Mucho se habla de responsabilidad social empresarial, un tema cada día más importante en un mundo en el que cada vez hay mayor información, rapidez para obtenerla e interacción fluida entre los distintos ejes que componen la sociedad.
La responsabilidad social empresarial nace como una capacidad de proyección e integración de la empresa al medio en el que se desenvuelve y con el que trabaja, que por falta de conocimiento partió con un estilo filántropo de donaciones ligadas a la caridad, sin futuro ni retribuciones, convirtiendo a los empresarios que la practicaban en verdaderos mecenas modernos de instituciones o propuestas naturales. Rápidamente esa mirada obsoleta quedó atrás y se logró entender el verdadero e importante enfoque que tiene para el desarrollo social externo e interno de la empresa.
La responsabilidad social empresarial es hoy una inversión, que busca resolver efectivamente problemas futuros, como un tratado de pro actividad entre los trabajadores, sus familiares y la comunidad en la que se desenvuelven, generando así identidad y colaboración, que se transmite a través de la mejora de la calidad de vida de quienes se ven envueltos.
Al verse los resultados y legitimar su validez, son ahora las universidades las que buscan no sólo enseñar sobre esta responsabilidad social a sus estudiantes, sino también, ser parte activa de ella como forma de complementar la formación específica y global.
Wittgenstein decía que el problema estaba en el lenguaje y parece que sigue siendo este nuestra gran dificultad, ya que si entendemos la universidad como concepto, nos enfrentamos a lo que hoy se practica, formando profesionales cada vez más específicos para que puedan competir en un mundo tecnicista de alta complejidad. Debemos entonces analizar la educación superior como un ente en el que confluye la técnica, la especialización y el conocimiento holístico para generar la capacidad de aplicar de forma correcta el conocimiento adquirido. Es entonces en este último punto en el que se está trabajando a través de la responsabilidad social universitaria (RSU).
El concepto no es nuevo, sin embargo sigue generando dudas sobre su aplicación, al igual que las que generó en el mundo empresarial, aún se encuentra en un estado ambiguo y etéreo, en el que se desconoce la magnitud e importancia de su funcionamiento.
Partamos entonces definiendo a qué nos referimos con responsabilidad social, que según el Libro Verde de la Unión Europea; “es el concepto por el cual las empresas o instituciones deciden contribuir voluntariamente a mejorar la sociedad y a preservar el medio ambiente.” Teniendo eso en cuenta comenzamos a dilucidar dónde nos vemos insertos como promotores de esta contribución.
Del egocentrismo en el que se encontraba la educación, se está pasando rápidamente a la integración. La universidad ya no sólo educa a sus estudiantes, sino que además debe integrarlo en una sociedad compleja, de cambios vertiginosos y de nuevas oportunidades, por lo cual es esencial que no sólo entregue conocimientos prácticos sino que también entregue las herramientas para que los futuros profesionales puedan desenvolverse en esta. Para que esto ocurra es primordial entender el medio que rodea a la institución, y para eso se debe salir para analizarlo. Se acabaron las grandes puertas de la academia, como lo demuestra la nueva arquitectura, y se da paso al pasillo que une el mundo social con el universitario.
“El estudiante aprende en la Universidad su carrera, pero también aprende de la
Universidad los hábitos y valores ciudadanos. Más que los cursos de ética, cuyo impacto actitudinal es discutible, es la práctica cotidiana de principios y buenos hábitos comunes que forma las personas en valores”. François Vallaeys.
Necesitamos ser parte de un todo, que la enseñanza se escape de las aulas y se empape en toda la institución, para que así tenga coherencia y se logre un aprendizaje real, que pueda ser puesto en práctica de inmediato y no cuando entren a trabajar, olvidando por semestres y años lo aprendido.
Para que todo esto ocurra debemos ser todos los que nos dispongamos a tal situación, debemos seguir generando los espacios de interacción con los estudiantes y entre los profesores y funcionarios de la institución como un equipo del que todos serán parte, generando así identidad y volviendo al sentido de universidad, donde el conocimiento no se acabe con la hora académica, sino que se mantengan durante toda su estadía, una experiencia que se transforme en aprendizaje.
