El preso que Obama no reconoce
El pasado 29 de junio, en medio de su más reciente visita de estado a la República de Sudáfrica, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, visitó la cárcel de Robben Island, en la costa de Ciudad del Cabo. Obama tuvo la oportunidad de visitar la celda 7B, que ocupó el entonces activista político y luego presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, durante dieciocho de sus 27 años en cautiverio… (Leer más)
El preso que Obama no reconoce
El autor, encarcelado simbólicamente, hace un llamado a la conciencia de sus lectores en Puerto Rico y la América Latina por la excarcelación de Oscar López Rivera
El pasado 29 de junio, en medio de su más reciente visita de estado a la República de Sudáfrica, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, visitó la cárcel de Robben Island, en la costa de Ciudad del Cabo. Obama tuvo la oportunidad de visitar la celda 7B, que ocupó el entonces activista político y luego presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, durante dieciocho de sus 27 años en cautiverio. Junto a su esposa, sus hijas y su suegra, Obama pronunció las siguientes palabras:
“Para mí, ser capaz de traer a mis hijas aquí y enseñarles la historia de este lugar y de este país, y ayudar a entender no sólo cómo esas lecciones se aplican a sus propias vidas, sino también a sus responsabilidades en el futuro como ciudadanas del mundo, es un gran privilegio y un gran honor.»
Esa misma noche, la primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama, escribió en su blog:
“Así que hoy, mientras viajamos por la isla, no podía dejar de pensar en cómo este lugar debe haber formado a estos líderes. Póngase en sus zapatos -todo lo que estaban haciendo era luchar para asegurar que las personas en Sudáfrica fueran tratados por igual, sin importar el color de su piel. Y por eso, terminaron confinados en esta isla remota, lejos del mundo que esperaban desesperadamente cambiar.”
Los Obama debieran hacerse a sí mismos un favor. Para lograrlo, no tienen que viajar muy lejos: basta con visitar una pequeña cárcel bajo la jurisdicción del gobierno que regenta Obama, localizada a 1.050 kilómetros de la Casa Blanca (o a 300 km de su anterior hogar en Chicago). Allí, en la prisión federal de mediana seguridad de Terre Haute, en el estado de Indiana, está recluído el preso político de mayor antigüedad en el hemisferio; el puertorriqueño Oscar López Rivera. Los Obama debieran, so pena de ser considerados hipócritas ante el mundo, al menos examinar las pasmosas analogías entre ambos casos, y determinar, al menos, si serían capaces de pronunciar las mismas palabras al referirse al caso de Oscar. Visitarlo en la cárcel es impensable, pero sería meritorio.
Oscar López Rivera fue acusado en 1981 de los mismos delitos que Mandela: por “conspiración sediciosa”. Se le acusó de querer derrocar al gobierno de los Estados Unidos según constituido en Puerto Rico -algo que los puertorriqueños seríamos incapaces de lograr, así nuestros 3.6 millones de habitantes estuviéramos todos armados y en común acuerdo para lograrlo. Oscar fue condenado, al igual que otros doce acusados, a penas de prisión de entre 35 y 90 años (Oscar fue condenado a 70). Actualmente todos sus compañeros co-acusados están ya libres. Todos, menos él. En el caso específico de Oscar, ningún acto delictivo en particular fue asociado a su “conspiración sediciosa”, y sin embargo lleva encarcelado 32 años -cinco más que Mandela.
Oscar lleva recluído doce años en una celda no mucho más grande que la de Madiba (la de Mandela era de seis metros cuadrados; la de Oscar mide nueve). Al menos hoy día Oscar tiene el “privilegio” de ser confinado a una celda de barrotes y no de muros -durante nueve años estuvo encerrado a oscuras entre cuatro paredes, veintidós horas al día, con una sola ventanilla como comunicación con el mundo exterior. Y, sin embargo, Oscar no ha renegado de su compromiso con la liberación e independencia de Puerto Rico. Por el contrario, al cumplir recientemente sus setenta años de vida, Oscar escribió: “…doy gracias por haberme permitido servir esa causa con mucho amor y compasión por más de cuatro décadas. Celebro (mi vida) y le doy gracias por haberme permitido sobrevivir más de tres décadas en los gulags sin desviarme del sendero escogido y con mi espíritu y voluntad más fortalecidos que antes de estar preso.” Póngase en sus zapatos, Michelle.
