“Un editor es quien separa el grano de la paja, y publica la paja.”
Adlai E. Stevenson, político estadounidense (1900-1965)
Mi compatriota, la cantante Mimi Maura, antes de emparejarse con Sergio Rotman de Los Fabulosos Cadillacs y mudarse a Buenos Aires, era cantante de un grupo boricua de rock, compuesto solamente por mujeres, llamado ¡Alarma! Mimi y sus compañeras homenajeaban así a una legendaria gaceta mexicana de noticias tremebundas, de bastante popularidad en Latinoamérica, incluso hoy día. Las chicas le pusieron el nombre del gacetín de marras a su banda porque, aparte del título reclamar la atención del que lo leía o escuchaba de forma agresiva, el nombre también tenía esta connotación ominosa. “¡El peligro es inminente! ¡El asalto a los sentidos es inevitable!” Para quienes vivimos esa época, el nombre nos parecía genial para una banda de rock.
El gacetín del que Mimi y sus compañeras copiaron el nombre, por su parte, gritaba (y grita) reclamando atención desde el silencio de sus páginas. Todos los titulares de sus noticias son escritos con signos de exclamación, como si se tratara del diálogo entre superhéroes en una tirilla cómica. Las gráficas, en colores primarios, emulan también los de un cómic, tebeo o mono. La enorme mayoría de las noticias evocan violencia: accidentes fatales de auto, homicidios, explosiones domésticas. Todo con fotos –algunas bastante gráficas. Todo diseñado para permanecer en las neuronas, a veces de forma persistente, por horas, días o semanas. Y, ocasionalmente, incluiría alguna noticia seria e inocua premeditadamente colada entre las páginas, con tal de evadir el efecto de alguna jurisprudencia que de otro modo permitiría la censura de obras escritas, y cito, “sin ningún valor literario, científico, educativo…” (Noten el “ningún.” El ocasional artículo sobre paleontología o arquitectura Bauhaus ha salvado a unas cuantas revistas porno…)
Y es que la alarma vende. La estridencia vende. La exageración vende. Y si se trata de ellas a la hora de intercambiar información, y sobre todo en medios impresos, vende (o, mejor dicho, ha vendido) bastante. Hay razones antropológicas para eso. Sí, datan de hace siglos en la evolución humana.
Hay quien teoriza que el chisme, la noticia subrepticia expuesta a la luz, y la primicia amenazante, son piezas claves de información que permitían, entre otras cosas, dar sentido de pertenencia a la tribu paleolítica, hacer sentir a todos sus miembros parte del colectivo. Los que solamente tenían aspiraciones de sobrevivir un día más agradecían a quien divulgaba la noticia, porque los informaba de peligros potenciales (¡Hey, hay un puma suelto en el valle, no salgas a cazar sin sandalias! O no hagas como Fulano, que dejó su tienda abierta y lo atacó un oso…) Los que apenas interactuaban con la tribu agradecían que alguien pusiera en perspectiva sus propias vidas, comparándolas con la del vecino, o con la del jefe de la tribu que recién busca compañera para su harén (a lo mejor era la oportunidad de alguna madre tribal y presentarle a su hija, con tal de que ambas salieran de pobre, a lo Cenicienta). Era además la oportunidad de igualarse psicológicamente a los demás. Digamos que yo soy un primitivo, llevo dos días sin comer, y la tribu del otro lado del río lleva semanas… al enterarme, no me siento tan mal. Y si media cierto grado de anonimidad para lograr la historia (una constante desde tiempos bíblicos), mejor todavía.
Obviamente, la tradición oral solo vino a dar paso al intercambio escrito de noticias cuando las prensas se automatizaron y la gente común aprendió a leer. Anterior a esto, los periódicos, cuando no se trataba de boletines oficialistas de temas áridos (como, por ejemplo, cuantos miles de pesos había recolectado el gobierno en impuestos durante el año) eran realmente revistas de opinión, sobre todo de política (partimos de la premisa de que hay libertad de expresión, aunque fuera en teoría, para que hubiera más de una voz impresa). Sin embargo, si la censura gubernamental no intervenía primero, se mantenía cierto grado de decoro en lo que se publicaba para consumo diario.
