De viaje por Corea del Sur, fui testigo de la llegada a Seúl del científico más carismático de la actualidad, quien “popularizó” la física y quien desafío treinta años atrás a toda la comunidad científica y religiosa con su teoría de “La paradoja de la información”.
Lo notorio es que los habitantes de esa ciudad futurista donde ciencia y religión comparten el mismo espacio, lo trataban como a las estrellas de rock, y en cierta forma se les parecía. Los medios locales repetían una y otras vez sus declaraciones: “Son los niños los que hacen hoy en día las grandes preguntas, uno porque no temen preguntar y dos porque además de aceptar las repuestas, las desafían, entendiendo que para crecer hay que entender los “por qué”, exponía Stephen Hawking.
Básicamente su teoría cuenta que la información se pierde porque si el universo se formaba de la “nada” entonces también iría a la nada.
A Hawking, de 74 años, le pronosticaron una corta esperanza de vida cuando a los 21 años le diagnosticaron una enfermedad neuronal degenerativa, pero se convirtió en uno de los científicos más famosos del mundo al publicar en 1988 el libro ‘Breve historia del tiempo’.
Hace 53 años convive con la idea de que puede morir en cualquier momento. “No temo a la muerte, pero no tengo prisa por morir. Hay muchas cosas que quiero hacer primero” declaraba a los medios.
Hawking es admirado y cuestionado por sus colegas, en especial por el astrofísico Leonard Susskind, especialista en la teoría de las cuerdas y su aplicación al estudio de los agujeros negros. Susskind se convirtió en su “mejor” opositor.
Como en las películas épicas durante años, tanto Leonard como Stephen han mantenido una batalla por descubrir el origen del universo. Opositores y amigos, uno inspirando al otro. “Su obra maestra tiene una brillante matemática, es una bella obra de arte y eso me inspira a refutarla” declaraba Leonard.
Pero lo que lo hizo grande, ágil y a su vez poderoso a Hawking fueron sus declaraciones en 2003. Este brillante erudito, frente a toda la comunidad científica, reconoció estar equivocado, reconoció que su teoría no era viable, reconoció que su adversario en cierta forma tenía razón, entonces planteó otra hipótesis. Inspirando y movilizando nuevamente a sus colegas a seguir haciendo y a seguir descubriendo.
Cuando se le preguntó cómo deberíamos vivir, contestó: “Deberíamos buscar el mayor valor de nuestras acciones, no solo se vive de las intenciones”.
A causa de su enfermedad incurable, Hawking sólo puede hablar a través de un sintetizador de voz y está prácticamente paralizado.
“Comprender se entiende, en cierto modo, como controlar”, repite una y otra vez en sus conferencias “y para comprender hay que investigar, preguntar, hacer”.
Aprendió de memoria las teorías suyas como la de sus colegas porque no podía escribirlas, pudo y supo usar su impedimento para alentar mejor que nadie sus teorías revolucionarias. Hizo que participaran los astrofísicos en la batalla más espectacular de la historia: resolver de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Su último libro “The Grand Design”, publicado en 2010, provocó la reacción de líderes religiosos por argumentar que no era necesaria una fuerza divina para explicar la creación del universo. Y explayó: “Dado que existe una ley como la de la gravedad, el Universo pudo crearse a sí mismo –y de hecho lo hizo– de la nada. La creación espontánea es la razón de que exista algo, de que exista el Universo, de que nosotros existamos. Para eso no es necesario invocar a Dios”.
Además, en el libro, Hawking asegura que la filosofía ha muerto, porque “no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la Física. Los científicos se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda del conocimiento. El objetivo del libro es proporcionar las respuestas sugeridas por los descubrimientos y los progresos teóricos recientes”.
¿Quién podría imaginarse que alguien que apenas parpadea arremeta como un gladiador con todo lo supuesto hasta ahora?
Entender que a veces nos equivocamos no nos incapacita para seguir adelante, entender el por qué es comprender que este puede ser el fruto de alguna victoria más importante.
¿Quién puede decir que está plenamente “capacitado” en algo? ¿Quién puede decir que no podemos hacerlo?
¿Por qué pensar que las estadísticas no pueden cambiar?
Con las intenciones solas no alcanza y con solo desearlo, menos. Hay que aprender de los niños y animarse por ellos a desafiar.
Hablar, debatir, hacernos amigos del que no piensa como uno, porque en esa diferencia podemos aprender… y mucho.
Entender que estamos atravesados por sentidos, por demasiada información que no es certera, que va envenenando poco a poco al sentido común. Y vivir, siempre vivir soñando con los pies en la tierra.
Gracias por el tiempo.
Que disfruten de la partida.