“…toda la piel de América en mi piel, anda en mi sangre un río, que libera en mi voz, su caudal” Tejada Gómez
En mi último viaje a La Habana me alojé en un hostal, una casa de familia en donde se habían criado cuatro generaciones de cubanos. La llegada del presidente de Estados Unidos, Barak Obama, y la de los Rolling Stones, hicieron que literalmente la ciudad colapsara.
Miles de turistas de todas partes del mundo tomaron Cuba de manera pacífica y alegre. Vi a un grupo de uruguayos dormir literalmente en un vehículo de alquiler. Josefina, la señora “Fina”, dueña de aquella vivienda colonial, me sorprendió. Quien tiene la suerte como yo, de viajar, recorrer ciudades, pueblos, culturas diferentes sabe que no hay mejor forma de quitarse los prejuicios que caminar, escuchar y mirar.
“Fina” tiene un doctorado en matemáticas, trabajó como maestra durante diecinueve años en escuelas primarias y dejó la docencia para seguir su verdadera pasión, la costura. Mi estadía en aquella ciudad fue por trabajo, así que a ella solo la veía por las mañanas, cuando me preparaba el desayuno de frutas frescas, pan recién horneado, huevos revueltos, y té. No había llevado el mate que me acompaña siempre. Ella se asombró porque “todos los argentinos que se hospedaron aquí como los uruguayos han traído mate”. Una mañana apareció con un invento producto del amor, porque no me queda otra conclusión, no tenía por qué inventarme una bombilla con un sorbete y una gasa, la que usan los médicos, y con yerba mate que un vecino le consiguió. Y pude tomar así mates mágicos y maravillosos.
Mi habitación era impecable, con baño completo y aire acondicionado. En las mañanas charlábamos de su país, de su gente, me contaba lo mal que la habían pasado en el “periodo especial» que fue cuando bloquearon económicamente a Cuba y no tenían casi nada para comer, y me contó orgullosa una anécdota que vivió en aquellos años noventa. Su hijo mayor se estaba preparando para ingresar a la facultad de ingeniería así que gracias a las remolachas que les traía su padre del interior de la provincia, preparaba unas croquetas que comía todas las noches durante dos meses y tomaba a su vez una especie de raspado, que es lo último que sale de los helados, para que su hijo se quedara despierto y pudiera estudiar.
Y visiblemente emocionada, me contó cómo llegó su hijo a ser parte de la primer camada de ingeniería que se recibió durante los años del “terrible periodo especial”, especial porque “eso nos hizo a los cubanos más fuertes”. Confieso que conocí muchas historias como la de Fina, todas contadas con el mismo entusiasmo, el mismo orgullo y la misma finalidad, levantar victoriosos la bandera de la solidaridad y el bien común. Quizá porque no les quedaba otra que seguir, después de todo tenían la vida y cuando se la tiene y se la dignifica como el pueblo cubano lo hace, no queda otra que escucharlos y entender muchas cosas, y si no se entiende al principio les aseguro que por más cursi, naif, ingenuo que parezca, se logra comprender que la base de todo, el átomo que forma ese ADN que sigue evolucionando, es el amor.
Qué difícil es ser solidario, es mucho más cómodo no serlo. La solidaridad se construye. El ser humano es egoísta por naturaleza, hasta por supervivencia.
Mi trabajo lo realizaba prácticamente en un subsuelo, así que no pude saber más de lo que escuchaba en la calle sobre el presidente de EEUU y su llegada, y la de músicos de rock a quienes fui a ver, y si bien su música no era muy conocida por los cubanos, estos estaban felices porque era la primer banda de rock que se hizo presente en la isla con un espectáculo descomunal y completamente gratis.
Estar en La Habana es respirar otro aire, otra energía, es sentir que alguien te abraza y te cubre… no sentí y les soy sincera algo así en ninguna ciudad del mundo. La Habana no tiene publicidades ni carteles luminosos con propaganda de ningún tipo. Tiene en las esquinas mojones que son como mini pirámides que indican donde estas ubicado, pero quien les escribe terminaba siempre perdida por mirar la arquitectura, la gente, los autos, las plantas… La Habana se ve “pobre” porque no hay casas pintadas pretenciosamente pero no lo es… esencialmente no es pobre en nada. No vi nunca de las veces que he estado, a un niño o anciano durmiendo o pidiendo en la calle. Estuve en barrios difíciles como el famoso Romerillo donde lo más peligroso que viví ahí, fue descubrir mi propio prejuicio.
Hoy los que soñaban con un mundo globalizado y en red, discuten sobre la falta de identidad que esto ha traído. Quizá empecemos a entender de manera forzada, que no hay nada que nos una más que muestras propias diferencias.
América Latina es rica, no solo en cultura, se sabe de sus riquezas en recursos naturales, de su belleza natural y de su juventud. Aún no hemos aprendido a querernos ni a cuidarnos. Preferimos que nos acaricien de vez en cuando a jugarnos por el amor que nos une desde hace siglos. Hacer el ejercicio de apagar todo y escucharnos. De mirar el espectáculo hermoso de la vida en vivo y en directo. Salir a ser nuestros propios reporteros. Buscarnos nosotros en los ajenos. Dejarnos amar de una vez y perdonar a los nuestros si nos traicionaron, y entender que una vez que se perdona no hay vuelta atrás. Aprender a pedir perdón y avisar que venimos incompletos, a veces fallados. Que nos urge sanar y mirar para adelante. Que soltarte la mano puede ser salvador.
No se puede amar de verdad si no nos amamos primero. Quitemos toda culpa impuesta por ser auténticos y levantémonos orgullosos de lo que somos.
Extraño a los valientes que leo en los libros, a los que defendían nuestra identidad. Extraño no verte soñar América hermosa. Te quiero libre de vos misma. Que dejes de lado tus propios prejuicios. Hay que entender que lo importarte son nuestras diferencias para comprendernos. La igualdad de objetivos, de criterios para un bien común llevado a cabo por individuos únicos e irrepetibles que solo se verán “únicos” si están unidos. Equivocarse y seguir. Siempre para adelante, bajo una única bandera, la bandera del amor.
¡Gracias por el tiempo!
Que disfruten de la partida.
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