«No sintamos vergüenza de querer la revolución»


Desde La Habana, Cuba, nos escribe Llanisca Lugo debido a los acontecimientos que están sucediendo en estos días relacionado a los movimientos contrarrevolucionarios. 

No voy a decir nada que sea más relevante que el hecho mismo de reunirnos hoy en un ciclo-taller para discutir sobre la democracia en Cuba. Me siento en el deber de ocupar un lugar en esta plaza del pensamiento revolucionario, sin sentirme a salvo de las dudas, pero sabiendo que no debemos dejar las cosas al tiempo. No esta vez.

Comparto algunas reflexiones sin altanería alguna y sin representar a nadie. Hablo desde una experiencia personal vivida en el CMLK[1] con luchas de movimientos populares en América Latina y un esfuerzo de formar en valores socialistas desde la educación popular.

Alejandro me dijo de este ciclo-taller sobre problemas y desafíos de la democracia socialista en Cuba hoy y me imaginé un espacio hijo de la prisa y el compromiso, y la primera palabra que vino a mi cabeza fue revolución.

Aquí se hizo una revolución enraizada en el pueblo, que creció defendiendo su identidad de pueblo, que improvisó soluciones a problemas tremendos con la gente, que entendió que la justicia no era solo cuestión de leyes, que procuró que la vida cotidiana de cada persona diera cuentas del proyecto y todo eso la hizo democrática. Justicia y soberanía en las raíces, pueblo organizado, símbolos creadores de autoestima popular por todos lados, epopeyas por venir.

Se sentía la democracia en el camión que iba lleno de jóvenes a cortar caña, en irse de la casa con 11 años a alfabetizar, enamorarse en un día de la defensa y tomarse después unas cervezas con el colectivo laboral, construir en la micro la casa de los hijos que estudiaban superando a sus padres, aprender a usar las armas a la mano y tejer una identidad antimperialista en el sentimiento popular, porque con EE.UU encima, nunca podríamos ser libres.

La revolución socialista, democrática, de los humildes y por los humildes, se abría paso con el pensamiento revolucionario, la guapería de su liderazgo y con el protagonismo, la confianza y el camino de liberación emprendido por su pueblo.

Recordemos aquellas palabras de Fidel a la CTC en el 70, que Fernando colocaba en uno de los conversatorios en el 2017, «No puede haber ningún Estado más democrático que el socialista, no puede; ni debe haberlo. Es más: si el Estado socialista no es democrático, fracasa (…) sin las masas, el socialismo pierde la batalla: se burocratiza, tiene que usar métodos capitalistas, tiene que retroceder en la ideología. Así que no puede haber sociedad más democrática que la socialista, sencillamente porque sin las masas el socialismo no puede triunfar.»[2]

En 60 años, hemos pasado por etapas diversas que hoy no son el tema. Se fortaleció el carácter centralizador del Estado, se intentó concentrar en el Partido la producción ideológica del proceso revolucionario, nuestro modelo económico, dentro de un mundo globalizado por el capital financiero y en condiciones de hostigamiento brutales, tampoco logró encontrar caminos propios para resolver las carencias crecientes, y el pueblo, con las mismas instancias y espacios, dejó de sentirse protagonista en su realidad cotidiana.

Aun sin perder su identidad de sujeto, se debilitó su diálogo directo con la institucionalidad y su protagonismo en el curso de la revolución. Si bien, en procesos de amplia consulta, el pueblo ha refrendado el curso de las decisiones fundamentales, el consenso alrededor de la revolución y el socialismo se ha resquebrajado. Al mismo tiempo, como tendencia, las cosas empezaron a parecer ya organizadas y definidas en una estrecha franja de posibilidad de movimientos, en la que transita la isla la mayor parte del tiempo.

En una sociedad de gran estabilidad política a lo interno, y profundas garantías de seguridad, con derechos básicos asegurados para todos, en un amplio consenso antimperialista y de soberanía nacional, las cubanas y los cubanos vivimos una cultura política que por un lado está signada por la convicción de echar pa´lante en la más porfiada resistencia, olfatear de lejos las malas intenciones y no dejar que nadie de afuera nos diga lo que tenemos que hacer, y por otro lado, la práctica de hablar bajito de los problemas, construir falsa homogeneidad como testimonio de unidad política, esperar de arriba las instrucciones más significativas y dar una importancia exagerada a lo formal.

