Escenas lamentables, dolorosas e inevitables en el paisaje inacabable de la Ciudad de Buenos Aires. Es cierto que con los años habían disminuido; quizás, nuestras miradas las evitaban, amparadas en la comodidad de lo imposible: “siempre va a haber gente en la calle”. Pero lo cierto es que ahora se han duplicado, y más; fantasmas anacrónicos se apoderan nuevamente del imaginario urbano de millones de argentinos que transitan las calles porteñas, día a día, rememorando nuestras más tristes épocas. Y ya no podemos hacer la “vista gorda”: hay gente durmiendo en las calles, familias enteras, y hace un tiempo que parecen ser, cada vez, un poco más.
La discusión se da, tibia y vanamente, alrededor de las cifras; cuánto más o cuánto menos. Como si una única persona sin techo no fuera suficiente para hacer sonar la alarmar de los funcionarios y sus políticas públicas que, por omisión o por decisión, son responsables de tal situación. Lo cierto es que, hace ya semanas, nadie se animaría a negar este fenómeno. Ni siquiera desde la nueva gestión del Estado nacional, que ha decidido, sistemáticamente, no pronunciarse al respecto, coherente con su historia si consideramos los antecedentes del PRO en la Ciudad y la relación con los “sin techo”, a los que hasta ha perseguido violentamente con su inentendible “Policía Metropolitana”.
Datos hay, y son varios. Organizaciones dedicadas a la asistencia y al seguimiento de personas en situación de calle vienen corroborando el preocupante crecimiento de este fenómeno en la ciudad, y casi todas coinciden en que se ha acentuado durante los últimos meses. En lo que va del año 2016, algunas de estas organizaciones hablan de un aumento de la cantidad de personas en esta situación de hasta casi el 40 por ciento con respecto al año pasado.
La ONG Médicos del mundo sostiene que más de 15000 personas viven en la vía pública, o se hallan en riesgo de desalojo. Son aún más las que viven en pensiones y hoteles por día, cuyas condiciones de habitabilidad resultan más precarias e inestables que aquellas a las que aspiraría una persona que habite la Ciudad.
El Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porteño ha admitido un aumento considerable del promedio de llamadas diarias a la línea de asistencia a personas en situación de vulnerabilidad (108), ascendiendo de unas 200 a 300 desde el año pasado a junio del corriente.
Organizaciones barriales en San Telmo, Once, San Cristóbal, e incluso en barrios en los que no se solían registrar este tipo de casos como fueran Caballito y Palermo, coinciden en este aumento desde la propia experiencia cotidiana, es decir, en la cantidad de personas que se acercan por un abrigo e incluso por un plato de comida. Las organizaciones “Amigos en el camino”, “Ciudad sin techo”, y espacios como el comedor “Los pibes” en el barrio de La Boca, podrán atestiguar al respecto.
El fenómeno no se desentiende de un contexto mucho mayor, a nivel nacional. Con un INDEC que ha debido admitir un aumento desmedido de la inflación, la pérdida de puestos de trabajo y la posibilidad de un estado de recesión, a la par de observatorios privados como el de la UCA, el cual publicara un informe afirmando en abril que 1400000 personas cayeron en la pobreza y cerca de 300000 en la indigencia, la situación en la Ciudad de Buenos Aires parece ser un punto de partida para denunciar situaciones aún más graves, que nada tienen que ver con la promesa electoral del Gobierno, allá en noviembre del año pasado, que versaba la consigna de “pobreza cero”, la cual el Gobierno ha decidido abandonar explícitamente por el carácter improbable e irresponsable de tal afirmación.
“Es triste la imagen de un marginado. Cuando vemos tanta gente en la calle, necesitada, enferma, que no tiene para comer, nos molesta”, sentenciaba el Papa Francisco hace pocas semanas, desde la plaza de San Pedro, quien difícilmente no esté al tanto de esta situación, y quien sabe que sus palabras resuenan fuerte y nunca son en vano en los distintos escenarios políticos mundiales, pero principalmente aquí, en su Argentina natal.
La espectacularidad aberrante de algunos medios de comunicación masivos no está preparada, quizás, para abordar el tema responsablemente y dejar en evidencia las falencias de su candidato político, aquel quien hoy es presidente de la nación. Por esto mismo, o se omite el tema, o se presenta de manera inoportuna y sesgada: el caso de la familia Avalone, por ejemplo, quien se quedó en la calle hace algunos meses y fue noticia por la hija, Antonella, quien pese a su situación no había abandonado sus estudios, y pedía junto a sus padres algún tipo de ayuda cerca de la esquina de Santa Fé y Coronel Díaz, en el barrio de Palermo. El discurso de la “meritocracia” incluso en la miseria ajena, fue, de alguna manera, la motivación para que algunos medios hicieran eco de la pobreza con una nota “de color”, en un acto de mal gusto e hipocresía atroz.
Ya no son “casos aislados”; son familias desalojadas, son cientos de personas que evitan el frío y la tristeza de la calle amuchándose, juntándose en las estaciones, en las plazas, buscando la mirada del otro, pidiendo desesperadamente un poco de atención. Retiro, Once, y Constitución son los escenarios tradicionales en los que se observa este fenómeno. Por su parte, los censos del gobierno porteño (Dirección de Estadísticas) debieron admitir un aumento de la pobreza del 3% en junio de este año, en comparación con el mismo período del año anterior. Cifra que, por lo pronto, parece quedarse corta en comparación con otros estudios.
El aumento del costo de vida, la pérdida de empleos, el avance del trabajo informal y la vulnerabilidad a la que sectores sociales de menores recursos se han visto expuestos, convergen como elementos detonantes que nos retrotraen a los meses previos de la crisis del 2001. La democracia exige una rápida rectificación de ciertas políticas que ha llevado a cabo el Gobierno actual, para evitar lo que ningún argentino desea, que es volver a aquellos años tristes de nuestra historia nacional a partir de la desestabilización de la administración del Estado. El hambre, el desamparo y un invierno que es de los más crudos de los últimos años aceleran los tiempos del presidente Macri.
Por otro lado, un factor esperanzador: la revitalización de lo colectivo. Organizaciones, espacios comunitarios y miles de personas que se ponen a disposición del otro, y que acompañan las tristes circunstancias de los que menos tienen. “Techo, tierra y trabajo” son consignas que se repiten incansablemente entre aquellos que hacen de su sensibilidad social una acción cotidiana que sostenga al otro, cada día. Aquellos que se hallan vulnerados se juntan, se agrupan, evitan la individuación, y la ficción liberal de que cada quien tiene lo que se merece; no hay publicidad, ni medio de comunicación, ni proyecto económico que amedrente a un pueblo cuando este se halle unido. Aunque sea la calle, el espacio de organización.