Cuenta la historia apócrifa que, el día que Dios estaba creando el aparato urogenital humano, le dijo a su ayudante:
– Gabriel, hazme un favor… traeme 4.000 terminaciones nerviosas súper sensitivas
– ¿CUÁNTAS?
– Cuatro mil.
– ¡Dios mío!
– ¡Presente!
– ¡Pero si al trasero entero no le pusiste ni cien! -exclamó el arcángel, sorprendido
– Ah, Gabriel, es que estoy haciendo el aparato reproductor humano. Tengo que asegurarme de que la raza humana persista a través de los siglos. Tengo que hacer del coito una actividad irresistible para los humanos…
Y luego de una pausa, el Supremo Creador dijo:
– Gabo, es más, Traeme 4.000 más. Los quiero pronunciando Mi nombre…
Esta historia llevaría a algunos a una crisis existencialista. ¿Qué dicen entonces los ateos durante el orgasmo?
A decir verdad, no hay actividad humana más cargada de múltiples sentidos contradictorios que la actividad sexual. Miles de especies animales que pueblan la Tierra conciben progenie todos los días, pero solamente cinco le han adjudicado un sentido puramente recreativo al acto sexual: los chimpancés, bonobos, delfines, orangutanes, y los humanos. Y de esas cinco especies, solo los humanos han erigido toda una madeja de rituales, significados, mitos, falsedades, sentimientos, conductas persistentes, transacciones comerciales, artículos del Código Penal, y demás embelecos, alrededor del sexo. Es más, se las inventamos también a los orangutanes, por aquello de la canción del orangután y la orangutana.
Primero, la mera mención de la palabra “sexo” espanta a millones de personas, quizá porque todavía consideran tal actividad como una reservada para la procreación, o regulada estrictamente por preceptos de índole moral o religiosa. Ya, de entrada, la equis de la palabra “sexo” implica una conducta a la cual hay que tachar de la lista de actividades para consumo público. Sí, a Adán y a Eva los expulsaron del Paraíso por comerse no sé qué fruta prohibida. Dudo mucho que haya sido una manzana. Quizá se tratara de un plátano. O una lechosa. Pero la imprecisión del texto deja espacios entre las neuronas por rellenar… con una equis.
Quizá la vergüenza al tratar el tema se debe a que, a decir verdad, los humanos nunca estamos más vulnerables que cuando andamos sin ropa, y hasta donde tengo entendido, el sexo implica destapar alguna de esas zonas a las que el arcángel le buscó terminaciones nerviosas adicionales. La vulnerabilidad nos hace humanos, mientras que el sexo propiamente dicho nos invita a crear vida, y por ende, jugar a ser divinos. Emular a Dios es el último “power trip.”
Quizá el cuchicheo a sotto voce sobre el sexo se debe a que la zona erógena más importante del cuerpo, como dice Isabel Allende, está entre las orejas. El cerebro, capaz de imaginarlo todo dos veces, le añade muchos más sentidos al primitivo acto de empernamiento. Sea como fuere, buena parte del mundo evita su mención… así todo el mundo piense en él, pierda el sueño por él, hasta cometa atrocidades por él.
Los seres humanos fueron diseñados para ser promiscuos, si creemos la teoría de la supervivencia del más fuerte. El deseo sexual es persistente -esas terminaciones nerviosas trabajan triple jornada a veces. Sin embargo, hace miles de años, las primeras civilizaciones comenzaron a exigir que se formaran lazos familiares fuertes entre los padres de criaturas cada vez más y más vulnerables. El varón, que se consideraba a sí mismo el dominador del planeta, se sentía cada vez más y más inseguro de su capacidad de conseguir -y retener- pareja. Dicen los antropólogos que los primeros códigos de moral sexual buscaban maximizar el rédito del típico patriarca del Oriente Próximo a la hora de conseguir esposa, como si la cónyuge se tratara de un bien de consumo. El patriarca buscaba esposa para que le sirviera, e hijos para que le ayudara a labrar la tierra o continuar el negocio familiar, por lo tanto deseaba que la mujer fuera fértil y le dedicara su atención entera. Así fuera “a la fuerza y sin querer,” como decía Torito Fuertes.
Consideraciones estrictamente biológicas que beneficiaban mayormente al varón entraron entonces de por medio: si la salud era gobernada por la alimentación adecuada, una mujer de cuerpo Boteresco seguramente podría dar más hijos. Los lazos afectivos cobraron dimensiones insospechadas, bajo la premisa que con la fidelidad, se pudieran minimizar las enfermedades sociales, y por ende, garantizar la fertilidad. La gente comenzó a juzgar la conducta de hombres y mujeres por esos nuevos cánones de moral sexual. Incluso, quienes se salieran del comportamiento esperado del binomio biológico de varón y hembra -lo que hoy día es considerado todo un espectro de gradaciones de género- podían hasta perder la vida, acusados de atentar contra esa “moral sexual.” De ellos hablaremos más adelante.