Las cosas pueden ocurrir en el buen sentido, pero también, y a esto suele dársele mucha importancia, deben ocurrir en los canales, instancias y tiempos establecidos.

Un desafío importante es aprender a hacer política con las diferencias del conjunto de la sociedad toda, sin sobrestimar las aprobaciones unánimes y las armonías estáticas, tan cercanas a la desidia.

En esta actitud aprendida de esperar a ver qué pasa porque «arriba» se dice lo que ha de hacerse, y el gobierno ha gozado de legitimidad para ello, el papel asignado al pueblo parece ser educar a las nuevas generaciones de acuerdo a los valores socialistas, producir con disciplina y aportar en el «pedacito que nos toca» desde las organizaciones sociales, de masas y nacionales. Todo esto, si bien es necesario, ha sido insuficiente.

Hoy vivimos en una sociedad que reconfigura grupos, roles y clases. Algunos con más medios, acceso a información, tiempo de estudio para la construcción de un país más democrático. Crecen las diferencias sociales y su correspondiente autopercepción. Desde identidades y privilegios de diverso tipo, se habla en nombre del pueblo o el sujeto excluido, se autoconstruyen vocerías unilaterales, activismos y otras prácticas que pueden hacer aportes muy útiles, siempre que tengamos claras su naturaleza y articulaciones.

Existen grupos con intereses diversos en nuestro país a los que nos interesa profundizar el socialismo, que puede generarse una intelectualidad e instrumentos propios que encuentren canales de influencia en los debates y realidades nacionales. Un desafío entonces será tener conciencia de los aportes de estos canales al proceso de construcción y aprovechar esos aportes sabiendo que la democracia debe verificarse en poder del pueblo, con su capacidad confirmada en la práctica de superar las opresiones y construir una sociedad de justicia plena para todos.

También avanzan y se reconfiguran ideas conservadoras que se entrelazan en todos los debates nacionales y ganan terreno en la disputa ideológica que vivimos.

Estas ideas representan articulaciones mundiales subordinadas al capital. De ellas no podemos esperar ningún aporte a un proceso democrático, al contrario, se ocupan de desmontar todos los avances en este sentido. Campañas contra el matrimonio igualitario, posiciones contra la educación pública y la formación en valores socialistas de los hijos, retrocesos en los derechos de las mujeres, liderazgos jóvenes y formados. Estos son puntos de su agenda.

Discernir entre unos y otros es importante. Nos ayuda la brújula que es mucho más que una frase aprendida: sin todos los derechos para todas las personas, no podremos construir mas democracia.

La institucionalidad creada para cumplir el papel del Estado de servir al pueblo y encauzar las propuestas de transformar la realidad, no es suficiente para profundizar la democracia como nunca fue suficiente para la revolución.

Las epopeyas más grandes de la Revolución fueron libradas por el ejercicio de la movilización popular, no por planes y encaminamientos institucionales. Los canales, instancias y organizaciones reconocidas, no le son suficientes a este momento, pero no le sobran. Impulsar la transformación de nuestras instituciones que son espacios abiertos, vivos, algunas más que otras, es una tarea fundamental. Actívense todas las organizaciones, discutan que pasa en Cuba, movilicen sus sentidos fundacionales y actualicen su agenda en las bases.

También surjan organizaciones nuevas, movimientos, colectivos, sujetos plurales, crezca el entramado social activo en Cuba, y una nueva militancia desde abajo. Construir tejido popular de base es un desafío en un país donde todos nos sentimos pertenecientes a algo, pero decisores de poco.

