¿A donde han escondido las flores?
No hay nada armado, lo que se vio es lo que existe. Estuve durante el día entrevistando a 5 familiares con hijas desparecidas denunciadas por abusos de todo tipo. Así espere la sentencia, escuchando a esas familias, a esas madres, hermanas y padres que buscan a sus hijos que hoy no están en sus hogares. (Leer más)
¿A donde han escondido las flores?
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No hay nada armado, lo que se vio es lo que existe.
Estuve durante el día entrevistando a 5 familiares con hijas desparecidas denunciadas por abusos de todo tipo.
Así espere la sentencia, escuchando a esas familias, a esas madres, hermanas y padres que buscan a sus hijos que hoy no están en sus hogares.
Los vi peregrinando por la fundación María de los Ángeles, luego a todos ellos los vi fuera de Tribunales, esperando el fallo “ejemplificador”.
Susana es una mujer dura, con rasgos duros que no se le van cuando se apaga la cámara.
Susana la sufre y extraña a su hija siempre, porque lo vi, conviví con ella. Susana sonríe cuando se le tiran encima sus “nietos o hijas del corazón” que la miman y agradecen y le piden que se cuide porque “si a usted le pasa algo nosotras nos morimos doña Susana”.
Tres veces salimos de la fundación a la sentencia, porque ese día tres veces cambiaron el horario para escuchar lo que después se escuchó.
En la fundación cada vez más personas se acercaban a apoyar, a dar ánimo, se habían repartido por iniciativa de unas de las victimas la letra de “y todavía cantamos” para ir todos juntos cantando a tribunales… la emoción se respiraba en el aire.
Avisaron que el gobernador después de la sentencia haría una ágape en el salón Blanco de la gobernación. Eran, por lista, 70 invitados.
Los distintos medios de comunicación se hicieron presente, más de 230 periodistas acreditados de todas partes del mundo.
Salimos al tercer llamado, llegamos a tribunales, nos avisaron que los imputados, al igual que en los clásicos de fútbol, habían ingresado por otra puerta y que estaban adentro. Hicimos cola frente a los tribunales. Susana era la primera y estaba escoltada por dos de sus abogados. En ese grupo estábamos periodistas, representantes de Derechos Humanos, funcionarios, y gente que se acercaba a saludar, otra vez los familiares que buscan a sus hijos, otra vez ellos, los rostros humedecidos por las lágrimas nos pedían ayuda, y le daban fuerza a Susana.
El que pasó por la experiencia de entrar a un recital, donde hay empujones, entenderá lo que se siente. Así estábamos después de tres horas esperando.
Unos de los abogados, José D´Antona, después de varios pedidos, logró que la policía que se encontraba dentro del tribunal se acerque, pero el “cana” se le rió cuando D´Antona le pide que nos habra la puerta.
A mi lado tenía a dos madres de Plaza de Mayo, muy viejitas, cansadas de esperar. Hacía mucho calor por lo que comenzamos a abanicarlas con las hojas donde estaba escrita la canción que se había pensado cantar. Pedimos entrar, hasta que logramos hacerlo. Tenían una lista con nuestros nombres, yo era el numero 23. A las Madres no las querían dejar pasar porque no estaban acreditadas. Subí unas escaleras empinadas de mármol. La sala quedaba un piso más arriba. Un cordón policial no nos dejaba pasar. Nadie sabía por qué. La madre de Miguel Bru llevaba una foto de Marita Verón en la mano, y decidió como muchos esperar sentada en las escaleras.
Los medios de todo el mundo ingresaron. Me llamaron periodistas mexicanos que seguían la trasmisión, me preguntaban qué pasaba, por qué estábamos en unas “gradas”.
Todo era raro, grotesco y la policía ahí, reía. Nadie me lo contó, lo vi.
Decidieron dejar pasar a Susana, a sus abogados y a algunos funcionarios a la sala a la que también ingresé después de casi una hora de espera.
La policía nos pidió los celulares, los guardó en una bolsa de papel madera, y nos revisó el bolso. Ingresé con las Madres de Plaza de Mayo que caminaban lento y eso ponía nervioso a las “autoridades” que por alguna razón nos decían que había que apurarse.