Todo esto es posible a través de la voluntad ética e interesada, que comprende el compromiso de todos quienes trabajamos de una u otra forma en la educación superior, con el único fin de generar en el estudiante una educación activa y holística, una formación profesional y ciudadana, entendiendo esto como el desarrollo interactivo no sólo a través de su especialización, sino también a través de la relación inter carreras que serán el trampolín para este cambio.
Un buen ejemplo de todo esto, son los llamados cursos de formación general, los que buscan que estudiantes de distintas carreras deban trabajar en conjunto para lograr objetivos que desarrollen la interacción no solo con las demás disciplinas, sino también, y acá lo más importante, con su entorno. Es así como estudiantes del área de la salud pondrán a disposición de ingenieros sus capacidades para que estos últimos las ejecuten en colaboración con las ideas y análisis que desarrollarán estudiantes de humanidades, y así en relación a las redes de contacto que todos tengan con el medio, las cuales son una vital herramienta para el futuro profesional, medidas en cómo a través de su propia valoración, se muestran a la sociedad y se hacen respetar e identificar.
Este es un ejemplo de cómo cerrar el ciclo de enseñanza, interactuar con la universidad, con el medio que los rodea, involucrarlos con la responsabilidad profesional y social, además de potenciar las habilidades aprendidas en sus distintas carreras como en el futuro deberán hacerlo en su vida profesional, generando identidad social, universitaria, empresarial y personal.
El círculo cierra cuando esta “inversión” en responsabilidad social universitaria, se transforma en aprendizaje, identidad y genera un ambiente atractivo para futuros estudiantes, quienes verán en la institución, un baluarte donde sus ideas fueron apoyadas, donde sus habilidades blandas o directivas fueron reforzadas y donde se sintieron parte de un todo.
Generar una comunidad ejemplar dentro de un desarrollo sostenible es entonces posible, con lo que también será la comunidad y la ciudad, la que verá estos efectos positivos como propios, sobre todo en las universidades que se encuentran en regiones, quienes mayor oportunidad tienen para actuar, debido a las carencias existentes en el exterior, que van desde la falta de compromiso ciudadano, hasta la fuga de cerebros hacia la capital, ya que el estudiante tendrá un conocimiento acabado del medio en el que se desarrolla, con la posibilidad real de generar y ser parte de los cambios que se necesitan.
“Entendiendo su entorno, sus problemas y dificultades, es cuándo puede poner en práctica sus capacidades aprendidas para solucionarlo y detener así la fuga de cerebros que afecta a nuestra región”.
La RSU es entonces un cambio a largo plazo, un mejoramiento de la calidad de vida de una comunidad, entendiéndola como la interacción social que existe en el mundo, en la que deberán enfrentar dificultades, fortalezas y oportunidades, a través de la educación coherente con lo que se practica, formando personas íntegras que se desenvolverán de mejor forma en una sociedad que ya conocen.
Este es sólo un ejemplo de cómo llevar a cabo este movimiento de ejes dentro del ciclo de responsabilidad social universitario, así como el voluntariado, existen también muchos otros caminos para ir avanzando en este importante proceso, en el cual el diagnóstico de una situación, dará paso a la creatividad que estará a disposición de los conocimientos adquiridos a través del autoconocimiento y el conocimiento social, por lo que la fragmentación del yo tendería a desaparecer o sublimarse en pro actividad esencial.
El paso siguiente es el diagnóstico como institución, como carrera, para así identificar el currículo oculto que estamos entregando a los estudiantes y poder mejorar de forma consistente reforzando lo que se pueda encontrar debilitado.
“La educación es un todo y el conocimiento se transformará en aprendizaje en la medida que como educadores y funcionarios ligados al tema, seamos parte activa de esa gran responsabilidad”.