Mantener vivo el debate es fundamental. Las ideas no pueden morir en esta hora, no nos hace daño el debate de ideas, Si bien estaremos de acuerdo con que decir todo lo que pensamos y tener cientos de medios diversos, no asegura que el pueblo organizado tenga poder para cambiar su realidad y para hacer su historia, que es lo esencial, nos viene bien decir lo que pensamos, y tener una política informativa transparente que dialogue desde la realidad con el horizonte socialista. Una sociedad dormida, angustiada en su sobrevivencia cotidiana, desesperanzada, es lo que realmente nos hace daño. Ni podemos construir socialismo con represión de las ideas o de quienes las ponen en discusión, ni con linchamientos o ataques al pensamiento distinto, ni podemos hacerlo poniendo en duda toda certeza.

No sintamos vergüenza de querer la revolución. No somos brutos los que defendemos la revolución, no somos anticuados, oficialistas, ni adoctrinados, no estamos ciegos, ni somos infelices engañados, si recibimos salario del Estado, no nos preocupemos, es un salario bastante insuficiente, porque el Estado cubano paga mucho menos que otros actores más «plurales» y «modernos».

Tampoco quienes piensen distinto son a priori traidores o desideologizados. Somos otra generación. Paremos los viejos métodos, las viejas formas de responder. Si negamos la realidad, solo lograremos que la realidad nos pase por arriba como un tren a gran velocidad.

Necesitamos superar la dramática situación económica en que vivimos para construir mayor democracia, pero eso no lo conseguiremos solo con un Estado con muchos recursos, ni siquiera el día en que no exista más el bloqueo, si ese día llegara a existir, será esencial socializar los medios de producción. El camino del socialismo es un camino en el que hay que mojarse el cuerpo entero, producir en colectivo, gestionar de forma cooperada la vida, tejer redes de solidaridad de cuidado, sentirse parte importante en la reproducción de la sociedad en su conjunto. Todo ello es necesario para una mayor democracia.

Necesitamos también construir agenda desde abajo, con las mujeres cargadas de múltiples opresiones que viven en los barrios, con poco tiempo para las redes sociales y muchas veces ausentes a las reuniones de la FMC[3], mujeres que van de las colas, a las pipas del agua, a planchar uniformes porque sus hijos van a ir limpios a la escuela, las que se levantan a las 5:30 a.m. para coger el camello[4] y llegar temprano después de dejar listas todas las tareas de cuidado a la familia a su cargo, ¿sabemos qué piensan ellas? ¿No será importante saberlo para la revolución?

Necesitamos construir agenda escuchando a los migrantes en la capital que viven de la economía informal, necesitamos construir agenda con las trabajadoras nocturnas, con las negras y los negros que sufren del racismo y discriminación, los trabajadores de la Antillana[5], las obreras de las textilería, las trabajadoras por cuenta propia, los jubilados, los estudiantes que a veces comparten el estudio con contratos laborales, los estudiantes que se fueron a cuidar de toda la sociedad durante meses de cuarentena y avance de la pandemia, con los artistas vinculados al movimiento de Casas de Cultura que andan montañas y trillos para talleres de todo tipo. Somos pueblo en tanto escuchamos la peculiaridad de estas voces con dramas singulares que tienen mucho que decirnos.

Nadie puede aspirar hoy a controlar la información, a controlar las relaciones, a invisibilizar sujetos. No es posible. La realidad cambió. Nadie puede sentir que le corresponde negar una movilización de jóvenes que se sienten responsables de una carga y tentarlos con frenar el paso con ideas conservadoras ni demagógicas. A todo tren debe ir el diálogo de esa juventud con el pueblo. En esta hora no sobra nadie que en el corazón tenga las banderas de justicia y soberanía para Cuba. El timón en la mano puede generar ampollas, por eso hay que ir en colectivo, pero hay que hacerse cargo.

Nadie regala la democracia. La democracia ni es un regalo ni es el resultado del mejor proceso de diálogo. Es una consecuencia de procesos de lucha permanentes.

Construir democracia no podrá ser un ejercicio deliberativo, controlado, en equilibrio y armonía; se va de los márgenes esperados, se llena de errores, pero su defensa, tiene que iluminar cada paso de los comprometidos desde una base fundamental: no tendremos más democracia si permitimos el desmonte de la revolución. No tendremos más democracia si nos creemos la posibilidad de entendimiento honesto con quienes nunca han contribuido a nuestra libertad, ni en la guerra del 68, ni en la del 95, ni en las revoluciones y luchas posteriores. Tenemos un enemigo con discurso de Mesías, esperando por tragarse nuestra cultura, identidad y bienes en una cena de domingo.

