Estamos viviendo un tiempo peligroso por su delicadeza, en el que la falta de liderazgos empuja la voluntad ciudadana a la calle, lugar donde hoy reina el más fuerte, el mejor orador o el más agresivo. En este momento cualquiera es opción para ocupar el poder, desde fanáticos extremos a populismos brutales, no importa su color político, de derecha a izquierda. Tenemos el caso de Trump en Estados Unidos y el populismo por excelencia que sufre Venezuela.
El mundo comienza a mirar en blanco y negro, es por esto que se requiere un actuar cuidadoso, que provoque cambios pensados, consensuados y reflexionados, lo que se hace difícil en la cultura de la inmediatez, donde todo pasa por la calentura del momento.
La historia es cíclica, Latinoamérica repite una y otra vez los mismos aciertos y errores, como un hámster encerrado en una rueda de metal que no deja de girar mientras corre sobre ella en un eterno ejercicio desgastador.
El Sísifo latinoamericano ha vuelto y las etapas se comienzan a marcar otra vez, cambian las democracias por falta de líderes, por lo que se busca en la calle a cualquiera que pueda llenar ese vacío que una clase política inoperante y generalmente corrupta nos ha legado, dejando la puerta abierta para que cualquier populista llegue como salvador a ordenar el supuesto caos en el que se ha caído, alimentado por sectores políticos extremos y ambiciosos, que buscan el poder como sea, incluyendo acciones tan baratas y burdas como llamar a personajes conocidos de la farándula para ser usados como candidatos y mantener el cargo o recuperar lo perdido, invocando a la ignorancia de la gente en materia de educación cívica, rogando para que nadie vote, porque eso les conviene, así tendrán el poder en bandeja. Entonces viene el populismo, figuras idílicas que cambian el mal rumbo del país para volcarlo a una desbocada carrera por mantener a todos contentos, malgastando recursos y cerrándose al mercado internacional, tirando el país por la borda.
El populismo en Latinoamérica sabemos dónde termina y nos lleva a los recuerdos más oscuros del país, dictaduras o gobiernos autoritarios son el remedio repetido para corregir los absurdos errores y enfocarse nuevamente, por la fuerza bruta, bien bruta, en el desarrollo, cueste lo que cueste, sin importar vidas ni dignidad, acá el cavernícola es la figura representativa, algo así como hoy podría representar Trump en Estados Unidos. Así entonces la rueda vuelve a girar y se lucha por recuperar la democracia, y vamos una vez más.
La problemática como la historia es un espiral, que puede ser descendente o ascendente, lo que dependerá de las personas que la compongan, generando cambios positivos o negativos que se podrán medir únicamente a largo plazo.
El futuro de nuestro continente parece estar escrito en los libros de historia, lamentablemente lo que se puede adelantar no se toma en consideración y se trabaja improvisando, como uno de nuestros principales males en nuestra cultura. En una reunión con un reconocido senador, le expliqué esta situación, dándole ejemplos de lo que ya está ocurriendo en otros países de la región, pero su respuesta fue que no era tema todavía… esperarán a que ocurra para preocuparse, porque todo lo ven lejano, hasta que se golpean la cabeza con las situaciones que nos afectan a todos.
La tecnocracia en la que estamos insertos tiene esa gran desventaja, la falta de análisis y de entendimiento, están todos sumidos en sus problemas que sienten únicos, donde lo árboles nos impiden ver el bosque