Uno de los primeros magnates de prensa de este mundo fue Benjamín Franklin, hombre inteligentísimo que progresó, entre docenas de razones, por ser quien primero decidió imprimir periódicos cerca de estaciones de correo, con tal de que, al distribuir sus tiradas, pudiera lograr las primeras ediciones verdaderamente nacionales de periódico alguno en los Estados Unidos. Esa difusión nacional impulsó, una vez Franklin fuera su mayor apologista, la causa de la Revolución en aquél país, por lo que no es de extrañar que la rotunda cara de Franklin hoy sea la que engalana los billetes de cien dólares. Claro, Franklin no publicaba chismes, en parte, porque su propia vida hubiera sido digna de periódicos tabloide hoy día, y no hubiera sido muy conveniente predicar la moral en calzones. No que no lo intentara, desde luego: Franklin escribió odas a la flatulencia gastrointestinal y a hacerle el amor a las mujeres maduras –el primer defensor de las mujeres cougars…)
Entrado el siglo 19, algunos periódicos editados en la hoy relativamente vacía Fleet Street en Londres, aquellos que no se detenían ante nada y ante nadie con tal de obtener una primicia, comenzaron a convertirse en parapetos ideológicos de sus editores. De ellos nos llega el término prensa amarilla, cuando uno de esos magnates decidió imprimir sus gacetines en papel barato sin blanquear. Las guerras de titulares entre periódicos rivales llevaban a exagerar titulares y negociar primicias con fuentes potenciales, probablemente los primeros atisbos (conocidos, al menos) de corrupción en el periodismo.
Luego nos llegó el periodismo gonzo, gracias a William Randolph Hearst (cuya estancia en San Simeón, en California, es un monumento a la opulencia extrema, que yo visité unas cuantas veces). Ahora no bastaba con reportar un evento noticioso –había que revolcar las emociones de los lectores hasta provocarlos a actuar. Ahora no bastaba con reportar una guerra –había que precipitarla: la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana se desencadenó, aparte de por la explosión accidental de un buque carbonero estadounidense en la bahía de La Habana que se convirtió falsamente en ataque a traición a través de titulares de los periódicos del emporio Hearst, por la constante presión mediática que ejerció el jefe para proteger sus intereses personales y corporativos, que cubrían entonces el continente entero. Había que enviar reporteros al lugar de la acción. Había que exagerar las notas diplomáticas interceptadas y convertirlas en insultos a naciones enteras. En primera plana, y en letra fuente de 48 puntos. Y con suficientes signos de exclamación. Y luego, había que elevar a la santidad al protagonista de una de las batallas de la guerra, Theodore Roosevelt, hasta hacerlo presidente.
Desde luego, el mundo entero ha sido presa de otros magnates mediáticos posteriores que, con tal de vender papeles (y multiplicar los de la billetera), están dispuestos, como decía la frase del inicio de este artículo, separar el grano de la paja, y publicar la paja. Y, de nuevo, mientras el gobierno no metiera sus narices, y mientras las leyes y jurisprudencia contra el libelo no aplicaran, la idea era publicar lo que conviniera a la empresa y a sus directivos. “Libertad de empresa,” le llaman algunos. Por mencionar un ejemplo, Rupert Murdoch, el magnate conservador de prensa, posee 176 diarios. En su momento, todos y cada uno de ellos editorializaron bendiciendo la guerra de Estados Unidos con Irak. Ni uno solo tocó bemoles, o imprimió en medias tintas.
