Últimamente, el sentimiento anti-puertorriqueñista ha comenzado a arropar a quienes menos debiera: a los propios puertorriqueños (parte 2)


(* – Al menos por ahora. ¡Háganme quedar mal!)

Los pájaros nacidos en jaula creen que volar es una enfermedad

– Alejandro Jodorowsky, artista mundial nacido en Chile

Fiquito 90El independentismo puertorriqueño debe lidiar a diario con publicidad anexionista como ésta: promesas siempre hechas con dólares ajenos.

En una publicación anterior, enumeré razones por las cuales mi país, Puerto Rico, difícilmente pueda llegar a ser un país soberano e independiente en lo que me queda de vida… contrario a mis deseos. Repito lo que dije en mi alocución anterior: no me malinterpreten. Deseo, en estos momentos más que nunca, que los Estados Unidos le den la independencia a Puerto Rico. Sin embargo, muchas cosas tienen que cambiar antes.

En mi primer escrito, mencioné cinco factores que han causado que los puertorriqueños no hayamos logrado sacudirnos el colonialismo político, económico y mental, que nos inculcan y dosifican, lo suficiente como para lograr una independencia nacional. También les dije que el proceso de desconfiar de (y despreciar a) Puerto Rico no ocurre en una sola dirección… y empeora con cada día que pasa. He acá cinco factores más que hay que tomar en cuenta:

La psiquis puertorriqueña ha sido dañada, a tal grado, que sugerir autosuficiencia entre los puertorriqueños es causa de burla.
Es difícil determinar cuán irreversible es el daño hecho a Puerto Rico por el colonialismo, pero he acá un ejemplo: la soberanía alimentaria del país (o, mejor dicho, su ausencia):

El 85% de los alimentos consumidos en Puerto Rico se importan del extranjero. Solamente el 1% de nuestra economía depende de la agricultura. Hay tres renglones mercantiles que se aprovechan de ese comercio alimentario: las navieras estadounidenses (las más caras del mundo, para quienes Puerto Rico es territorio casi cautivo), y los importadores y comerciantes de alimentos –algunos de los cuales tienen compañías establecidas desde el siglo 19 (cuyos dueños poseen el verdadero “dinero viejo” del país, donde la riqueza trasciende generaciones)

En caso de ocurrir una paralización de embarques de comida importada a Puerto Rico, nuestro país tiene reserva para solamente dos semanas de alimentos. No me imagino qué ocurrirá con nosotros  en caso de un terremoto (Puerto Rico está en área sísmica) o de una huelga naviera, real o provocada…

Hace poco, el gobierno local intentó sembrar arroz en un terreno de reserva agrícola en el suroeste de Puerto Rico. La última vez que se intentó sembrar arroz en este país tropical, hace treinta años, las importadoras de arroz extranjeras inundaron el mercado boricua con arroz barato, hasta sacar la operación local del mercado. Esta vez la primera cosecha de arroz ya es motivo de controversia: que cada kilo de arroz costará diez dólares, que quienes vendieron la semilla al gobierno escogieron una que requiere resiembra (y recompra) cada tres meses, que los amigotes de tal o cual político recibieron trato preferencial para los contratos de siembra y procesamiento… en fin, se trata de “el cuento de la pájara Flora”, como dicen en México (país cuya soberanía alimentaria, de paso, es igual de precaria).

Puede que las razones para desconfiar de ese intento tímido de hacer a Puerto Rico autosuficiente en tan solo un renglón económico sean válidas. Sin embargo, como dice el estadounidense, “maldito si lo haces, y maldito si no” (“Damned if you do, damned if you don’t”) Imagine entonces usted a los puertorriqueños pensando igual sobre todos los renglones de su economía. Ese es el caso actual, ante tanta noticia económica pesimista.

Puerto Rico, empantanado mentalmente por la colonia, no propone un proyecto de país.
Como muchos de ustedes recordarán de sus clases de historia (excepto los puertorriqueños, a quienes Simón Bolívar se les menciona lo menos posible), el Libertador de buena parte de Nuestramérica escribió en 1815 una carta desde su exilio en Jamaica donde, entre otras cosas, aspiraba a definir un plan de acción para el desarrollo progresista de nuestras naciones. Ha tomado casi dos siglos, pero ese plan se está concretando –con bastantes deficiencias, pero concretándose al fin. Puerto Rico no ha tenido tal suerte: jamás se ha concebido a sí mismo como dueño y gestor de su futuro. Y mientras no lo sea, no se planifica a sí mismo como país, más allá de invitar a inversionistas extranjeros a invertir en Puerto Rico y multiplicar sus ganancias.

