Un Espejismo llamado Puerto Rico
Para poder hablarles de Puerto Rico a los no boricuas, los puertorriqueños tenemos que hacer malabares. La pasamos difícil, porque no conocemos bien a nuestros interlocutores, ni ellos nos conocen bien a nosotros. Cuando se trata de la América Latina, quizá la tengamos más fácil, porque tenemos un idioma común…(Leer más)
Un espejismo llamado Puerto Rico
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Para poder hablarles de Puerto Rico a los no boricuas, los puertorriqueños tenemos que hacer malabares. La pasamos difícil, porque no conocemos bien a nuestros interlocutores, ni ellos nos conocen bien a nosotros. Cuando se trata de la América Latina, quizá la tengamos más fácil, porque tenemos un idioma común, pero vacilamos mucho a la hora de relatar nuestras realidades -que son sorprendentemente comunes. Debieran serlo, al menos.
Medios Lentos tiene su sede en Argentina, y los argentinos son conscientes de cuántos estereotipos han sido labrados sobre ellos a lo largo y ancho de nuestro continente. Unos pocos de ellos -muy pocos, realmente- persisten en nuestra memoria colectiva boricua a partir de visiones mediáticas bastante anticuadas -casi todo tiene que ver con Carlos Gardel, Libertad Lamarque, telenovelas, Titanes en el Ring, y los viejos programas del difunto Jorge “El Gordo” Porcel. Me atrevo a apostar, sin embargo, que aunque los estereotipos que tendrán los argentinos sobre los puertorriqueños están mucho más al día, lo que llega allá de nosotros es mucho menos y está bastante filtrado. Sabemos que tenemos al menos cinco embajadores culturales allá: dos a tiempo completo (Mimí Maura y Claribel Medina) y tres a tiempo parcial (René, el Residente de Calle 13; Lucecita Benítez, y Wilkins, por allá por Mendoza). Seguramente cuando alguien en Buenos Aires -o en Ushuaia- piense o hable de un boricua, pensará en artistas -últimamente reggaetoneros o cantantes de música pop.
Cuando se mira al colectivo boricua, sin embargo, la imagen mental del latinoamericano es bastante difusa. Yo nunca he estado en Argentina, pero estuve en Chile hace ya cuatro meses. Si la imagen sobre Puerto Rico que tienen en el Cono Sur llegara a ser homogénea a ambos lados de los Andes, seguramente la imagen que se tiene de mi país es bastante difusa. Voy a trazar varias pinceladas, a ver si ustedes las han percibido. No maten al mensajero.
Ante los ojos de muchos, Puerto Rico puede representar una de tres visiones, extremas las tres. En una de ellas, los boricuas somos unos bravos que le hemos hecho frente culturalmente a la potencia imperial más avasalladora del hemisferio -los Estados Unidos- y no nos hemos dejado subyugar por ellos. En otra de ellas -su total opuesto- somos una manada de cobardes que vivimos haciendo genuflexión al yanqui cada día que pasa. La tercera visión –mucho más común que las dos anteriores- es que se trata de un territorio pequeñito en el Caribe de habla española, donde reina más la pasión y la emoción que la lógica, que ha tenido a los Estados Unidos de administrador ya unas décadas, y quizá como resultado tengamos los puertorriqueños alguna riqueza material superior al promedio latinoamericano… y nada más. Me atrevo a decir que si pregunto detalles específicos, casi todos ellos son anecdóticos. Casi todos se derivan de cuán bien -o cuan mal- el que los cuenta la pasó en Puerto Rico, o cuán bien o mal la pasó entre puertorriqueños.
Tenemos fama de amistosos, de incultos, de generosos, de arrogantes con mecha corta, de gente atractiva físicamente, de trasculturados, de tener verdaderos extraterrestres como portaestandartes culturales, con una calidad inmensa, pero escasos entre millones de boricuas que son, si le creemos al estereotipo, más sibaríticos (¡en esteroides!) que otra cosa. Por la exposición que ha tenido Latinoamérica a la música pop boricua, tenemos fama de hablar una jeringonza con fuerte dosis de “spanglish” (término inventado por un puertorriqueño, Salvador Tió) que se parece al español de las Islas Canarias.
Y sí, muchos de nosotros, cuando se nos pide hablar sobre “la puerta izquierda del carro” decimos “la puelta ijquielda del cajro”, resultado de una coctelera cultural que mezcló erres velares de Córcega con eses aspiradas de Andalucía y eles esquizofrénicas de origen mozárabe. Antes del reggaetón, el acento boricua era más digno de susto que de respeto más allá de nuestra geografía. Luego del fenómeno, se trata de un pasaporte cultural, un salvoconducto que substituye el pasaporte de país soberano que no tenemos. Eso sí, ni pa’l carajo se le ocurra decir a nadie que nuestro Puerto es “Lico”. (Jrico sí, pero “Lico” es una boludez que no diría ni un chino con frenillo).
Y el susto que mencionábamos viene de puro pánico mediático, infundido por los medios de comunicación estadounidenses al resto del mundo. Sabemos todos que ni el italiano es mafioso, ni el mexicano es vago, ni el puertorriqueño es un criminal en potencia… pero por décadas lo fuimos ante los ojos del gringo en Hollywood y en Broadway, hasta que compatriotas como José Ferrer y Rita Moreno empezaron a ganar Óscares, Emmys, Tonys… o, en el caso de Rita, todos ellos. Y quitarnos la mala fama -alguna merecida, mucha de ella injusta- nos ha costado sangre, sudor y lágrimas durante décadas.