El recetario moderno para estas publicaciones es, hasta cierto punto, predecible a estas alturas. La primicia de primera plana no corresponde necesariamente a la noticia de mayor importancia para el país, sino la que más comentarios potencialmente desate entre los lectores. Entre una noticia sobre la inflación económica, y una con la más reputada celebridad a quien los paparazzi le retraten en posición comprometedora, aparecerá la segunda. O aparecerán noticias que meramente consisten en la opinión de algún político (la consabida dependencia en citas, versus hechos, como noticia).
Seguramente aparecerá alguna reseña corta sobre deportes, a menos que se trate de la Selección Nacional. Algunos diarios más arriesgados presentarán alguna chica en bikini, o en el caso del Reino Unido, con los pechos por fuera (el llamado “cheesecake de Inglaterra” en otras latitudes). Algún caso judicial célebre será exprimido por meses en portada. O, a lo mejor, el editor se encariñará de alguna jovencita –usualmente de clase acomodada- víctima de algún crimen, y la elevarán a rango de Novia Del País. Y, para el resto de la edición, si a la demografía Tal le interesaban noticias del corazón, como les llaman en España, ese será el énfasis. Y si a la demografía Mas Cual le interesan reseñas policiacas, el límite solo lo imponía la cantidad de tinta roja que cupiera en las reservas de la prensa.
En mi país, por ejemplo, hay un diario que ha mutado editorialmente ya tres veces. En una de sus encarnaciones, sin embargo, las policiacas tomaron destaque inusual por años. Sus titulares eran en letras rojas enormes; sus fotos de portada, de arrestos (donde todos los agentes policiacos aparecían con cuadrados negros tapando sus rostros). Uno de sus redactores, hoy día fallecido, era famoso por intentar rivalizar, sin éxito, las destrezas cuentisteras de un García Márquez. El susodicho, me acuerdo una vez, llegó a mencionar el caso de un asesinato donde a la víctima, y cito (y además advierto a mis lectores sensibles, sáltese el resto del párrafo si no quiere salir nauseado), se le llegó a cortar el vientre “como finas lonjas de tocineta”. Este paciente mental metido a redactor llegó a escribir estas descripciones psicóticas durante décadas.
Sin embargo, en la era del Internet, la inmediatez en la divulgación de noticias representa una competencia formidable para la prensa escrita. En redacciones y salas de información de diarios de toda Latinoamérica (y, para desgracia de boricuas, cubanos y venezolanos, las de Miami) ocurre el mismo dilema: la gente no compra tantos diarios como antes. La competencia –en aquellos países donde ocurre- es feroz. En aquellas regiones donde no hay realmente competencia entre diarios la gente está más inclinada a obtener noticias a través de las redes sociales –si es que tienen acceso a ellas. Las editoriales de prensa despiden cada vez a más y más periodistas, y reproducen más y más contenido enlatado que llega por servicios electrónicos de subscripción.
Por tanto, editores y dueños de los grandes emporios de prensa deben realizar el siguiente ballet a diario. Deben decidir cuánto de cada noticia pueden divulgar por Internet (mientras más corta, mejor), y durante cuánto tiempo. Decidir si se va a cobrar por acceder a una copia virtual de la edición impresa del diario que publican. Decidir cómo, y con qué contenido ajeno, se va a rellenar la sede de Internet, mientras el día transcurre de forma lenta. Decidir si se puede o no mantener distintos diarios, esencialmente con las mismas noticias, pero re-empacadas para distintas audiencias. Rellenar cada centímetro cuadrado de la pantalla con publicidad y pautas. Permitir que los lectores publiquen comentarios, casi siempre ácidos y achicharrantes, sobre cuanto tema se trate. Y así sucesivamente.
