Después de que el mundo se detuvo unas horas por el box, muchos quedaron con una sensación extraña, una sensación ubicada entre la ignorancia, la injusticia y el aburrimiento, nos emocionamos de mentira, como queriendo entender de qué se trataba este deporte de golpes, pero terminamos con cara de pregunta, muchos sin ganas de saber más, otros preguntando a los pocos que sabían y los menos averiguando en Wikipedia, que es la nueva edición de los libros “for dummies” clásico del A.I. Antes de internet.
Qué pasa con los deportes de hoy, parecen haber perdido la emoción, la técnica ha tomado tanto el control que la incertidumbre parece no existir mientras la improvisación se transforma en una pieza de museo, seguimos buscando algo que nos quite el aliento, que nos deje suspirando emocionados al borde del colapso nervioso, pero cuesta encontrar esa antigua sensación. Lo que ocurrió con la mal llamada “pelea del siglo” es lo que está pasando con la mayoría de las competencias a nivel mundial, se están transformando en un show, uno bastante millonario, que no busca emocionar ni generar adeptos, busca generar utilidades y entonces pasan a ser más entretenidos los entretiempos que el mismo partido, como en la NFL o el tenis, donde todos esperan el ojo de águila que los saca un rato del frontón en el que pierde el que se cansa.
Los poetas lo dijeron muchas veces, la perfección es aburrida y nos estamos acercando a esa monotonía, si hasta los cantantes dejaron de desafinar, porque ninguno canta en vivo y si lo hacen hay un programa que los ayuda para que no se note. Antiguamente recurrían al público en las notas más altas, generando una conexión que se agradecía.
Esta ansiedad por la perfección nos lleva a la depresión, porque hasta los modelos de belleza son inexistentes, arreglados una y otra vez por el famoso Photoshop, creando paradigmas que nos llevan a otras realidades que ni siquiera son virtuales, simplemente son de mentiras que venden. Si hasta el fútbol parece ensuciarse y caer en esta absurda moda, donde los lujos son prohibidos y tomados como una falta de juicio por los entrenadores, como en el colegio deben jugar con la cabeza gacha, haciendo lo que les dijeron, sin pensar, sin libertad, sin voz propia y sin emoción.
Extraño a los Maradona, a los rebeldes que rompían esquemas, al gordito pequeño que hacía que los grandes imperios se retorcieran en sus piernas, insultándolos, burlándose de ellos y luego se equivocaba, como nosotros, como cualquier persona normal. Nos hace falta una gambeta, una fantasía, un jugador al que se le olviden las lesiones porque quiere ser campeón, y no porque quiere llevarse 80 o 120 millones de dólares al bolsillo.
Es tal la necesidad de realidad, que los hemos transformado en programas como zoológicos, donde encerramos en un set a grupos de personas para que sean ellos. Tan lejos no estamos de Farenheit 451 de Bradbury ni del Mundo Feliz de Huxley, donde la humanidad obedecía a la televisión y la creatividad era un pecado, mientras en el otro dividían a los ganadores y perdedores desde que nacían, dejando a los “nativos” viviendo en una especie de reality show.
Debemos volver al jazz, donde la improvisación musical nos lleva a musicalidades diferentes, pero tan mal acostumbramos el oído a la supuesta perfección, que no nos gusta en general, porque no la entendemos, si hasta los raperos lo han intentado en un esfuerzo por llevar la tradición del guitarrón a otras facetas, pero quedan ahí. Nada es al azar, ni siquiera los premios del casino. Se ha perdido lo hermoso del no saber qué pasará, de la espontaneidad… si hasta desapareció el beso robado porque puedes terminar preso.
Entre más perfecto nos creemos, más inhumanos nos volvemos, la máquina superó al hombre y queremos imitarlos para alcanzarlos, si incluso hay algunos que bailan igual. Tanto nos enfermamos de perfección que los niños se enamoran antes de un dibujo animado que de una compañerita del colegio, porque sus cánones de belleza ideal así son.
Sueño con que nos devuelvan los deportes emocionantes, sueño con que vuelva a la cancha un Maradona, un jugador que no sabes que truco podría hacer hoy, siempre sorprendía, algo como un Chino Ríos en el tenis, un Messi sin objetivos específicos, un cantante que desafine de emoción, un Usain Bolt al que no castiguen por entrar a la pista cantando, una mujer con cuerpo de mujer, un perro que se cague donde quiera, un hombre que se equivoque sin querer.
Sueño con la imperfección porque soy parte de ella y los invito a ustedes también a ser parte de esa hermosa equivocación.