Más amiga de las FORMAS que de los CONTENIDOS, nuestra Vanidad sigue dictando los rumbos de nuestras jornadas más importantes. ¿Seremos capaces de recriarnos, jugar de forma limpia y digna nuestros anhelos? ¿O estaremos siempre envueltos en intrigas, guerras, seducidos por el oro de los tontos (1)?
Entre los mitos griegos, consta la narrativa del matrimonio del Rey de Tesalia con la ninfa Thetis. Todas las divinidades olímpicas fueron invitadas, a excepción de Eris, nadie menos que la diosa de la discordia, quien, en respuesta al desafecto de los novios, no pudo elegir más efusiva venganza: el día de la celebración, mientras todos se divertían, hizo llegar a la mesa del banquete una manzana de oro, acompañada de una pequeña nota, donde se leía ¡A la más bella! No es necesario narrar toda la confusión armada a partir de entonces, por todas las diosas que se autoproclamaban la más bella, no solamente de la fiesta, sino de toda creación. Tan cierta y evidente es nuestra mitológica debilidad para la ganancia y la vanidad, ¿no les parece nuestra capacidad para subestimarle el poder de corrosión?
Hace unos días, una amiga finalmente logró la solución para los dolores y punzones que le tomaban el cuello, se extendían por el pecho, hasta alcanzar las piernas, incluso echándole a la cama por días. Al inicio, la atendió un médico de un hospital de emergencias. Tan macerados nos encontramos por las ideologías de masa, que ya encontramos normalque un médico no especialista– ¿a qué punto llegaremos? – no nos haga más que solicitar un rayo X, nos pase un analgésico, antiinflamatorio cuando mucho, y nos mande de vuelta a casa. Y aquí mi primer cuestionamiento: ¿Habrá algo, más allá de la ilusión de buena platao la sencilla vanidad, que oriente el avance de estos dioses doctores? Todo gana ares de tragedia, si consideramos lo que dice un amigo de familia – y médico retirado – en cuanto a los hospitales y planes de salud: ¿Cómo mantener las cifras a que están acostumbrados los inversionistas, sin los ciclos de enfermedades, la correspondiente demanda por medicinas, y no cualquier medicina sino las que preserven estos mismos ciclos?
Nos acostumbramos a llamar ciencia a cualquier trabajo desarrollado en universidades, mismo a las más ridículas investigaciones académicas que no pasan de acuerdo entre un alumno u orientando y un profesor orientador, a quien cabe transformar un ambiente propicio a la socialización y estudios, en algo muy próximo a un castillo de egos y vanidades. Como bien se advierte por aquí, si queremos saber las preferencias o tendencias sociales del brasileño común, más eficiente que muchos artículos académicos será leer de estas revistas baratas, compradas en quioscos de cigarrillo.
Para suerte de mi dolorida y acamada amiga, tras haber pasado por seis especialistas, lejos de estos profesionales e instituciones viejas, clasistas, es posible encontrar a gente de curiosidad y alma científica de verdad. Cómo ya no tenía nada a perder, aceptó una consulta a una osteópata, alguien con entrenamiento para encontrar desvíos de postura y otros asuntos relacionados a los huesos, me dijo. Según el diccionario, Osteopatíatratase dedisciplina de la medicina alternativa, una vez que sus principios filosóficos son distintos a los de la medicina tradicional. ¡Quizá un poco de luz medió a tantas sombras! grito yo. O que me dicen Uds: de una consulta nomás necesitó la profesional de medicina alternativa para identificar el origen del dolor de su paciente. Usando los propios dedos para tocar el cuerpo lleno de dolor, preguntó a su dueña si había sufrido algún choque recientemente. Sí, mis lectores y lectoras: ¡osteópatas tocan a sus pacientes! ¡Que absurdo! dirán los doctores, académicos y filósofos. Sí, le respondió mi amiga, mientras manejaba, necesitó hacer una frenada brusca. ¿Qué tendrán estos hechiceros en sus dedos? Simple: alternativasa la confusión creada por los académicos, estos tratamientos usan de perspectivas y horizontes más amplios, tienen a la persona y a su salud como protagonistas, no a la enfermedad. Más importante para nuestra argumentación:su lenguaje, bien más simbólica que denotativa, acoge un movimiento de integración, convergencia, no el de análisis, separación y clasificación con que los académicos se van hundiendo. Y no es que los antiguos griegos no supieran de esto, sino que, históricamente, los lados más pobres y sombríos de nuestra compleja condición humanafueron ganando apoyo de argumentadores cada vez más fuertes, mientras sus performances iban de la mano con las ganas de control de los aristócratas de su época (2). Es Paul Watzlawick, Hermesde las modernas perspectivas y sistemas de Comunicación, quién nos habla desde su libro El Lenguaje del Cambio:
Entre todos los pensadores de aquella época, el que más se acercó al moderno concepto de comunicación terapéutica fue tal vez Antifonte de Atenas (480-411)… Dejaba primero que los enfermos hablaran de sus padecimientos y luego les ayudaba con una forma de retórica que utilizaba tanto a forma como el contenido de las manifestaciones del enfermo, de tal modo que en un sentido absolutamente moderno, las ponía al servicio de la reestructuraciónde lo que el enfermo tenía por ‘real’ o ‘verdadero’.