Estas nuevas movidas mediáticas me preocupan muchísimo. La tendencia que noto es que, a medida que decrecen las audiencias, y con ella, los ingresos de las editoriales, decrecen además los reportajes investigativos, esos que realmente impactan al ciudadano de a pie, o que tratan causas medulares de la infelicidad en el colectivo. Decrecen además los tratamientos equitativos de noticias positivas versus negativas: las desastrosas aparecen primero. Las correcciones –particularmente a errores cometidos por el propio diario- casi se esconden. La corrección en el lenguaje es sacrificada constantemente, a favor del español urgente y coloquial. La necesidad de lanzar noticias casi instantáneamente hace que a veces se publiquen barrabasadas risibles, que luego desaparecen en minutos sin pena ni gloria. La aparición de tecnologías para el retocado de imágenes permite el falseo de ellas –y no es raro el país donde, curiosamente, en una foto aparezcan o desaparezcan actores como por arte de magia.
Las iniciativas, intereses personales, y proyectos corporativos de las casas matrices y sus directivos cobran prominencia entre las noticias. En mi país, Puerto Rico, tenemos un diario donde, cada vez que la playa enfrente de una pariente del editor amanece sucia luego de un feriado, el estado de la playa es anunciado al día siguiente, con ribetes apocalípticos. Cuando la casa matriz realiza sondeos de opinión sobre política, las descripciones de resultados parecen sacadas de un sainete de ficción. Cuando la casa matriz interesa obtener control sobre determinado renglón económico, les da por publicar un proyecto donde los ciudadanos opinan sobre lo mal que el gobierno maneja ese renglón, y proponen además soluciones que, curiosamente, involucran a entidades comerciales del conglomerado que publica el diario.
Finalmente –y esto no debe ser sorpresa para el lector-, lo peor de todo este ejercicio editorial es cuando se tratan de hacer pasar postulados políticos, propaganda, o entrevistas de relaciones públicas (con la intención de lavarle la cara favorablemente a algún candidato o incumbente) como si fueran noticias dignas de Premio Pulitzer. E incluso peor aún, con la divulgación de contenido de redes sociales por parte de la editorial, a veces en cuestión de segundos, muchos de estos diarios han pecado de publicar disparates. El peor ejemplo de esto lo hemos visto recientemente en la lucha de poder que ocurre en estos momentos en Venezuela, donde partidarios de la oposición han sido encontrados consistentemente, publicando fotos violentas de otros países y contextos, y haciéndolas pasar por evidencia visual de la violencia en las calles venezolanas, para que luego diarios dentro y fuera de Venezuela las publiquen como auto de fe. Habrá quien diga que la prensa oficial hace lo mismo, pero la cantidad de fotos fuera de contexto publicadas da mucho que pensar sobre el estado del periodismo en los países donde se publican estas cosas.
Enfrente del Tribunal Superior de San Juan de Puerto Rico, alguien una vez escribió un grafito. Mencionaba a un diario en particular, y lo llamaba “Prensa Para Brutos.” ¿Pero es ese diario, solamente? ¿No se trata de una tendencia globalizada que cada vez es seguida más a menudo por los grandes emporios mediáticos del mundo? Los proveedores de contenido de vanguardia, la prensa independiente, las editoriales pequeñas, ¿resistirán y harán frente a esta tendencia? ¿Serán capaces de llenar el apetito de sectores todavía considerables de cada país, de recibir la noticia, tal como es, y las opiniones libres de sus columnistas? Yo personalmente apuesto a que sí. Editor o editora que entienda verdaderamente la dinámica de proveer noticia veraz, inmediata, y con el justo balance entre entretenimiento e información, sin comprometer principios ni ética periodística, será editorx que capitalice sobre la demanda voraz de un público que, cada vez más, exige más veracidad y menos falseo de sus verdades y realidades.
Estos son tiempos retantes, y a la vez interesantes, para el periodismo mundial. Los consumidores de contenido (lectores, televidentes, twitteros, y demás) redefinirán estos medios. Yo solamente espero que no lo hagan en Alarma constante. En primera plana, y en letra fuente de 48 puntos. Y con suficientes signos de exclamación.