De destino exótico de turismo a principios del siglo 20, a garito pobre en los 1930s, a sociedad progresista en los 1950s y 1960s, a quien sabe qué desde los 1980s, mucha de la pobre visión con la que se nos etiquetó nos persigue donde quiera que vamos. En parte fue la Leyenda Negra, ese terror con el que el mundo anglosajón miraba a todo lo español; en parte fue el choque de culturas de la primera nacionalidad latinoamericana en emigrar a Niu Yol, ahora barrio nuestro por derecho propio, en lo que luego se convirtió en una migración en masa que ya cuenta con más boricuas fuera de Puerto Rico que en nuestro archipiélago. Migración que comenzó siendo de pobres y desamparados, y ahora es fuga de cerebros sobre-cualificados de todos los estratos sociales. Y, para colmo, todavía los mojigatos del Midwest estadounidense nos espetan este hipersexualismo que ya quisiéramos algunos de nosotros poder profesar en buena lid. Eso es del Río Bravo hacia arriba.
Pero así como CNN sólo nos visita un par de veces al año a reportar como auto de fe lo que recoge en cinco entrevistas (por algún reportero usualmente más preocupado en tomar piñas coladas que en plasmar el sentir de una Nación), así de desértica es la cobertura mediática a Puerto Rico desde Latinoamérica, con TeleSur -y ahora, MediosLentos- como honrosas excepciones. Y como resultado, pregúntele usted a Juan Pérez en cualquier lugar de nuestra América sobre Puerto Rico, y su precisión va a ser a la vez difusa y llena de miradas absortas. A menos que se trate del rapero de moda, del cual alguna interlocutora sabrá hasta la talla de calzones.
Pues bien, Puerto Rico ha sido colonia por más de 500 años. Fue gobernada por golpe y garrote por España durante 405 años, lo que implica que buena parte de nuestra cultura se desarrolló como una reacción al paternalismo férreo de la metrópoli. A la que la América Latina se tratara de liberar del yugo colonial durante el siglo 19, ese yugo se apretaba simultáneamente sobre nuestras cabezas para evitarnos el contagio. Similares argumentos hizo Estados Unidos en tiempos de la Guerra Fría, usando el comunismo como excusa.
Como toda colonia, somos tan valiosos para la potencia colonial como cuantos réditos puedan extraer de nuestra gente, ya fuera por sus gobiernos, ya fuera por sus empresas mercantiles. Y nuestro desarrollo cultural siempre ha estado a la sombra de lo que las potencias metropolitanas han sido capaces de tolerar. Cuando se suprimió el libre pensamiento y la libre expresión en nuestro país, nos quedaba el cuero afroboricua y las cuerdas neoespañolas como consuelo -por eso Puerto Rico ha producido tanto músico prodigioso. Cuando el administrador colonial trató de culturizarnos a su manera -nos trataron de hacer en inglés en nuestras escuelas durante 46 años-, nuestro mecanismo de agresión pasiva fue nuestra lengua. Nos dieron por incorregibles.
Cuñas del mismo palo, inspiradas en ese colonialismo (y con refuerzos de la Cuba de Batista y la España de Franco) nos trataron de inculcar valores derechistas, con cierto grado de éxito. El desarrollo socioeconómico vertiginoso de la postguerra en los 1950s vino de la mano de mantras como “la unión permanente” con los Estados Unidos, y “la estadidad (anexión) es para los pobres”, que rinden culto al estado de beneficencia gringo como medio alterno de vida. Ese desarrollo, empero, sólo fue útil mientras se lograra la combinación perfecta de créditos contributivos, mano de obra barata y productividad prodigiosa que una economía sobrepoblada como la nuestra fuera capaz de lograr para sí. Mientras hubiera desarrollo y trabajo, no hacía falta mantengo.
Y aunque estábamos con el oído en tierra, escuchando y buscando al resto de América, se nos trató de inculcar un desprecio a nuestra realidad latinoamericana que todavía es real en las mentes de muchos de mis compatriotas. Ahora que nuestro continente se levanta del letargo -a veces exógeno, a veces autoinducido- de años de virtual coloniaje económico y represión gubernamental, Puerto Rico se trata de aferrar a lo poco que conoce: el fetiche de la “ciudadanía americana”, la del águila calva en el pasaporte; las peticiones reiteradas al comité sordo que en fin nos gobierna (el Congreso de Washington), la fe en la multinacional -la que sea- que evite que seamos emprendedores y dueños plenos de nuestra soberanía, así nos mantenga en tarea parcial sin beneficios marginales. Eso es, si la economía informal, legal o ilegal, no nos salva. O la beneficencia pública. O el chiripeo, o sea, el pluriempleo.
Pero una minoría ínfima de boricuas quiere abrir las brechas y establecer puentes con el resto de América. Queriendo mirar por sobre nuestra realidad geográfica de archipiélago caribeño, por sobre el prejuicio gringo y la extrañeza latinoamericana, estamos prestos a repetir los pasos firmes de antecesores nuestros como Ruiz Belvis, Hostos o Albizu Campos, que recorrieron la América entera… aunque quienes los demos seamos raperos, actores y escritores de ocasión como este servidor. Es labor cuesta arriba revertir más de 500 años de anteojeras (gríngolas, en boricua), pero por algo se empieza. Pero no dejan de preocuparme el espejismo… los mitos… las pinceladas difusas…
Fiquito Yunqué es el heterónimo de un escritor, ingeniero, músico y loco oriundo de Mayagüez, Puerto Rico.
Ha editado columnas de humor, sexología y comentario político en varios medios desde 2007.
Pueden acceder a su blog en www.fiquito.com .