Necesitamos más sentimientos. No solo sentimientos, sino que sentimientos nobles de unos para con otros. No solo sentimientos nobles, sino aquellos que generen colectividad. Y todo esto es urgente. Y – ¡más claro que nunca! – todo movimiento en esta dirección no solamente será recibido con los conocidos miedo y menosprecio a lo nuevo, sino con la histórica violencia de los que se creen dueños de este mundo censurado, enjaulado, dividido. ¿Qué huellas queremos dejar, luego que nos vayamos de esta corta vida? ¿Nuestro legado será de coraje o cobardía?
No es acaso que coraje y corazón compartan el mismo prefijo. Nuestras motivaciones van de la mano con nuestros deseos, pasiones e impulsos. Todo lo contrario a ello podemos encuadrarlo en el imperio de las razones, cuyo significado más utilizado por matemáticos que por filósofos – división, fracción, parte de un todo – designa bien lo que queremos expresar. Nos ha advertido Nietzsche, en más de una obra suya: entender la realidad como una sombra del mundo perfecto, siguiendo a Platón, es per se el principio de nuestra tragedia.
No se quiere decir con esto que de nada sirvan las razones. En Brasil, una antigua propaganda comercial de neumáticos para autos decía que potencia no es nada sin control. Bien dicho. Difícil sería arreglarnos existencialmente – y a nuestras confusiones internas – sin fuerzas que nos ayuden a frenar nuestros impulsos, argumenta el mismísimo filósofo del martillo. Pero la fuerza motriz de los autos es la combustión, la explosión que hace mover los pistones, la transferencia del movimiento a los ejes y, finalmente, el empuje a las ruedas. Neumáticos y frenos – vale la repetición – son mecanismos de control, no de acción. ¿Hasta cuándo vamos admitir el engodo que nos hace confundir las dos ideas?
Nuestra vitalidad depende del cultivo de nuestras emociones, no de nuestros frenos. Durante una entrevista concedida a un periódico brasileño, hace unos veinte años, otro alemán, Hans-Joachim Koellreutter, músico conceptualista, vivaz e influyente como pocos en el escenario internacional, afirmaba sin rodeos: Europa envejeció, y ya no crea nada, tiene pavor a la falta de control que anda de mano con las pasiones. Y la pasión es lo que busco para mi música. ¿Tendremos también nosotros la fracción educada en los patéticos moldes griegos, que ahora ocupamos los lugares de liderazgo, enterrando nuestras ganas, sucumbiendo ante los argumentos engañosos que nos quieren como ovejas mansas?
Las cúpulas de las corporaciones financieras, de alimentos y combustibles, cuya plata alimenta desde las arterias más gordas a los capilares más insospechados entre nosotros, utilizando la sangre de miles de trabajadores, conocen los mecanismos de dominación con la palma de sus manos. Detienen los medios de convencimiento y de represión, porque son los financistas de todo el juego. Generar conciencia acerca de estos hechos será siempre el primero de todos los desafíos. Mucha gente evita admitirlos, sencillamente porque no saben qué hacer cuando sienten el vacío que este tipo de realidad nos provoca. Sus creencias están ancoradas en dos equívocos: la idea de que problemas muy grandes se sanan con soluciones del mismo tamaño; y el inmediatismo, que nos impide estructurar algo para plazos mayores. Los cobardes se esconden tras la sentencia del no hay nada qué hacer para cambiarlo. Esta razón es suficiente para quitarle el compromiso con sus propios objetivos.
Demoler, personal y socialmente, a estas dos creencias puede ser lo más sano y provechoso que hagamos por nosotros.
Muchas de las mejores soluciones para nuestros problemas nada tienen que ver con ellos. En mis charlas o secciones de coaching, a veces me utilizo del ejemplo de una persona que se quedó trancada en su casa, tras su compañero o compañera haber llevado las llaves por engaño. La persona que no logre desplegarse del hecho de que está encerrada en su casa, de que llegará atrasada en su trabajo, o perderá su consulta médica… no será capaz de buscar a un servicio cualquier de un profesional que pueda abrir los candados, o destrancar sus puertas. Para este y otros tantos casos, la solución pasa lejos del problema en sí. Vasta argumentación nos da el Profesor Paul Watzlawick, en su libro El Sinsentido del Sentido.
En cuanto a las trágicas consecuencias de nuestro inmediatismo podemos prescindir de mayores comentarios. ¿O será novedad para alguien el dato de la ansiedad entre las enfermedades del siglo? El ejemplo ahora viene de un coach financiero, bien conocido aquí en Brasil, quien pregunta a su platea, en una de sus presentaciones ¿Cómo piensan ellos que pueden hacerse ricos? El 99,99% de las personas responde ganar en la lotería. El coach retruca: por la respuesta de ustedes, queda evidente que asimilaron mi pregunta, de forma sutilmente distinta a la que he anunciado. Me respondieron cómo piensan que pueden hacerse ricos inmediatamente. Andamos tan apegados a nuestras limitaciones, que dejamos de ver lo evidente: podemos hacer fortuna mejorando nuestras acciones, cambiando hábitos costosos, mejorando nuestras decisiones, ampliando nuestras redes. ¿Las perspectivas de la vida, tomadas desde un hoyo, serán iguales a las que tenemos desde una cima de montaña?
Si logramos deshacernos de estas creencias limitantes, de estas perspectivas mezquinas, estaremos enfrentando, con bastante dignidad, otra de nuestras grandes dificultades: dejar, de una vez por todas, la razón que nos dice que la gente no está preparada para el cambio. ¡Nosotros somos la gente! Somos los únicos interesados en el cambio, tenemos la fuerza y los talentos para promoverlo, y si no lo hacemos, nadie lo hará por nosotros.
Más que nunca, necesitamos unos de los otros. Necesitamos perspectivas que construyan colectividady que sean integradoras de autonomías. Tenemos mucho que hacer. Y que lo hagamos de la forma más amorosa posible. De corazón a corazón.
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#porLatinoAmerica es un colectivo empeñado en nuestro cambio de comportamiento y de mentalidad, por entender que, sin ellos, hasta las acciones legales, que buscan reparar deudas históricas con las minorías, pueden permanecer inocuas.