A Mitsue la conocí cuando viajé a Japón, tomé el tren más veloz de la Tierra, que va de Tokio a Hiroshima. Fue una de las cosas más maravillosas que he vivido.
Ella es enfermera y trabaja como voluntaria en el Museo para la Memoria, y como todos los profesionales de esa ciudad, tiene que colocarse un delantal azul marino durante dos horas a la semana para contarles a los niños de su país por qué esa localidad es tristemente célebre.
Mitsue no paraba de sonreír, no hablaba casi inglés pero se las arreglaba para comunicarse ojeando una libreta en donde tenía apuntada la fonética de algunas “palabras necesarias” para cualquier conversación. Cuando éstas no le alcanzaban recurría a su marido Kurisu, Presidente de la Asociación de neurocirugía de esa ciudad y especialista en las secuelas que deja la radioactividad en los genes. Él asiste al voluntariado los días miércoles.
Mitsue y Kurisu contaban que las palabras son la base de su cultura, por eso se enseña a pensar antes de hablar, a meditar cuando utilizarlas, y a hacer entender de esta forma a los jóvenes qué les pasó en realidad… “Somos lo que decimos y si no le contamos al mundo lo que pasó, no somos nada. Pero si no perdonamos y seguimos adelante, menos”, me dijo Mitsue arrodillada sobre una pequeña alfombra en la que se veían flores de sukura, la flor nacional, bordadas en el paño color lila. Según un estudio hecho por la Universidad de letras japonesas, la palabra más usada en ese país es “gracias”.
Cuando en el 2011 nos arrasó la noticia del sismo y el tsunami en Japón, no dejé de pensar en ellos, e intenté comunicarme por todos los medios. El primer ministro, Naoto Kan, se dirigió por televisión a la nación para hacer un dramático llamamiento a la unidad de sus 120 millones de ciudadanos. Kan reconoció que la suma del terremoto, el tsunami y el peligro nuclear habían desatado «la peor crisis desde el final de la II Guerra Mundial».
Gracias a la tecnología y a la imaginación di con Mitsue y Kuriso. Ambos estaban bien, confesaron haber tenido miedo, ellos eran conscientes de que el problema de la radiactividad era más peligroso que la ola gigante. Hiroshima se había preparado para recibir a las personas afectadas, y sabrá el destino cómo harán aquellos sobrevivientes para, además, tener que cuidarse y cuidar a los afectados.
Si los abrazos pudieran en verdad viajar por el tiempo a la velocidad de la luz, y cobijarlos sin morbo, con respeto, sin imágenes que duelan, todos los que hacemos Medios Lentos y quien les escribe los estaríamos abrazando.
Esta entrega tiene mucho de abrazo largo para vos, que te tomás tu tiempo, porque se abraza a través de la pasión, de la lucidez, de la expresión, de entender que si no se quiere no se vuelve a recuperar lo que se quiso perder, entender que la lealtad es mucho más que una palabra, es una forma de vivir.
Nadie tiene nada garantizado. A veces estando en casa nos podemos sentir muy lejos. La banalidad esclaviza, pero por suerte en general la trama importa más que el desenlace.
Cuando me enteré que el presidente de los Estados Unidos viajaría a Hiroshima pensé en lo reparador que sería para ese pueblo la palabra “perdón”, pero leí que Obama había dejado claro que no pediría disculpas, y no las pidió. Tampoco, en su mensaje en favor del desarme, quiso hacer referencia a conflictos del presente.
A Mitsue, a Kuruso, a los amigos nipones, a todos ellos que conocí les envío un abrazo de los que sanan, de esos que viajan a la velocidad de la luz, deseando que las imágenes, (muchas de ellas innecesarias) usadas hasta el hartazgo por los medios sirvan para arrasar con la tilinguería, el snobismo de los que no entienden que solos es nada, y que una sola vida, vale más que un sol.
Gracias por el tiempo, que disfruten de la partida.
Ilustracion: Tássia Costa
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