En tiempos recientes, además de los políticos pertenecientes a los dos partidos del binomio que tanto tendrían que perder en un Puerto Rico autosuficiente, la colonia tiene múltiples apologistas: desde los dueños de los tres diarios principales del país, para quienes el gobierno es una fuente necesaria de lectores y anuncios, a los empleados y gerentes puertorriqueños de las empresas multinacionales que controlan buena parte de nuestra economía. Para rematar esto, no ayuda para nada que los poderes detrás de esos renglones económicos favorecen el consumo a ultranza, y miran al otro lado cuando de exportación de ganancias de capital se trata (que, en nuestro mundo ciberconectado, ocurre a segundos de cerrarse cada transacción).

El cainismo entre varias facciones del independentismo es cada vez más feroz.
A mi juicio, el problema mayor que tiene el movimiento libertario pro-boricua viene desde adentro. No solo una mayoría de los nacionales de Puerto Rico le tienen pánico a ser parte del concierto de naciones libres,  muchos de ellos consideran a quienes más fervorosamente la defienden como incapaces de la tolerancia necesaria para concertar fuerzas por un propósito común al país. Para ser franco, no se equivocan.

Las facciones no anexionistas en Puerto Rico andan divididas, casi de forma irreconciliable, desde 1946 – el año en que el alto mando militar en Puerto Rico le ordenó a Luis Muñoz Marín -el político más poderoso de la colonia, entonces presidente del Senado insular, y más tarde gobernador casi vitalicio de Puerto Rico- que desistiera de gestar la independencia para el país. En aquel entonces la Guerra Fría apenas comenzaba, y los EE. UU. no podían darse el lujo de soltar un territorio céntricamente localizado en el Caribe, al que luego llenaron de bases militares y bombas atómicas.

Una sección del  partido político que lideraba Muñoz, el ahora oficialista Partido Popular Democrático (PPD) inició entonces un ciclo casi suicida de erradicación de la conciencia nacionalista puertorriqueña –al grado de que, hoy día, la palabra “nación” en Puerto Rico, apenas se puede pronunciar sin levantar molestia o miedo… mucho miedo –cosa que les suena muy irónica a los latinoamericanos. En este vacío de conciencia nacional, el anexionismo boricua ha crecido como la espuma: de 12% de la población en los 1940s, a un 46% de la población hoy día. Otro 46% quiere mantener la relación colonial actual con los EE.UU.

La inteligencia militar y civil estadounidenses, y el gobierno local de Puerto Rico, fueron contundentemente exitosos neutralizando al movimiento independentista puertorriqueño. A algunos de sus miembros literalmente los encarcelaron hasta por razones tan triviales como ondear una bandera puertorriqueña en su casa. A otros les entorpecieron sus vidas hasta el punto de forzarlos al exilio –desde indisponerlos con sus jefes hasta hacerle atentados contra sus vidas. Espías, mercenarios y terroristas de derecha lograron hacernos pelear unos con otros.

Los independentistas que quedamos luego de esa purga, para desgracia nuestra, hemos quedado muy vulnerables a los embates de las filosofías y acciones descritas en mis puntos anteriores. Nosotros, como tontos, aprendimos a pelearnos permanentemente desde entonces –el independentismo boricua está fragmentado entre sí, entre los que apelan al proceso electoral como forma de lograr la independencia (léase, el Partido Independentista Puertorriqueño), y los que no somos miembros de él, muchas veces por riñas personales con miembros de su liderato.

En Puerto Rico se le llama “La Perse” a la desconfianza que los independentistas, en conjunto, tenemos de todo, y de todos. Tendemos a mirar a la vida pública en Puerto Rico como un suceso ajeno a nuestra realidad cotidiana, a un juego de dados cargados que no merece la pena ni siquiera jugarse. Nos encerramos en bastiones –casi siempre centros universitarios y culturales- a mirar con amargura la transculturación e involución del país. Y, para complicar las cosas, muchos de nuestros protagonistas y teoristas del independentismo van muriéndose, literalmente, sin nadie que los reemplace.

