Lula en la cárcel. Es todo lo que se escucha por aquí. De unos, lo escuchamos en tono triste, casi lloroso. Y están los que gritan como si estuvieran en una fiesta. Y están los que trincan los dientes, en un regocijo entre odio y descaro. No faltaron los fuegos en las calles, mientras las redes de televisión promueven la pirotecnia escénica, masiva, lúgubre. Pensé que no asistiría a tamaño absurdo: la nata de jefes de latifundios, de dueños del agro-negocio, los detentores de las redes de comunicación de manos y a carcajadas con la gente asalariada de Brasil – el país de las bananas. ¿O país de LOS bananas?
El día 7 de abril de 2018, cerca las 18.40h. Caminando, el ex mandatario Luis Inácio Lula da Silva dejó la sede del Sindicato de los Metalúrgicos, en la región del ABC, São Paulo, lugar donde empezó su ascenso político, hasta ocupar el cargo mayor del Poder Ejecutivo brasileño.
Finalizó así un capítulo importante del golpe blanco que viene tomando, con bastante gracia y rapidez, las instituciones en Brasil, pese a todos los spoilers bastante difundidos entre todos de acá. “Una vez derribada la presidenta, van a dejar a Lula inelegible”, dijo el fallecido Carlos Araujo, ex diputado socialista. “Hay que hacer un gran acuerdo, para sacarla [a Dilma Rousseff] de allá, incluyendo el Supremo Tribunal Federal”, fueron las palabras del senador Romero Jucá, brazo derecho de Michel Temer.
El tema no es trivial para nada. Y pese a la pésima calidad de las ediciones y toda carga ideológica de los canales de televisión nacidas y desarrolladas a partir de los regímenes militares como la Globo, o demás periódicos en Latinoamérica, cuyas historias se cruzan en escándalos con el WaterGate, como El Mercúrio chileno, hay muchos también que llevan su labor con dignidad, sin tener a la cola presa – como en Brasil se dice popularmente – a ningún grupo millonario. Profesionales que respetan a sus lectores, y tienen real compromiso con lo que investigan. A sus encargos dejemos la información, que a nosotros nos interesa más nuestra formación.
¿Seremos capaces, algún día, de cambiar nuestra percepción de prisioneros, de colonizados que somos, y pensar y actuar como gente libre?
A cada capítulo de este triste y generalizado avance de la vieja política en nuestro continente, más gente queda paralizada, esto cuando no pasan a apoyar a sus verdugos activamente. Gente que vive de salarios miserables, pero apoyan a las deformaciones a las que eufemísticamente llaman Reforma Laboral. Funcionarios públicos que gritan por privatizaciones, como si la eficiencia de las empresas dependiese no de mayor calificación, ciencia y tecnología al alcance de todos, sino de pasarla a las manos de grupos extranjeros – ¡new colonizadores! Personas que reclaman pagar tajas e impuestos abusivos, pero se hartan cuando quedan atrapados en el tránsito a causa de manifestaciones de repudio a los abusos. ¿Es que nos zambullimos ya tan a fondo que perdimos el contacto con la claridad? ¿Qué pasa si, ya a la fundación misma de esta cultura griega, tan ciegamente defendida como perversa, nos advertían los supuestos amigos de la sabiduría en cuanto al riesgo de quedarnos cerrados en nuestras cavernas? ¿Cómo explicar que moradores de las comunas más pobres se burlen de los vecinos que salen en los noticiarios policiales? ¿Qué hacer cuando, en pleno siglo veintiuno, actuamos bajo la prehistórica fórmula del chivo expiatorio, cristianamente esperamos al salvador, eximiéndonos de toda responsabilidad?
Permitan todavía una palabrita a este vil ciudadano que les escribe: si no somos por nosotros, nadie lo será. Condiciones cuidadosamente construidas por generaciones y generaciones de nobles, banqueros, terratenientes no se deshace de una sola vez. No se trata de la culpa o inocencia de Lula, mas de nuestra capacidad de averiguarlo, bajo un ordenamiento jurídico y político hecho para y por nosotros. No se trata de apoyar al único presidente brasileño de origen pobre, o de crucificarlo como Rey de los Ladrones, sino de generar accesos para el avance de interesados y calificados para gobernar, para la formación de líderes capaces de formar y administrar colectividades.
No se trata de repetir y repetir viejas prácticas, dejarse conducir por la falacia de la seguridad, cuando en verdad apoyamos a la cobardía y al miedo, sino de preguntarnos: ¿Qué cantos nos liberan del destino de servir?