Argentina justa con la masacre armenia
La justicia argentina, en un fallo del juez Norberto Oyarbide, sentenció de manera definitiva que la masacre de armenios por parte del estado turco entre 1915 y 1923 entra en la categoría de genocidio. El caso, si bien es conocido, estuvo marcado por la tenaz resistencia turca, que se mantiene hasta hoy, de reconocer lo sucedido en aquella época. Aquí, un repaso de los acontecimientos.Hacía un año ya que la Gran Guerra, aquella que acabaría con todas las guerras pero solo terminaría provocando una aun mayor, había comenzado a desangrar Europa. El viejo continente era el teatro de operaciones mas grande de la historia en el que los imperios centrales por un lado (Alemania, el Imperio Austro-Húngaro y el imperio Otomano) y la triple entente formada por Gran Bretaña, Rusia y Francia, dirimían sus disputas. A principios del siglo XX, la población armenia se encontraba distribuida entre los imperios Ruso y, en mayor número, Otomano. No hay cifras exactas y los cálculos oscilan entre uno y tres millones de armenios viviendo en la actual Turquía, especialmente en la zona de Anatolia.Tampoco están claras las razones que llevaron a la “solución final” de la población de origen armenio. Decir, como se afirma en varios trabajos, que la causa era que los armenios eran católicos y los turcos musulmanes, es una mera simplificación de algo mucho más complejo. Los responsables de las masacres, sin reconocer que esta existió, se refieren a la traición armenia, o sea, a una supuesta colaboración con los rusos, enemigos de los otomanos en el frente del Asia Menor.El imperio Otomano estaba desde 1909 bajo el control del Comité de Unión y Progreso, conocido como Jóvenes Turcos. Estos estaban encabezados por Mehmet Talaat, Ismail Enver y Ahmed Jemal, hombres provenientes de sociedades secretas universitarias que habían derrocado al sultán Abdul Hamid II.Lo cierto es que ante la pérdida de grandes cantidades de territorio en Europa, los turcos se vieron obligados a reforzar el corazón del imperio. Una especie de vuelta a las fuentes que requería la conformación de un territorio que incluyera a los pueblos de origen turco-mongol (los actuales países de Turquía, Uzbekistán y Tayikistán). El problema era que en el medio de ese cinturón se encontraba el grueso de la población armenia.Durante la noche del 24 al 25 de abril de 1915, cientos de intelectuales, profesionales, religiosos y otros ciudadanos destacados de origen armenio, fueron arrestados por la policía turca y forzados a movilizarse hacia el interior del imperio Otomano donde fueron asesinados. Estos formaban parte de una lista confeccionada por la autoridad imperial y sumaban unas 235 personas, aunque solamente durante la primera noche fueron arrestadas más de 800. El plan era decapitar a la sociedad armenia, privándola de sus líderes e impedir que las noticias llegasen al resto de Europa.El segundo objetivo fueron los hombres. El gobierno turco, con el pretexto de la guerra que se estaba llevando a cabo, ordenó la conscripción de todos los hombres de entre 16 y 60 años. Habitualmente quedaban exentos del servicio aquellos que pagaban una tasa, sostenes de familias numerosas o inaptos físicamente. No obstante esto, no existió ninguna excepción y los armenios fueron a parar a las denominadas “brigadas de trabajo”, fuera del frente de batalla pero expuestos a un peligro aún mayor. Fueron obligados a construir caminos y edificios en condiciones extenuantes y sin una alimentación adecuada, lo que llevó a la muerte a miles de ellos.En último término quedaron las mujeres y los hombres que habían logrado sobrevivir. La metodología fue prácticamente la misma. Se los obligó a recorrer inmensas extensiones de desierto rumbo a Arabia e Irak, descalzos y mal alimentados. Miles de mujeres fueron violadas y hasta hubo casos de barcos cargados de deportados hundidos intencionalmente en el mar.Si la cifra de la población armenia en Turquía es inexacta también lo es la de víctimas. Se habla de alrededor de un millón y medio de personas, por lo que, si tomamos la población máxima estimada, solo la mitad de ellos sobrevivió al genocidio. Una sola de estas muertes bastaría para condenar la responsabilidad del Estado, pero el número final causa escalofríos.Desde el primer momento de la operación de exterminio y hasta el día de hoy, el estado turco se encargó de silenciar los hechos. No se habla más que de un enfrentamiento entre dos pueblos, algo fácil de refutar a las vistas de que las víctimas pertenecen a un solo lado. Turquía ha protestado ante cada país que tiene el atrevimiento de reconocer el genocidio (que en casi un siglo fueron muy pocos) diciendo que esto solo supone una traba para la normalización de las relaciones con el actual estado de Armenia. Todo sin detenerse a pensar que el deterioro de dichas relaciones no está en reconocer el genocidio sino en cometerlo.AutorIgnacio Genizinfo@medioslentos.com