Me senté junto al abogado Carlos Garmendia, que luego cedió el lugar a un señor mayor.
A mi derecha vi que un cordón policial integrado por hombres y mujeres de contextura pequeña, nos separaban de los imputados.
Llegaron los jueces.
Leyeron las condenas, no las justificaciones.
La primera absolución fue para una señora que llegó a declarar con nariz de payaso. A esa señora le avisaron que quedó libre, vi a un joven festejar mientras hacía la señal de la cruz y decía “se hizo justicia”.
Siguieron las absoluciones, la gente que me rodeaba comenzaba a llorar, los que estaban festejando gritaban cada vez más fuerte y reían de felicidad, imagen fellinesca que quedará en mi memoria para siempre.
Cuando terminó de hablar la señora que leyó la sentencia, se escucharon los gritos y amenazas de los imputados que corrieron hacia Susana y sus abogados. El grupo de policías no los podía contener, salimos como delincuentes, yo abracé a las dos Madres que decían “son los jueces de la dictadura”, la mamá de Miguel Bru con lagrimas en los ojos y la foto de Marita en la mano los enfrentó, gritando, “Se hará justicia, no les tengo miedo, digan donde está Marita”
Salimos de la sala. Nunca pude llorar, hace tiempo que esta era una “crónica anunciada”. Las pruebas de que este juicio no llegaría a nada estuvieron ahí. A pesar de que soy por demás positiva así lo sentía a medida que se acercaban los días y veía y oía a quienes tuvieron que haber hecho y no hicieron.
Los premios, las distinciones, no devuelven a Marita.
La no sanción a las burlas de los imputados, el pedido de la defensa a los “jueces” a que no hagan caso a el spot de la trata que grabó Micaela Verón, el tatuaje de Micaela -que se hizo en honor a su madre – generó una extraña reacción en los imputados…
Los meses que duró el juicio. Y por últimos esas horas de espera…
Salimos, afuera la gente indignada. Quería ver a Micaela, una nena que busca a su mamá que fue raptada por una red de trata, más de 140 testigos afirmaron esto.
Entré a la Fundación, la sensación era de velatorio, de muerte… Pensaba en las victimas, el miedo que sentirían. Micaela estaba acompañada por una terapeuta. La gente se indignaba, los teléfonos no paraban de sonar.
Vi llorar a muchos hombres esa noche. Algunos comentan que llamó Michelle Obama. Que llamó Cristina. Se convocó a una marcha para el día siguiente.
Salió la prensa, ingresó el gobernador de Tucumán, José Alperovich, con su custodia. Se encerraron en unas de las oficinas con Susana y abogados. Al rato salió Alperovich mirando para abajo, con los ojos rojos , su rostro desencajado, como aturdido. Se le había avisado a la prensa, que esperaba en el primer piso, que tanto Alperovich como Susana hablarían para ellos. Sus custodios se miraron y nos miraron, no sabían que hacer, el gobernador, salió, tomo la puerta y se fue.
Todavía cantamos
Todavía cantamos, todavia pedimos,
todavía soñamos, todavía esperamos.
A pesar de los golpes que asestó en nuestras vidas el ingenio del odio,
desterrando al olvido a nuestros seres queridos.
Todavía cantamos, todavia pedimos,
Todavía soñamos, todavía esperamos.
Que nos digan a donde han escondido las flores
que aromaron las calles persiguiendo un destino.
Donde, donde se han ido.
Todavía cantamos, todavia pedimos,
Todavía soñamos, todavía esperamos.
Que nos den la esperanza de saber que es posible
que el jardin se ilumine con las risas y el canto
de los que amamos tanto.
Todavía cantamos, todavia pedimos,
Todavía soñamos, todavía esperamos.
Por un día distinto sin apremios ni ayunos
sin temor y sin llanto y por que vuelvan al nido
nuestros seres queridos.
Todavía cantamos, todavia pedimos,
Todavía soñamos, todavía… esperamos.
Víctor Heredia