¿No se sienten, conmigo, un tanto estúpidos, al saber de voces y miradas tales sofocadas bajo estas capas de ignorancia y control, disfrazadas de sabiduría filosófica, científica?
Y antes que me tomen por otro Bruno (3) al que sacaron la lengua bajo la acusación de defender herejías, mientras lo que hacía era defender tesis teológicas, ojo: lo que aquí defendemos va lejos de cualquier retorno de abordajes religiosos, espiritualistas, o las nuevas tonterías vendidas como física cuántica. Cuando gritamos por una revolución uraniana, aludimos a la necesidad de una ¡revolución de los sentidos! ¡De nuestros rumbos, direcciones! De algo que bien puede ser entendido como una oposición real a la masificación que nos enferma, nos saca los sueños, las posibilidades, cuando no nuestra Dignidad misma.
Con los griegos nuevamente: Urano, dios de creación segundo la mitología olímpica, tiene mucho de su simbología – sobremanera entre astrólogos y astrólogas – asociada a las invenciones, novedades, tecnologías… y todo lo relacionado a los sentidos de las cosas. Esta fue, entre otras razones, la que me hizo escoger el título de esta nota. P. Watzlawick nuevamente, en su obra El Sinsentido del Sentido o El Sentido del Sinsentido, ahora citando a Einstein:
“Es imposible recoger en una teoría sólo magnitudes observables. Es más bien la teoría la que decide lo que uno puede observar”. Y Heisenberg mismo escribirá más tarde que “La realidad de la que podemos hablar jamás es la realidad en sí, sino una realidad sabida, o incluso, en muchos casos, una realidad configurada por nosotros mismos”. (…) Por otro lado, no hay la menor duda de que una vida sin un supuesto sobre la realidad – es decir, sin un sentido – es insoportable. El aburrimiento es la forma más sutil de temor y de vacío. De ahí nuestra permanente búsqueda de sentido.
Permítanme seguirlo: de ahí tanto esfuerzo y dinero para mantenernos masificados, ciegos, sordos, atados a la pluralidad de la vida, presos a ideologías y objetos – falsos espejos – que nos hacenverimágenes repetidas, vacías de fuerza y significado, sin cualquier sentido para nosotros, pero culturalmente convincentes, sicológicamente reconocibles, tras tamaño bombardeo.
Sublevémonos contra toda ideología o creencia que se antepone a nuestra individualidad. La moral que se funda en caridades será siempre un espejismo, algo que nos distraiga de nuestro verdadero desafío: construir colectividad, sin ceder de nuestro poder personal; con-vivir, co-criar de forma integrativa, entendiéndonos distintos, pero horizontales, dignos de reconocimiento mutuo. Que no nos contentemos con las migajas que nos tiran, para vernos domesticados. Pongámonos en marcha por más dignidad y colectividad. No solamente por una sino ¡por tantas revoluciones cuantos sean nuestros Sentidos!
¡Evoé!
(1) Traducción libre para Ouro de Tolo, expresión bastante conocida y popular en Brasil.
(2) La idea no es mía, es de Nietzsche, pensador que, como ningún otro, supo mostrar la inversión de valores que soporta o subyace a la buena novedad de Sócrates, en su época.
(3) Giordano Bruno