brasileños considera que los mismos traerá problemas al país.
Un análisis superficial podría hacer creer que el descontento de buena parte del público brasileño con ser anfitrión del evento multideportivo más importante del planeta tiene que ver con la coyuntura: una economía en crisis y un escenario institucional que se ha visto convulsionado en los últimos meses, con la salida de Dilma Rousseff del poder como punto culminante. Casi como si la organización de los Juegos resultara una víctima de la realidad que vive el país.
Sin embargo, ahondar un poco más en la cuestión permite apreciar varios focos que han generado rechazo de diferentes sectores de la sociedad. Desde emprendimientos elitistas vinculados a los Juegos hasta promesas incumplidas, pasando por desalojos e inseguridad que también se relacionan con la cita olímpica. El cóctel que hace difícil la digestión cuenta con varios ingredientes intensos. Vale la pena repasar.
Desalojos y violencia en favelas
Pensar en Río de Janeiro es pensar en playas, morros y carnaval. Pero también es pensar en favelas. Y, por ende, en inseguridad. Lejos de traer paz a estas zonas relegadas de la ciudad, los Juegos Olìmpicos se han convertido en una auténtica pesadilla para los habitantes de estos lugares.
Amnistía Internacional denunció 645 muertes por el accionar policial en favelas y más de un centenar en lo que va de 2016. La militarización de los barrios es un fenómeno que no ha cesado ha medida que se acercaba el Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos. Al contrario.
Pero esta no es la única forma de violencia que se ha vivido en las favelas de Río de Janeiro. Allí, muchas personas han sido expulsadas de sus hogares, pese a que las versiones oficiales hablen de un reacomodamiento.
En este tema, el caso emblemático es el de Vila Autódromo, la favela ubicada en la zona el Parque Olímpico. Según el informe de 2015 del Comité Popular de Río de Janeiro para la Copa Mundial y las Olimpíadas, 430 de las 550 familias han sido desalojadas en contra de su voluntad. Todo comenzó allí cuando, en octubre de 2011, la Secretaría de Vivienda anunció que deberían remover a personas. Fueron muy pocos los que aceptaron las condiciones. Vila Autódromo siempre fue un foco de resistencia en Río de Janeiro, aunque esta vez, pese a algunas pocas victorias, el 90% fue sacado de sus hogares y reubicado, a la fuerza, en condiciones poco dignas.
«Debido a estos desalojos muchos niños están viviendo en condiciones deplorables: sin acceso a agua, infraestructuras o posibilidad de ir a la escuela. Esto significa que podrían convertirse en víctimas de explotación, trabajo infantil o violencia sexual», denunció Terres de hommes una ONG abocada a derechos infantiles. En las inmediaciones de Vila Autódromo, donde actualmente está la Villa Olímpica, funcionarán viviendas de lujo. Los negocios de las grandes constructoras han sido uno de los focos de las críticas. Los propietarios de grandes cantidades de inmuebles, los principales beneficiados, como el caso de Carlos Carvalho, dueño de más de 6 millones de kilómetros cuadrados de terrenos entre el Parque Olímpico y los alrededores.
Desigualdades que se acrecientan
El transporte público es un factor fundamental para lograr buenas condiciones de vida en cualquier gran ciudad. Se trata de otra de las materias pendientes de Río de Janeiro que, según reclaman sus habitantes, tampoco ha sido saldada a partir de ser sede olímpica, pese a que las autoridades en la ciudad han hablado de una “revolución del transporte”.
Los trabajos en transporte fueron focalizados en las necesidades de los Juegos Olímpicos, aunque numerosas críticas señalan que no se atendieron las reales necesidades de la población. Las inversiones incluyeron la llegada del BRT (sistema de transporte rápido por autobús, como el Metrobús de Buenos Aires), la expansión de la línea 1 de subterráneos y la construcción de la línea 4. También un tren eléctrico que circula por los principales puntos del centro de la ciudad.