Mucha de la mentalidad de los teoristas de la Nación puertorriqueña tiende a ser ultraortodoxa, con base fundacional en postulados que no son por completo obsoletos, pero que ya no tienen el peso que hubieran tenido hace 60 años en el país. El mundo ha cambiado. Algunos dicen que sólo han cambiado los actores, pero no la opresión y el rechazo a Puerto Rico. Eso es hasta cierto punto correcto –pero mi postulado básico en este escrito y el anterior es que el gringo no es mayor problema que el boricua colonizado, y que el gobierno estadounidense no es mayor problema que las corporaciones multinacionales que lo controlan.

No veo al independentismo puertorriqueño, en términos generales, deseoso de concertar alianzas con la masa no anexionista del país –porque tan siquiera sugerirlo es volverse un despreciable melón (verde independentista por fuera, rojo autonomista por dentro). Sí, el oficialista Partido Popular Democrático (PPD) ha sido inmovilista, el “semillero de americanitos” como le llama el eterno líder del Partido Independentista, Rubén Berríos. Sí el PPD es el principal artífice de la mentalidad anexionista, y , sus anteriores líderes fueron los carceleros de Pedro Albizu Campos, nuestro líder más importante del siglo 20, encarcelado y torturado al menos dos veces.

Todavía algunos de nosotros vemos a los prosélitos del PPD como colonizados sin remedio que merecen total y absoluto repudio, no como conversos potenciales. Yo soy de la teoría que los defensores del status político actual son boricuas con potencial de desarrollar conciencia de Nación, mucho más allá del patrioterismo banal que provocan en ellos boxeadores, Miss Universos, cantantes y bailarines de fama internacional. ¿Quién los convierte, aplacando sus miedos no infundados al progreso por cuenta propia? ¿Quién les enseña a librarse del colonialismo mental? Los líderes de su partido no fueron nunca capaces de hacerlo. Nosotros los independentistas no somos capaces de hacerlo tampoco. No podemos servir de conciencia a un país si no nos respetamos entre sí.

Los independentistas nos empantanamos en debates epistolares narcisistas con montones de reglas no escritas. A más palabras esdrújulas se citen, más contundencia creemos tener. A más filósofos y referencias académicas se citen, menos se ajustan a la realidad del Puerto Rico colonial. A más deseo tengamos de achicharrar al que no piensa como nosotros, más hablamos y menos hacemos (les garantizo que, al minuto en que llegue a conocimiento de mis pares este señalamiento, me achicharrarán vivo a mí también…)  Es más fácil sentar a la misma mesa a víctimas y victimarios de una dictadura militar que a los independentistas boricuas. En resumidas cuentas, mi parecer es que, a la hora de defender la Patria puertorriqueña, no hay peor cuña que la del mismo palo.

Hay fuerzas muy poderosas que quieren recolonizar a Puerto Rico
Puerto Rico, que vive una profunda crisis económica por haber dependido tanto de intereses extranjeros por tanto tiempo (muchos de los cuales meramente se fueron cuando Puerto Rico ya no les servía de lavadora de ganancias o fuente de mano de obra barata), ahora está demasiado cercano a la bancarrota financiera como para sentarse a ponderar alternativas a su crisis económica, mayormente autoinfligida. Desde los banqueros prestos a cobrar comisiones por revender la deuda tóxica del país, a los políticos que esperan que la situación la resuelva otro, estamos mentalmente apelando al proverbial billete de lotería, la cura mágica, el único acto que nos borre nuestra deuda eterna y nos devuelva a ser el país sin preocupaciones económicas que siempre nos hemos creído que fuimos.

Sin embargo, el panorama se complica aún más. Durante la última semana de noviembre de 2013 ocurrieron en Puerto Rico dos sucesos que me hacen perder cualquier esperanza de un pronto esfuerzo de encaminar a Puerto Rico a ser autosuficiente, mucho menos de ser un país libre y soberano.

Primero, el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS, del inglés) acaba de anunciar los resultados de un estudio donde indica que al sur de Puerto Rico existen yacimientos de petróleo y gas natural cuya exploración es viable. El potencial de saldar buena parte de la deuda del país y salir de la crisis económica es real, pero más real es la dejadez de Puerto Rico de hacer algo al respecto. En un Puerto Rico colonial, donde el ciudadano común cree al gobierno incapaz de hacer cualquier cosa bien, mi mayor temor sería que Puerto Rico prefiera delegar toda la responsabilidad de explorar estos yacimientos, o incluso parte de ella, a intereses extranjeros –con su misma clase política inepta y corrupta como intermediarios usuales.

