El temor de Uribe
Por Rafael García PalavecinoLa gran expectativa que generó la asunción de Obama en los mandatarios latinoamericanos sobre renovadas y amables relaciones con el país del norte, se materializaron en un nuevo golpe de Estado y la instalación de siete bases militares que crisparon a los líderes de los países del sur. Pese a las demandas de los presidentes ¿Por qué Uribe está casi obligado a firmar el tratado por las bases?Durante las negociaciones en el marco de la Organización de estados Americanos (OEA), por el golpe de Estado en Honduras, Barack Obama opinó que es «irónico que la gente que se queje de la interferencia de los Estados Unidos en asuntos latinoamericanos, y ahora se queje porque no interfiere lo suficiente».En una simple línea, el primer presidente negro de los EEUU, graficó cuanta injerencia y conocimiento posee de la estructura militar y de inteligencia que -en teoría- está a su disposición.En este marco de golpismo y militarización de Latinoamérica por la instalación de las bases del SOUTHCOM (comando del sur), se desarrolló la cumbre de UNASUR en Bariloche que se dirigió a estos dos grandes sucesos que le están pesando a América Latina. El golpe «constitucional» en Honduras y las bases en Colombia que protegerán al mundo civilizado del abstracto terrorismo y de los carteles narcotraficantes presentan dobles problemas que no se resuelven como en el pasado enterrándose en archivos.Así como en África existe el AFRICOM (comando africano), las bases en Colombia no tienen otro objetivo que asegurar el control de regiones con vastos recursos naturales. Por este motivo fue UNASUR quien pidió que no se instalen, en un obvio señalamiento a que su aprobación no sería meterse en los asuntos internos de Colombia.La secretaria de estado de Obama, Hillary Clinton, afirmó que el tratado «no instala bases en Colombia» sino que «les da acceso a EEUU, pero que el mantenimiento, seguridad y control son responsabilidad de ese país» y que «no es algo que afecte a la soberanía de otros países».Sin embargo, tal como publicó Atilio Borón en Global Research (globalresearch.ca), mientras que Uribe esté en el poder no habrá solución a este problema que inquieta a los demás miembros latinoamericanos.Uribe debe actuar rápido, y moverse lo más cuidadosamente posible para no ahogarse en una situación peor que estar en arenas movedizas. Es que EEUU ha redactado un documento en el cual el mandatario colombiano es denominado como un narcotraficante y cómplice de los crímenes de paramilitares colombianos. El NSA desclasificó en 2004 un documento de 1991 que lo vinculaba, al entonces senador, con el cartel de Medellín, y lo numera como uno de los principales narcotraficantes (rankeado 79), además de poseer una estrecha amistad con el fallecido narco Pablo Escobar. El documento dice:Álvaro Uribe Vélez -el nº89- «Un político colombiano y senador dedicado a la colaboración con el cartel de Medellín desde altos niveles gubernamentales. Uribe está vinculado a negocios que involucraban actividades narcotraficantes en los EEUU. Su padre fue asesinado en Colombia por su conexión con los traficantes. Uribe trabajó para el cartel de Medellín y es un cercano y personal amigo de Pablo escobar Gavirìa. Participó en la campaña política de Escobar para ganar la posición de asistente parlamentario a Jorge Ortega y fue uno de los políticos que, desde el senado, ataco todas las formas de tratados de extradición.Desde este documento, «el presidente de Colombia no posee margen para oponerse a ningún pedido de Washington», señala Borón en el artículo. Y quizás, existe la posibilidad que, de aprobarse la instalación de bases, Uribe tenga el mismo destino que Manuel Antonio Noriega, presidente de Panamá, que tras cumplir con unas changas que le cayeron de Washington, fue arrestado y encarcelado con cuarenta años por haber trabajado para el cartel de Medellín.Borón concluye su artículo diciendo que «esto explica la irritabilidad del presidente colombiano» y su obsesión por conseguir la reelección, convirtiendo así a su país en «un protectorado» y a él «en una suerte de proconsul-de-por-vida del imperio», todo para evitar el mismo destino que su par panameño.