Si bien estos elegantes transportes pueden ayudar a la movilidad durante los Juegos, el evento ya se ha convertido en un dolor de cabeza de muchos cariocas: en octubre de 2015 se eliminaron los recorridos de varias líneas de buses en busca de mejorar el tráfico (uno de los peores del mundo). El argumento fue que muchos colectivos realizaban el mismo trayecto y esto generaba congestionamiento. Sin embargo, se trata de una medida muy perjudicial para muchos habitantes, principalmente para aquellos que deben viajar desde el norte al sur de la ciudad y que con la reducción de opciones deben tomar más de un transporte para hacerlo.
El legado que no existe
Si hay un legado que se esperaría que los Juegos Olímpicos dejaran a su paso por Río de Janeiro es uno en infraestructura y desarrollo deportivo. Sin embargo, se han sucedido críticas que indican que, en la previa de los Juegos, fue la práctica deportiva la que se vio limitada a raíz de las transformaciones que sufría la ciudad. En el informe titulado “Los Juegos de la exclusión”, el Comité Popular de Río de Janeiro para la Copa Mundial y las Olimpíadas señaló los problemas que vivieron en carne propia deportistas amateurs por no contar con sus escenarios deportivos a raíz de la privatización de diversos espacios.
Un ícono en este sentido es lo que ocurrió con el Célio de Barros, conocido como el “Maracaná del Atletismo”, situado precisamente en el “Complejo Maracaná”, cerca del emblemático estadio que albergó dos finales del mundo de fútbol.
En 2013, el estadio fue demolido para construir un estacionamiento que funcionara durante el Mundial. El plan de la empresa Maracanã Consortium era, en efecto, que se mantuviera de esa forma para futuros eventos. Sin embargo, los reclamos y movilizaciones de numerosos atletas para reabrir la pista hicieron que se prometiera una nueva construcción. Sin embargo, hasta el día de hoy, el Célio de Barros continúa cerrado y regularmente los atletas realizan marchas y carreras para concientizar sobre la importancia de tener una pista de atletismo de buen nivel.
Según el informe del Comité Popular, la clausura del estadio y la destrucción de la pista para construir un estacionamiento tuvo un enorme impacto en cientos de atletas cariocas. Entre estos se incluyen atletas de alto rendimiento, que debieron dejar la ciudad ante la falta de una pista que cuente con la infraestructura necesaria para entrenar.
La conclusión del informe es contundente: dicen que, “bajo la cortina de humo de los Juegos Olímpicos, se violan los derechos al deporte y se conforma una sociedad desigual y elitista”.
La Bahía de Guanabara, la deuda ecológica
Uno de los ejes de la postulación carioca fue el del cuidado ambiental. Sin embargo, este fue, paradójicamente, uno de los que más problemas llevó a la organización, especialmente al hablar de una disciplina: el yachting. Tanto, que en numerosas ocasiones se especuló con cambiar la sede elegida de la Bahía de Guanabara, bautizada por el biólogo Mario Moscatelli como “una letrina gigante a cielo abierto”. (Buzios, incluso, esbozó una propuesta como sede alternativa).
El sueño de Moscatelli (quien sigue el tema desde hace mucho) y de muchos otros ambientalistas, era que los Juegos Olímpicos fuesen la oportunidad para que la ciudad saldase una vieja deuda con una zona caracterizada por paisajes imponentes pero aguas sumamente contaminadas.
Las promesas fueron en esa línea: originalmente se decía que iban a sanear el 80%de esta bahía en la que desemboca la basura de las favelas de alrededor. Ya un año antes de los Juegos estaba claro que no se alcanzaría aquel objetivo. Algo que lleva a preguntarse a dónde fueron los 910 millones de dólares que se habían asignado para tal tarea.
Las competencias internacionales previas no fueron un buen termómetro y hasta hubo regatistas, como el coreano Wonwoo Choo o el alemánErik Heil quienes debieron ser hospitalizados a causa de la contaminación.
Comenzaron a pensarse soluciones provisorias, como barreras contenedoras, y a rogar por que la lluvia no haga estragos. En julio, el gobierno del estado de Río de Janeiro admitió que apenas se logró un 49% de despolución. Si bien se señalaron que la bahía estaría en condiciones mínimas para competir, no se ha logrado sanear la bahía para que, si alguien cayera por accidente en sus aguas, quede sin peligros para su salud. Algo que no solo es una amenaza para el yachting, si no para tanto turista que andará dando vueltas por una zona emblemática de la Ciudad Maravillosa.