Segundo, el pasado viernes, 29 de noviembre presenciamos los estragos del “Black Friday”, el llamado Viernes Negro de ventas al detalle que se calendariza para que ocurra justo después del Día de Acción de Gracias en los EE. UU. y sus territorios. Vimos a miles de boricuas hacer fila desde el feriado anterior –algunos y uno que otro cometiendo agresiones físicas contra otros por acceder a televisores, juguetes, o demás artículos de consumo en oferta. No hay mejor evidencia de cuán cautivos somos del consumismo.

Latinoamérica casi se ha olvidado de Puerto Rico
Es de esperarse que solamente burócratas, intelectuales e inversionistas estadounidenses se preocupen por Puerto Rico allá en los “US and A”, aparte de los boricuas que residen en el Norte. Al resto de los estadounidenses no les importamos, por más que los puertorriqueños sufran cuando se enteran de la realidad.

Pero, ¿y a Latinoamérica, le importa Puerto Rico?
Puerto Rico ha estado tocando a las puertas de los países de Latinoamérica, pidiendo permiso para entrar por derecho propio a su comunidad de naciones tan temprano como  1813, cuando Antonio Valero de Bernabé, militar boricua, llegó a ser subalterno de Agustín de Iturbide, y luego uno de los generales de Simón Bolívar. Quien pudo ser nuestro primer presidente, Segundo Ruiz Belvis, murió en un hotel en Chile buscando respaldo para nuestra causa. Pedro Albizu Campos, el más importante líder independentista boricua del siglo 20, viajó dos años por la América Latina buscando igual respaldo. Hoy día el Partido Independentista Puertorriqueño se pasa a cada rato reclamando respaldos a la CEPAL y al Foro de Sao Paulo.

Hoy día debo decir, muy a pesar mío, que solamente dos gobiernos latinoamericanos han sido consistentes a la hora de defender la autodeterminación e independencia para Puerto Rico actuando, más allá de la palabra de sus líderes. Uno de estos ha sido el gobierno de Cuba, que desde 1959 siempre ha defendido la autodeterminación del país que más se le parece culturalmente, y lo ha hecho docenas de veces ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas. El otro gobierno ha sido el de Nicaragua – para crédito suyo, Daniel Ortega ha exigido que el tema de la autodeterminación de Puerto Rico esté siempre presente en foros latinoamericanistas.

¿Y el resto? Aparte de pronunciamientos aislados de algunos presidentes (Maduro en Venezuela, Mujica en Uruguay), la mera sugerencia de exponer a Puerto Rico tan siquiera a la corriente cultural latinoamericana es inconcebible en las mentes de muchos presidentes, cancilleres y ministros de comercio de la mayor parte de Latinoamérica. En su única visita a Puerto Rico en 2001, incluso Hugo Chávez –que nunca fue tímido sobre asunto alguno que tuviera que ver con Nuestramérica– fue relativamente comedido sobre el tema. Algunos de los gobiernos de derecha del continente (Colombia, Chile) han llegado incluso a cabildear para que el tema ni se mencione en foros americanistas, como CELAC.

Las agencias de noticias estadounidenses y latinoamericanas han reducido su presencia en Puerto Rico a lo mínimo. Al resto del mundo apenas le importamos, excepto en tiempos de tormenta o de crisis económica.

No quiero pensar que este abandono surja de prejuicio anti-puertorriqueño en nuestro continente. Sabemos que algunos latinoamericanos sencillamente detestan a los puertorriqueños. Nos creen los gestores de este pacto mefistofélico por el cual los boricuas le vendimos el alma al mismísimo demonio, por un puñado de dólares. Será cierto en el caso de algunos de nosotros, no cabe duda, pero no lo es cierto para todos. También nos creen un pueblo burdo, pobremente educado, que para lo único que sirve es para exportar reggaetón y lenguaje aderezado con Spanglish. Pues bien, eso se puede arreglar. Ábranse a Puerto Rico, y asegúrense que los boricuas cobremos conciencia de nuestra esencia latinoamericana. Se sorprenderán de lo mucho que nos parecemos… y de cuánto podemos compartir mutuamente, en múltiples renglones: tecnología, ciencias, cultura, etcétera.

En resumen, no veo entre los puertorriqueños mucho deseo de trascender el nacionalismo simbológico y folklórico. El boricua es loco arropándose con su bandera, pero no la sabe defender. Quisiera equivocarme. Con gusto me encantaría que los que quieren ver a Puerto Rico progresar y ser libre me hicieran quedar mal. Ayúdennos, aquellos que quieren ser solidarios con la causa de Puerto Rico fuera de nuestro territorio nacional.