El aparato institucional de ley y orden en los Estados Unidos da a Oscar por incorregible. Tan recientemente como hace tres años sus carceleros inventaron una conspiración -con Oscar como su cabecilla- para fugarse de prisión. Todo fue una treta con tal de retener a un preso sin antecedentes de mala conducta en todo su tiempo encarcelado, durante diez años más. El gobierno de Estados Unidos jamás le perdona a Oscar López el haber sido un militar condecorado por valentía en uno de los cada vez más ilógicos conflictos bélicos de aquél país -López es veterano de la guerra de Vietnam, condecorado con una Estrella de Bronce por actos de heroísmo en combate. No le perdona haber sido un activista por los derechos de los puertorriqueños en Chicago, adonde fue a vivir de niño con sus padres, como tantos otros migrantes provenientes de un Puerto Rico aún más empobrecido -por las políticas colonialistas de los Estados Unidos- que lo que era cuando ese país invadió al archipiélago boricua en 1898. No le perdona que fundara liceos, organizaciones comunitarias para tratar alcohólicos, organizaciones de reafirmación cultural puertorriqueña en medio del “melting pot” (que ni derrite ni mezcla sin antes homogenizar). No le perdona que defendiera la causa de la independencia de Puerto Rico -un territorio no incorporado de los Estados Unidos donde solo se han logrado cambios significativos a su relación colonial con ese país cuando la presión pública internacional, o actos políticos que bordean la desesperación, lo han conminado a manejarla.
Los Estados Unidos no le perdonan a Oscar que, al momento de acusarle, se negara a reconocer la autoridad del gobierno de ese país sobre su patria, o sobre su persona. Como en el caso de Mandela, López no ofreció defensa contra sus acusadores al momento de su juicio.
En 1999, y bajo una intensa presión pública internacional, el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, firmó la excarcelación bajo palabra de otros once prisioneros políticos puertorriqueños, acusados del mismo delito que López Rivera. Oscar y otro preso político, Carlos Alberto Torres, no fueron excarcelados. Clinton condicionó la excarcelación de Oscar a que cumpliera diez años más de prisión. Oscar se negó a aceptar este acuerdo hasta que todos sus compañeros fueran liberados. Hace tres años Torres tuvo por derecho reglamentario a asistir ante la Junta de Libertad Bajo Palabra del sistema federal de prisiones de los Estados Unidos, que aprobó su excarcelación. Oscar sigue preso.
Es inconcebible que alguien que condicionó su propia excarcelación a la liberación de sus compañeros de momento conspirara para fugarse de la prisión. De hecho, el principal “testigo” contra Oscar admitió haberse inventado la conspiración. Sin embargo, aún reconocida la falsedad de la historia, Oscar sigue preso. Oscar no presenta peligro alguno a la comunidad a sus setenta años de edad. Fácilmente se puede conmutar su sentencia condicionado a que pase el resto de sus días en Puerto Rico, lejos del país que reclama que él sea una amenaza a su seguridad nacional. Y, sin embargo, Oscar sigue preso.
En Puerto Rico y en el resto del mundo, las actividades para protestar el encarcelamiento de Oscar se han multiplicado en días recientes. Por la excarcelación de Oscar López Rivera se han celebrado vigilias y conversatorios en Madrid, Amsterdam, Tokio y Caracas. El arzobispo emérito de la diócesis anglicana de Ciudad del Cabo, Desmond Tutu, hace poco reclamó la libertad de Oscar, como alguna vez reclamó la de Mandela. El pasado 29 de mayo, aniversario de la convicción de Oscar, cientos de boricuas tuvimos la oportunidad de visitar una réplica de la celda en donde Oscar está encarcelado en cinco ciudades distintas de nuestro país. Yo tuve la oportunidad de estar encerrado cinco minutos en la celda, como lo estuvieron compañeros como el Residente -voz del grupo Calle 13- y su esposa, Soledad Fandiño, el jugador de béisbol profesional Carlos Delgado, actores, actrices, y líderes de todo el espectro político boricua. Ni me imagino lo que sería estar encerrado treinta y dos horas bajo tales condiciones, mucho menos treinta y dos años.
Es verdaderamente desconcertante que un Premio Nóbel de la Paz sea selectivo -por las razones que fuera- a la hora de convalidar los reclamos de libertad de una persona por encima de los de otra, bajo circunstancias sorprendentemente parecidas. Si Obama comprendiera la historia ignorada de Puerto Rico -que durante las pasadas once décadas ha sido también la historia del propio país que preside Obama- e incluso, de la misma ciudad de Chicago que ambos, López y Obama, reclamaran como hogar- e intentara entender no sólo cómo las lecciones de vida de Oscar se aplican, no solo a la propia vida institucional de los Estados Unidos, sino también a sus responsabilidad como ciudadanos de ese mismo mundo para el cual reclama “igualdad y democracia”, otra sería la reacción del presidente. Es por tanto importante que todos los que se sientan motivados -ya fuera por solidaridad a la causa de la independencia de Puerto Rico, o ya fuera por pura humanidad- a reclamar acción por parte de Obama para la excarcelación de Oscar López Rivera, a que lo hagan constar para récord.
Si usted desea escribirle a Oscar López Rivera, puede hacerlo a la siguiente dirección:
Oscar Lopez – #87651-024
FCI Terre Haute
Federal Correctional Institution
PO Box 33
Terre Haute, IN 47808-0033
UNITED STATES
Si usted desea escribirle al presidente de los Estados Unidos para interceder por Oscar López Rivera, puede hacerlo a la siguiente dirección:
The White House
1600 Pennsylvania Avenue NW
Washington, DC 20500
UNITED STATES
Autor
Fiquito Yunqué