El Estado que sirve a un proyecto socialista, tiene que comprender sus actores, mirarse para adentro, reconocer sus zonas de estancamiento e insuficiencias. Solo estará a la altura del proyecto revolucionario si sirve al pueblo y ese deber le exige confrontarse a sí mismo y eliminar sus prácticas de discriminación, silenciamiento, y exclusión. Sin presión social, el Estado, que es mucho más que sus instituciones, tendrá más dificultad para esta tarea.

Entender la presión social como herramienta necesaria es importante. Esta presión será más valiosa, si se organiza en diversos instrumentos y no se desparrama con estridencias o espasmos que pueden terminar estancados.

Debemos aprender de los errores y no sentirlos como llaves a pasillos oscuros de ida sin regreso. Radicalizar el camino no será quedarnos solos y puros en la convicción más sólida, significará sumar pensamiento crítico, ser pacientes en la búsqueda de la unidad que no atropella. No nos peleemos dentro de la izquierda, mientras muchos quedan en silencio trabajando para capitalizar más recursos y nadie los confronta, no nos peleemos dentro de la izquierda mientras muchos denigran y discriminan por diversas razones en prácticas casi silentes y nadie los confronta, no nos peleemos dentro de la izquierda mientras tenemos a EE.UU esperando para acoplarnos a su aparato y hay gente en nuestro país que vive pensando en aquella realidad sin buscarse un solo problema. Sería un logro del capital y del imperio.

No debemos ufanarnos por ser mayoría, o ser más diversos, o verdaderamente espontáneos, o por estar en el medio de la candela, aterrizados en los dramas concretos, todos esos son criterios que nos ayudan a vigilarnos para ser el sujeto revolucionario que debemos ser en la construcción de democracia, pero no debe funcionar como criterio de marca o de exclusión.

Reconozcamos el carácter de cada aporte para tomarlo juntos, sin centro único que acomode y ordene.

¿Qué agenda nos permitirá profundizar en poder popular en los territorios, en los espacios de tomas de decisiones, en los escenarios de disputa de todos los temas que conciernen al proyecto socialista y por tanto conciernen al pueblo?

Una agenda que no se construya desde la sociedad perfecta o el deber ser desconectado de las tensiones concretas, una agenda con posibilidad de narrar quienes somos y como vivimos, sin personalismos ni egos, que articule y no fusione esfuerzos con la institucionalidad, que combine métodos que incluyan la necesaria movilización autogestionada, una agenda que enfrente el racismo como la centralidad del proyecto, que enfrente la cultura machista y la violencia como la centralidad del proyecto, que desmonte la recolonización sobre nuestras vidas como la centralidad del proyecto, que dé testimonio de la solidaridad ante hechos concretos, y que reconociendo en EE.UU un enemigo histórico del pueblo y la revolución cubana, procure actuaciones creativas e iniciativas políticas conscientes de su papel en la reconfiguración y disputa en que participa. No habrá socialismo sin métodos de construcción política socialistas.

Algunas claves políticas para esta batalla:

  1. Nada es solo su discurso.
  2. Las clases definen los movimientos de fuerza en una sociedad, no un sector, menos un vocero.
  3. Las agendas diversas articuladas alrededor de un proyecto vivo no fracturan sino fortalecen la sociedad. La ausencia de un proyecto no es consecuencia de la diversidad de agendas.
  4. Organizar no es calmar la indignación ni ordenarla en importancia. Es ganar fuerza para la clase.
  5. Movimientos, instrumentos y liderazgos nuevos, actualizados en contenido y método político son necesarios a Cuba.

Ninguna escuela ni organización nos formó para enfrentar un tiempo de conflictividad social que hace parte de los procesos democráticos, tiempo en el que se recomponen los campos y se agita la producción de ideología. Muchos de nosotros crecimos sin vivir estas experiencias. No podemos temer a esto.

Conozcamos los campos y fuerzas sin slogans ni titulares, y peleemos.