Sin embargo, al mismo tiempo, la mujer comenzó a demandar, y luego a ejercer, la selectividad a la hora de aceptar ser pareja del macho. Los genitales fueron evolucionando para que no cualquier portador de cromosoma XY pudiera procrear con cualquier mujer. Los padres de muchachas jóvenes -y, por ende, proveedores de dotes- pusieron precio cada vez más alto a la disponibilidad de alguna de ellas como pareja. Las madres comenzaron a sugerir a sus hijas a que contrarrestaran los avances y exabruptos del macho. Y cuando las ilustres trabajadoras del sexo descubrieron que había varones energúmenos, célibes involuntariamente, dispuestos a dar rienda suelta a sus apetitos carnales mediante paga, la mujer comenzó a tomar las riendas de su sexualidad, al menos entre las culturas europeas de hace docenas de siglos.
Lo que ocurrió en los siguientes cientos de años es demasiado como para describir en un solo párrafo, pero lo podemos resumir en tres enunciados. Primero, adquirir pareja sexual se sometió a reglas y ritos culturales. Algunas de estas reglas son descabelladas y absurdas, pero todas se centran en alguna transacción o serie de transacciones, donde el varón pedía acceso a la hembra, no sin antes salvar múltiples obstáculos, comenzando por el del ojo crítico de la comunidad donde residían. Segundo, como reacción a los excesos de épocas como la del Imperio Romano, la sociedad trató de hacer indistinguibles el amor y el sexo, hasta que en la mente de algunos, no fuera imaginable uno sin el otro, y viceversa. Eso apaciguó bastante a los fanáticos del Cuarto Pecado Capital… hasta que, a partir de finales del siglo XIX, la publicidad, la literatura erótica y la pornografía comenzaran a sugerir, provocar, y vender abiertamente (luego de siglos de censura) toda una mitología sobre el sexo que tomaría volúmenes enteros describir. El sexo se volvió un requisito para vender productos, y luego un producto en sí mismo (al grado que el 81% del tráfico mundial de la Internet hoy día trata sobre sexo…)
En tercer lugar, comenzó un largo proceso por el cual quienes estaban sometidos a relaciones de poder que definieran su sexualidad en contra de su voluntad trataran de romper con esa dominación. La mujer occidental solo vino a adquirir pleno control sobre su sexualidad en el siglo XX, luego de múltiples esfuerzos individuales y colectivos (y solamente en algunos países, de paso). Todavía falta mucho para que la mujer pueda controlar y definir su cuerpo y su sexualidad sin intimidar a los elementos más conservadores de la sociedad. Y ni hablemos de aquellos que viven su sexualidad dentro de todo el espectro de género. En Latinoamérica, la moral conservadora -y en muchos casos, oficialista- todavía pretende hacer creer al mundo que la gente común y corriente solo tiene sexo como los conservadores se lo imaginan.
Pero volvamos a lo que dio origen a este escrito: el incontenible, y a veces extremista, deseo sexual. Hace unos días mi paisano, el Residente, rapero que inició su carrera como cineasta hace algunos años haciendo un cortometraje sobre el tema como requisito de su Magister en Artes, publicó un video musical donde rapeaba, cantaba e ilustraba los extremos a los que los seres humanos llegamos con tal de querer -y obtener- placer sexual. Desdoblamos nuestra personalidad con tal de agradar a nuestra potencial pareja. Intentamos esconder nuestros defectos físicos, nos esforzamos en agradar, sugerir, y cortejar a nuestro potencial acompañante, hasta que suceda una de dos cosas: o un rechazo al avance, o una jornada de fuegos artificiales e intercambio de fluidos corporales. El video deja fuera todo lo que tiene que ver el lado negativo de la búsqueda del placer sexual (la explotación, la coerción, la trata, la violencia, entre otros factores), pero esa era la intención desde un principio: estipular para récord que la sexualidad es una fuerza que mueve al mundo, y que es común a casi todos nosotros (excepto a los seres asexuados, ya sea por cuestiones de salud o por voluntad propia). Existe, aunque se mantenga bajo el velo del tabú o la censura. Pide, y quizá hasta exige, un tratamiento mucho más abierto, menos condenatorio, y quizá alegre y positivo, dentro de todo lo que comprende la actividad humana.
Y aceptar la sexualidad como una fuerza motriz más de este mundo no se puede hacer con mentalidad ajena a la apertura. Si, existen relaciones de poder muy feas que arruinan la experiencia sexual para mucha gente. Hay países donde hay quien pretende que el Estado legisle sobre los cuerpos de los humanos que en él habitan, al grado de tener más potestad sobre el cuerpo de uno, que uno mismo(!) Hay muchos prejuicios, pretensiones de privilegio (sobre todo machista), y perfume de moralina sobre la actividad sexual. Pero también hay una realidad: entre dos adultos que consienten libre y voluntariamente, sin coacción, y sin peligro físico, y sin daños a terceros, si está en ellos el tener sexo, lo tendrán. Y si lo tienen, ¿quienes somos nosotros para decirles que no lo hagan?