No salir para cuidar a los demás. No contagiarlos, ni contagiarme de algo que no veo, no huelo, no toco. Porque ser solidario es el arma clave para pelear contra este enemigo invisible al que llaman Covid-19 o corona virus.
Buenos Aires está en silencio. Se puede escuchar a los vecinos de edificios linderos, y la música que llega desde afuera.
Argentina espera, hace caso o lo intenta como puede, y cree.
Desde mi ventana veo y escucho a la naturaleza tomando lo que le corresponde, se escucha el ruido de la cigarra en mi barrio. Los pájaros cantan, avisando que salió el sol.
El agua que conecta, el agua que hemos contaminado, hoy forma parte del escudo protector contra el virus. El agua vital a la que no respetamos, hoy nos ayuda.
A las 21 horas en Argentina se sale al balcón, se abren las ventanas y se aplaude para dar las gracias a los trabajadores de la salud y a todos aquellos que no tiene la opción como nosotros de quedarnos dentro y que están como guerreros batallando en primera línea.
Me emocionan los aplausos. Es el momento del día en que se lo escucha al vecino gritar con todas las fuerzas GRACIAS, y es más emocionante que el gol de Maradona a los ingleses, porque es un día que sabemos le estamos ganando a la muerte.
El aplauso, el grito contenido es también para mi vecino porque quedarse en casa es un trabajo enorme de equipo, de amor, de solidaridad, un esfuerzo enorme de los que menos tienen y a los que hay que ayudar, un esfuerzo enorme para los niños y niñas abusados a los que hoy más que nunca hay que ayudar.
Quedarse en casa es una labor que pone a prueba nuestro intelecto. Nadie puede nada solo.
Yo necesito del otro para sobrevivir y el otro de mí.
¿Qué antídotos lograremos diseñar contra la peor pandemia posible, la que quizá se venga: el miedo? En mi documental Luces y duendes, en una entrevista que le hice a Tin Cremata, director y fundador de La Colmenita de Cuba, él cuenta una anécdota de cuando un niño responde a una adivinanza que hace Meñique, personaje del cuento de la Edad de Oro de José Martí. La adivinanza es la siguiente: “¿Qué es más alto que un pino y pesa menos que un comino?” Y un pequeñito grita: “el pensamiento”.
Así que por ellos, por los niños que nos están viendo, que ven a los grandes sin sentido común, demostremos que estamos a tiempo, que podemos remediarlo, que podemos pensar en el otro y que un mundo mejor es posible. El mejor antídoto es la confianza, el miedo juega contra ella.
Sin querer, con enorme dolor, tenemos una gran oportunidad de enseñarles a las niñas y niños que los adultos podemos lograrlo.